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Testimonios de dos menores que escaparon y reviven historias de abuso y maltrato físico

Persiste impunidad sobre secuestro de niños de los albergues conocidos como Las Casitas

Son los primeros de una veintena de retenidos en asilos de la Iglesia cristiana restaurada

Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 22 de abril de 2012, p. 15

Julio César Castañeda Bernal y su prima Diana Lizeth Bernal Hernández escucharon cuando sus secuestradores acordaban detalles de la venta de órganos y no lo dudaron ni un segundo, se escaparon cada uno por su lado, de la casa donde los tenían en Saltillo, Coahuila. Ambos son parte de más de una veintena de niños sustraídos ilegalmente de los albergues Caifac Monterrey, Casitas del Sur, en el Distrito Federal, y La Casita de Cancún.

Durante días, Julio César, de 14 años, vagó por las calles de Saltillo, pidió ayuda para comprar comida, pero finalmente la desnutrición que padece le provocó un desmayo y alguien lo llevó a un hospital. Apenas pesa 35 kilos y tiene los huesos pegados a la piel. Ríe nerviosamente porque sabe que hoy podría volver a ver a su madre. Hace unas semanas le hicieron las pruebas de ADN para cruzar los datos con los de ella siguiendo el protocolo de seguridad.

Antes de entrar al edificio de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (Siedo), María Inés Bernal siente escalofrío en la espalda. Está muy nerviosa. Desde que supo que ese niño podría ser su hijo secuestrado hace cuatro años, no ha podido dormir. Nunca dejó de buscarlo; hizo todas las denuncias necesarias y acudió a decenas de manifestaciones con otras madres de hijos desaparecidos. Fueron años de dolor, insomnio, angustia. Apoyada por Cadhac y Alternativas Pacíficas, hoy la vida puede darle un vuelco y todo puede cambiar.

Se niega a sentarse. Cuando lo ve aparecer por la puerta no tiene duda: Es él, es mi hijo. El oficial a cargo del niño se lo confirma: Salieron positivas las pruebas, señora, el niño es su hijo. Ella ríe llorando, lo mira y balbucea: Ya lo sé, no necesita decírmelo, es mi hijo. Desorientado, Julio César no sabe qué decir. Sin mediar palabra, de manera instintiva, ambos se funden en un abrazo prolongado, eterno; el abrazo del rencuentro.

Historias de terror

La historia de los niños de las casitas secuestrados, de acuerdo con el expediente judicial al que se ha tenido acceso, se remonta a 2008 cuando Brenda Carolina, prima de Julio César, escapó del Centro de Adaptación Social y Familiar, AC, debido al maltrato que recibía y se descubrió que algunos niños habían sido sustraídos. Los tres albergues de Monterrey fueron clausurados y la Procuraduría General de Justicia de la entidad inició las investigaciones con base en las denuncias de las hermanas María Inés y Mónica Bernal Hernández por la desaparición de tres de sus hijos.

Meses después la abuela de Ilse Michel denunciaba ante la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal la desaparición de su nieta en el albergue Casitas del Sur e igualmente surgieron denuncias de secuestros de niños en La Casita de Cancún. Los testimonios de los niños rescatados hablan de maltrato físico y sicológico, abuso sexual y adoctrinamiento religioso.

En abril de 2009 la Siedo atrajo el caso para investigar una presunta red internacional de tráfico de menores liderada por la denominada Iglesia cristiana restaurada y la secta de Los Perfectos, dirigidas presuntamente por Jorge Erdely Graham y Sergio Humberto Canavati Ayub, con fines de explotación sexual, adopciones ilegales y tráfico de órganos.

Desde entonces, siete personas han sido detenidas, aunque ninguno de los máximos responsables. Tampoco ninguno de los niños ha sido localizado, pese a que las autoridades fijaron una recompensa de 10 millones de pesos. Julio César y Diana Lizeth son los primeros niños recuperados, gracias a su propia audacia al huir de su cautiverio.

