Opinión
Ver día anteriorMiércoles 25 de abril de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La pasarela de presidenciables ante el favor de Dios
M

e parece una exageración condenar la presencia de los candidatos a la Presidencia ante la asamblea de los obispos católicos. En una sociedad democrática no se viola el principio de laicidad por el hecho de que los candidatos expongan ante los ministros de culto sus programas y ofertas políticas, como lo tienen que hacer ante los empresarios, sindicatos, organizaciones sociales. En cambio, sería reprochable que los candidatos rechazaron invitaciones de otras iglesias y credos, porque vulnerarían el principio de equidad. Por otra parte, es cuestionable que la pasarela de presidenciables se haya realizado a puerta cerrada, sin la presencia de los medios. Probablemente para distender el diálogo se sacrifica el derecho de la ciudadanía a observar el desempeño y la actitud de los candidatos ante temas delicados y polémicos, como el aborto, las nuevas parejas gays, la libertad religiosa, el Estado laico, etcétera. El hecho es que los propios candidatos solicitaron, de común acuerdo con los obispos, un diálogo privado. La jerarquía católica, por su parte, con mucha experiencia política, ha aprendido, desde los tiempos del nuncio Girolamo Prigione, a insertar sus demandas y agenda en los momentos de coyuntura electoral, pues, como ya lo hemos señalado, es el momento de mayor debilidad de la clase política. En otras palabras, son los momentos de la Iglesia para incidir e inducir su visión en las políticas públicas. La jerarquía, pues, hace sentir su peso político, y la manera de ejercer su influencia es demostrar a la sociedad su presencia política y hacer valer su condición de factor de poder. Aunque su incidencia religiosa vaya a la baja, ya que se vive la menor tasa de católicos en la historia del país, en contraparte la relevancia política del clero va al alza.

El contacto entre candidatos y obispos católicos tampoco es nuevo. Estos encuentros se remontan, en la historia reciente de los procesos electorales, a la campaña de Carlos Salinas, que incluyó en sus giras el contacto con los obispos locales. El vocero del episcopado, entonces Genaro Alamilla, celebra la iniciativa e invita al candidato priísta a hacer política moderna y presentar sus propuestas a los obispos en 1988.

Vicente Fox rompió el tabú de los candidatos abiertamente confesionales al declararse católico y enarbolar el estandarte guadalupano como primer acto de campaña ante el estupor de algunos obispos mexicanos. Sin duda, una de las lecciones que sacó el PRI de la alternancia fue descuidar el papel político de la Iglesia; esta conclusión costosa de 2000 ha marcado un parteaguas en la actitud del tricolor frente a los obispos. Las pasarelas de candidatos presidenciales ante el pleno del episcopado mexicano se han venido haciendo actos usuales desde 2006. Surgen algunas interrogantes entre politólogos y especialistas en temas religiosos: ¿existe el voto católico?, ¿qué tan fuerte es la gravitación del clero católico en la intención del votante? ¿Por qué la clase política concede tanta notoriedad al clero?

En los últimos 10 años hay cierto desencanto clerical por los gobiernos panistas. Sin duda el clero apoyó y legitimó a Calderón en la crisis electoral de 2006, y se benefició políticamente. Por ello debemos comprender que la repolitización de lo religioso no es un fenómeno privativo de México. Desde los años noventa la jerarquía católica, a escala internacional, tiene una agenda moral que constantemente choca con la secularización. Hay debates en España, Francia, Estados Unidos, por mencionar algunos, en que se discute la interacción entre laicidad, libertad religiosa y secularización. Por ello la agenda moral católica se ha venido politizando y los obispos, para imponerla, han venido operando con mayor agudeza. Lo religioso se ha venido desprivatizando, es decir, se resiste a vivir la fe desde lo privado y en contraste aspira a emerger con energía en el espacio público. En México, la jerarquía católica se ha beneficiado de la federalización de algunas regiones. La llamada feudalización de muchos gobernadores ha contribuido a otorgar mayor peso político a algunos obispos locales. Por ejemplo Juan Sandoval Íñiguez, abiertamente panista, se convirtió en Jalisco en un poder real, sólo equiparable al del gobernador. Onésimo Cepeda, en Ecatepec, ha sido constante operador político tricolor; los obispos de Chihuahua que en los años ochenta fueron panistas defensores del voto ahora respaldan abiertamente al PRI. Y en el estado de México se puede hablar de obispos peñistas.

A la diversidad religiosa de la Iglesia se puede añadir la diversidad política, a condición de fortalecer una agenda moral que se impone como eje rector. Es evidente que los candidatos ven en la Iglesia una fuerza política real; así lo han percibido desde hace más de una década. En la comparecencia de candidatos ante cerca de 100 obispos, las biografías de Josefina Vázquez Mota y Enrique Peña Nieto están ligadas a la Iglesia. En el árbol genealógico del candidato priísta existen varios obispos e influyentes clérigos mexiquenses, y el ex gobernador parece desempolvar las viejas tesis salinistas sobre el papel político de la Iglesia y asignarle una función de aliada estratégica. Los planteamientos de ambos, si bien cuidadosos, se movieron en territorios conocidos: defensa de la vida, la familia, la libertad religiosa y una laicidad atemperada. Andrés Manuel López Obrador, en cambio, cruzó una espada de doble filo, no confrontó la agenda de la Iglesia, pero tampoco la avaló, por la presión de los propios grupos de izquierda. Salió del terreno de los valores para colocarse en la crítica común del modelo económico y la búsqueda de la paz. Gabriel Quadri, con mayor libertad de todos los candidatos, reivindicó su catolicidad, pero admitió las uniones de personas del mismo sexo diferenciándolas del matrimonio católico. Podría decirse que su descaro le hizo ganar simpatías entre muchos prelados mexicanos.

Hay un nuevo mapa político religioso en México. Gran parte del clero mira con reticencia las posturas del PRD, pese a la nueva actitud moderada de su amoroso candidato. Este clero se ha dejado consentir regionalmente por los gobernadores priístas, aunque predomina en el Bajío y las tierras cristeras una prevalencia panista. La clase política, si bien ha perdido raíces ideológicas, tradiciones y ha ganado pragmatismo, no es estúpida; sabe del peso político y el ascendiente que tienen los obispos.