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Mitos autocomplacientes de la migración
E

ste año se detuvo la gran migración de México a Estados Unidos, e incluso se revirtió un poco. La noticia, lanzada por el Pew Hispanic Center y ampliamente reproducida por la prensa, es otro (digo bien: otro) llamado a pensar seriamente el significado de la emigración mexicana, proceso que comenzó durante el porfiriato y que recién parece haberse detenido.

Las causas de que se haya reducido tanto el flujo migratorio han sido resumidas en varias fuentes, y van desde la transición demográfica de México a la crisis económica estadunidense; del endurecimiento de la vigilancia en la frontera al crecimiento paulatino de la economía mexicana.

Algunos factores pueden ser coyunturales, otros son tendencias de largo plazo, pero independientemente de lo que el futuro traiga, la noticia marca un verdadero hito histórico.

Como migrante que soy, me importa conmemorar el momento haciendo un llamado a profundizar la reflexión y la crítica, la celebración y el duelo sobre el mar de experiencias que se resume en la palabra ‘migración’. Importa mucho que haya un procesamiento colectivo que esté a la altura de la realidad –de las realidades. Sólo que para eso resulta indispensable dejar la cantinela ya clásica, que circula como perogrullada en la opinión pública prácticamente desde hace un siglo.

Para facilitar esa tarea de escombrar, llamo la atención sobre tres malos hábitos de la prensa mexicana, que llamo mitos, respecto de su manera de retratar la experiencia migratoria.

Primer mito: La migración mexicana a Estados Unidos es una tragedia.

Se trata tal vez de la fórmula más socorrida de rasgarse las vestiduras entre quienes se quedaron en México. No es que no haya tragedia en la historia de la inmigración –las hay a pasto; como hay también ignominia (piensen en las muertes de San Fernando o en cómo se esfumaron durante décadas las pensiones de los braceros, por poner sólo dos ejemplos). Y cómo también hay historias con finales felices; y aun farsas: migrantes que utilizan el juego de identidades para burlar normas y expectativas de un lado de la frontera y del otro.

Resumir la migración como tragedia es parte de un rollo nacionalista que resulta demasiado cómodo, sobre todo cuando la caracterización viene de quienes se han beneficiado de ella por todos los cuatro costados, sea porque ha dejado empleos o porque ha significado remesas, o porque ha significado negocios. No refleja la realidad compleja de la migración: son lágrimas de cocodrilo.

Mito segundo: Se han ido los mejores.

Los que nos hemos ido no somos ni los mejores ni los peores. Simplemente somos. Eso vale tanto para el campesino como para el cerebro fugado. Y nos gustaría que se nos reconociera por quienes somos. La migración a Estados Unidos ha sido un fenómeno de una magnitud tal que la cultura mexicana toda tendrá mucho que hacer, simplemente para procesar sus múltiples significados, y bueno sería que se abocara más a eso, en lugar de estar espetando lugares comunes sentimentales que, francamente, vistos desde allá, resultan ofensivos.

Sirve, para pensar la cuestión, recordar la migración del sur al norte de Italia, un proceso histórico que fue igualmente masivo y prolongado, y que fue eje central de la producción cultural italiana del siglo 20, de Antonio Gramsci a buena parte de la literatura y del cine italiano.

En México, la atención cultural al fenómeno ha sido muchísimo menor, con algunas notables excepciones, como algunas películas de Cuarón y de González Iñárritu, por ejemplo. Ello se debe, justamente, a la propensidad que hay de envolver la realidad migratoria con cómodas fórmulas nacionalistas: “Es una tragedia…” (monch, monch, ‘pásame las chelas que están en el refri que compramos con tus remesas), “se nos fueron los mejores…” (‘¡¡gooool!! ¡gol! ¡gol! ¡gol! ¡goooooooool!’).

Mito tercero: El problema principal de los migrantes es el racismo en Estados Unidos.

El problema existe, y muchas veces es central, pero se trata, además, de una fórmula conveniente para el nacionalismo mexicano, que lo último que quiere es ver la realidad de los millones que viven allá. O sea, que el racismo es una realidad amarga allá, y es también un pretexto amargo para la ignorancia acá. Además del racismo, hay otra clase de experiencias que la opinión mexicana prefiere callar: trabajadores mexicanos que se casan con güeros, que tal vez los hubieran despreciado en México por diferencias de clase; mujeres indígenas que adquieren un automóvil, manejan y mandan a sus hijas a la universidad; hombres que por primera vez en su vida lavan un plato o aprenden a freir un huevo…

La experiencia migratoria confronta a los migrantes con el racismo. Sí. Y ese racismo los hace extrañar terriblemente a México. También. Pero hay además muchas otras vivencias que tienen implicaciones bastante menos halagüeñas para México. La cantinela del racismo en Estados Unidos ha servido durante 100 años para ocultar el clasismo, el sexismo y toda clase de abusos laborales del gobierno y de la justicia en México. Basta ya de escudarse en él.

O, como diríamos en Estados Unidos: Get real.