Economía
Ver día anteriorLunes 30 de abril de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ajustadores sociales
L

a crisis económica significa, entre muchas otras cosas, que el término capitalismo se ha vuelto muy actual. Se puede decir que el sistema capitalista está en problemas cuando se habla reiteradamente de él. Así lo señala el crítico inglés Terry Eagleton, y añade: Esto indica que el sistema ha dejado de ser tan natural como el aire que se respira y puede, en cambio, ser visto como el reciente fenómeno histórico que es en realidad. Es más, todo lo que nace puede morir, por eso los sistemas sociales pretenden presentarse como inmortales.

La cuestión es interesante y oportuna. Requiere que se desempolven las ideas, se aclaren y ponderen, que se formulen otras de manera novedosa y conforme al tiempo que corre y a las sociedades tal y como son.

Pero en este terreno vamos retrasados con respecto a las secuelas profundas que está dejando la crisis. Y, además, aún está por provocar grandes repercusiones adversas –y de largo plazo–, en sociedades del mundo en las que el progreso material, el acceso más amplio al consumo y a un conjunto de satisfactores no ha podido sacar de la fragilidad. Eso ocurre hoy con las clases medias más solventes.

Hay, por supuesto, discusiones relevantes pero aún se les mantiene en el margen de un forcejeo en el que predomina en la práctica el pensamiento más ortodoxo y conservador.

El quiebre del sistema en 2008, provocado por la brutal expansión del endeudamiento público y privado, se ha enfrentado con medidas que generan un impacto social muy negativo. Así ocurre en Estados Unidos y, de manera más palmaria, en Europa.

En la Unión Europea se ha constituido una verdadera cofradía de ajustadores y no precisamente de cuentas financieras como quieren presentarse, sino de la sociedad misma. El ajuste presupuestal –muy inequitativo– es el instrumento, la población es la materia en la que se manifiesta.

Los promotores del ajuste a ultranza no están pensando ni actuando como políticos de envergadura, no se les ocurre nada que vaya más allá de un duro enfrentamiento con la gente. Uno de cada cuatro españoles, para tomar un caso sobresaliente, que no único, está desempleado. Se reducen de modo contundente los derechos que supusieron ya adquiridos: condiciones laborales, salud, educación, un ingreso para mantenerse.

Lo primero es alcanzar prontamente el déficit público cero y cumplir con las deudas contraídas en los términos que satisfagan al mercado que, por cierto, no es un ente abstracto. No importa que buena parte de lo que hoy se debe se haya generado por el efecto mismo de la crisis.

No hay un criterio que delimite las obligaciones de un lado y las exigencias del otro. El proceso de desendeudamiento es desordenado; el Estado es un recolector de tributos. Los bancos comerciales están llenos de cuentas malas. Las quiebras nacionales también son desordenadas, como en Grecia, Irlanda y Portugal y, según parece que será en España. No habrá dinero que alcance, lo emita el Banco Central Europeo o se allegue el FMI.

La desigualdad se ha instaurado como un asunto clave incluso en las economías más ricas. La pobreza es relativa y cambiante, pero no se elimina. Estos fenómenos puede verse desde la perspectiva de la justicia, pero también de la ineficiencia sistémica y las posibilidades del crecimiento. Hay un dilema intergeneracional tanto en el periodo de expansión como en el de recesión, que termina siendo explícito. En ambos hay ajustes sociales.

El ingreso, del que se deriva el consumo necesario para alentar la inversión productiva, proviene del trabajo. Es la demanda la que cuenta. De ella proviene finalmente el crecimiento de la economía. El empleo lo generan mayoritariamente los pequeños negocios y no, como se insiste, las grandes empresas o los más ricos. Esa es la base del entramado del mercado y de la subsistencia de la mayoría de la población. La reciente apología de Walmart hecha por el gobierno mexicano puede ser cuestionada en muchos sentidos.

Debe advertirse, empero, que no es clara y menos aun contundente la reacción de los ciudadanos. En Lisboa miles de personas marcharon por la Avenida da Liberdade, en conmemoración de la Revolución de los Claveles, para protestar contra los recortes impuestos por el gobierno de centro derecha electo hace unos meses. En Francia la mayoría de los votos en la primera vuelta electoral de hace unos días fue para los partidos de la derecha de Sarkozy y Le Pen.

En la segunda etapa puede ganar el socialista Hollande y, tal vez, empezar a modificar las pautas de la gestión económica impuesta desde Alemania. Merkel apenas admite la necesidad de la recuperación del crecimiento. En España los populares recibieron un amplio mandato y actúan en consecuencia y hay que admitir que con mucha convicción; ajustan sin medida todo lo que pueden. La geografía y la dinámica social de la crisis aparecen hoy de modo muy accidentado.

Del lado de los economistas, las alternativas de pensamiento y las medidas propuestas contra la crisis no se imponen. Esta se ha hecho una disciplina endogámica y en la que persisten diferencias esenciales en torno a la operación de los mercados y, por lo tanto, sobre cuestiones clave como son las relativas al dinero y al crédito (véase el artículo de Alejandro Nadal en estas páginas el 12 de abril).

En 1931 el debate de Keynes y Hayek fue categórico, entre la intervención activa y el reordenamiento natural de los mercados. Conviene revisarlo. En 1933 Roosevelt anunció la puesta en marcha de su política del New Deal. A principios de la década de 1980 se instauraban las políticas de desregulación de los mercados lideradas por Thatcher y Reagan. Estas llegaron a su máxima expresión en la década de 2000 y donde dolió más: el sector financiero.