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Ver día anteriorJueves 26 de abril de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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... para los preguntones
Y

a por varias semanas han rodado por todas partes las Preguntas cuyas respuestas podrían transformar a México, calzadas por docenas de firmas prestigiosas. He sabido de por lo menos una respuesta de aquellos a quienes fueron dirigidas. Sería deseable que hubiera otras, y pienso que puede confiarse en que las habrá. Podría ser útil que los no directamente interrogados que consideren tener algo que decir ensayen responder las que les interesan o les llaman la atención. Presento en seguida mis respuestas a las dos (¡sólo dos!) cuestiones planteadas respecto de México y el mundo.

¿Estaría de acuerdo en acelerar la inserción de México en la economía global mediante una ampliación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y la apertura de tratados semejantes con el resto del mundo, en particular la inclusión de México en el Acuerdo de Asociación Transpacífico, un tratado de libre comercio con China y otro con Brasil?

Sí, el TLCAN debe ampliarse para incluir una movilidad creciente de la mano de obra entre los tres países, que estimule la creación de empleos protegidos; para establecer fondos de recursos financieros y tecnológicos que fomenten la convergencia en los niveles de productividad y de salarios. Debe ampliarse para definir criterios de salvaguardia efectiva de actividades vulnerables, sobre todo en el sector agrícola y ante las prácticas desleales de comercio. En otras palabras, el TLCAN debe ampliarse para incluir asuntos que debieron estar comprendidos desde el principio, pero que la premura enfermiza con que se quiso negociarlo (es un decir) y adoptarlo impidió considerar. El planteamiento y negociación de adiciones como las sugeridas podría realizarse el año próximo, de suerte que pudieran adoptarse y ratificarse en el vigésimo aniversario de su entrada en vigor, en 2014.

En general, la inserción de México en la economía global debe modificarse para que actúe a favor de un desarrollo nacional más rápido, sustentable y equitativo. El objetivo no es simplemente acelerar la inserción y la apertura, sino modularlas y gestionarlas en función de las necesidades y potencialidades del desarrollo nacional, en especial del sector productivo y de la diversificación y modernización industrial. Basta de apertura a troche y moche. Los acuerdos de libre comercio son apenas uno y no el más importante de los instrumentos a los que puede acudirse, en función de objetivos específicos bien delineados, inscritos en el proyecto de nación coherente del que se ha carecido.

Del TLCAN cada quien habla como le fue en la feria. Hay que ver, sin embargo, su resultado de conjunto. Por una parte, el tratado no contribuyó a superar la larga glaciación –el persistente estancamiento– en que se encuentra la economía mexicana. En los tres lustros previos a su entrada en vigor, entre 1980 y 1993, el crecimiento real del PIB fue de 2.7 por ciento en promedio anual. En los algo más de tres lustros de vigencia del tratado (1994-2010) esa tasa promedio bajó una décima de punto, a 2.6 por ciento anual. Los per cápita resultantes son desoladores y se cuentan entre los más bajos de las economías de dimensión comparable. El libre comercio no fue, como se argumentó, la estrategia adecuada para detonar la expansión económica y, por esa vía, crear empleos formales suficientes.

El TLCAN tampoco ha cerrado la brecha de producto por habitante respecto de los otros dos socios. En 1994, el PIB per cápita de Estados Unidos era cinco y media veces (5.6) el mexicano y en 2010 fue mayor en más de seis veces (6.1). Respecto de Canadá, la brecha también se amplió: de 3.7 veces en 1994 a 4.2 veces en 2010. El tratado no fomentó la convergencia, acentuó la asimetría.

El TLCAN y los numerosos acuerdos bilaterales y subregionales de libre comercio suscritos por México permitieron un crecimiento rápido de las exportaciones, un crecimiento hacia afuera, y, sobre todo al principio, atrajeron inversiones directas del exterior. También hicieron crecer, aún más rápido, las importaciones, desplazando a numerosos productores nacionales. Beneficiaron, sin duda, a las grandes empresas modernas vinculadas con sus matrices o clientes en el exterior. Acentuaron la dependencia externa de la economía de México. Por eso la caída del PIB mexicano con la crisis (-6.2 por ciento en 2009) fue una de las más extremas en el mundo.

Ya nadie piensa en negociar tratados semejantes al TLCAN. Se piensa ahora en instrumentos de alcance y características diferentes. Uno de ellos es el Acuerdo de Asociación Transpacífico, al que la actual administración de México ya se ha adherido. El acuerdo alcanzará su verdadera dimensión y ampliará su potencial cuando incluya a China y, cuando esto ocurra, podría ser un escenario de cooperación con esta gran potencia emergente.

Los necesarios entendimientos con China, Brasil y varios otros países prioritarios no deben tener como base el libre comercio, sino, según sea el caso, la expansión de sectores industriales modernos, la cooperación tecnológica de avanzada, la incursión conjunta en la innovación y el diseño de nuevos productos y servicios, como los energéticos y ambientales. Hay que cooperar en materia educativa y cultural para la formación de recursos humanos ante las nuevas exigencias de la economía del conocimiento y la información. El libre comercio es un planteamiento superado, una idea del pasado.

Y en el orden político, ¿estaría de acuerdo en que México participe en operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU?

México no debería dar por excluida su participación en algunas de esas operaciones, cuando, además de servir a la paz y seguridad internacionales, sirvan también a los intereses mexicanos, sobre todo en las áreas de seguridad y cooperación regionales latinoamericanas. Hay que examinar caso por caso y hay que tener en cuenta los diversos componentes de esas operaciones, incluyendo los no militares. Esta cuestión está directamente vinculada con una reforma del Consejo de Seguridad que lo haga más representativo –sin ampliar el número de miembros permanentes y, menos aún, el privilegio del veto– y, por tanto, más legítimo.

Además, en tanto no culmine el necesario, indispensable retiro gradual de las fuerzas armadas mexicanas de la tarea de enfrentar al crimen organizado, no sería prudente comprometerlas en operaciones más allá de las fronteras.