Julio César fue puesto a disposición del DIF Capullos Nuevo León hasta que las autoridades resuelvan entregarlo a su madre, quien diariamente lo visita. Durante los breves encuentros Julio César ha podido exponer los traumas ocasionados durante su secuestro.

El niño tiene pesadillas y dice que le metían la cabeza en un pozo, comenta María Inés antes de entrar a verlo; la acompaña Miguel, su hijo pequeño, de ocho años, y su hermano Francisco: Queremos todo el peso de la ley contra los secuestradores, que los detengan y los encierren de por vida. No entendemos por qué nunca detuvieron a Patricia Munguía Ibarra, quien desde el principio era la principal sospechosa. Aquí hay enredada mucha gente del gobierno, dice.

Según los testimonios del niño, Munguía Ibarra, ex directora de Caifac, es quien secuestró y tenía a los tres hijos de María Inés y Mónica Bernal Hernández. Diana, la hija de Mónica, logró escapar al igual que Julio César, pero falta la hija de María Inés, Adriana Guadalupe, quien aún permanece con la presunta secuestradora.

El domicilio de Munguía Ibarra fue ubicado por las víctimas en Apodaca, pero ni las autoridades judiciales de Nuevo León ni las federales lograron detenerla: El niño dice que desde hace tres años se los llevaron a vivir a Saltillo a un lugar que se llama Las Palmas, porque el hijo de Patricia le había dicho que no quería problemas y no la ayudó, dice.

La dicha de María Inés al encontrar a Julio César es a medias, porque aún le falta recuperar a su hija Adriana Guadalupe: Patricia los obligaba a decirle mamá Paty y Julio dice que la niña no pudo escapar y está con ella. Donde esté Patricia está mi hija.

Nueva vida

Julio César aparece por la puerta de la zona de visitas del DIF Capullos. No ha perdido sus rasgos infantiles. Exhibe una amplia sonrisa que deja ver dientes frontales con caries y piezas gastadas. Dice que nunca ha ido con el dentista, que siempre los tenían escondidos y que jamás fue a la escuela. Las pesadillas continúan, así como el miedo y la inseguridad.

La alegría de volver a ver a su hermanito Miguel es expansiva; lo abraza, lo besa. Ambos ríen contentos. Julio César le ofrece varios regalos que incluyen dos dibujos coloreados que tienen un mensaje escrito con letra infantil muy distante a la que corresponde a su edad: Te quiero mucho Miguelito. Pronto voy estar contigo en nuestra casa.

María Inés llora: Mami, para qué lloras. No llores. Su madre le contesta: Es de alegría por verlos juntos. Julio César se sincera con su madre, dice que cuando duerme se le aparecen caras feas, le cuenta que sus captores lo sacaban a la calle junto a otros ocho niños para vender pan de queso, pero los disfrazaban, les ponían pelucas y los maquillaban, incluida la propia Patricia Munguía.

Yo escuché cómo decían que iban a vender los riñones, por eso corrí, dice Julio César con cara de miedo; su madre añade: Me da mucha pena verlo tan delgadito. El niño dice que casi no les daban de comer, que casi siempre les daban frijoles quemados y arroz duro; que lo encerraban en un cuarto. Y me pregunta por su hermana Adriana, que si ya la encontramos. Le digo que estamos con la esperanza de encontrarla, pido a las autoridades que la busquen.

Su hermano Francisco interviene. Comenta que Diana, la hija de Mónica que también escapó, les contó que Patricia separó a los tres niños: Al salir de donde la tenían, nos contó que tomó un taxi que la llevó a la casa de su mamá en Santa Catarina y le cobró 80 pesos. Eso quiere decir que la niña estaba en Monterrey, no en Saltillo. La niña dice que no sabe dónde estaba, que sólo recuerda las calles Moctezuma o Tamazunchale. Mi pregunta es: ¿Por qué la policía nunca encontró a los niños ni a la secuestradora si siguieron viviendo en Monterrey, si como mucho iban y venían a Saltillo?.