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El artista inaugura su muestra Tzompantli mayor, en la Fundación Sebastián

Manuel Marín explora el juego de la calavera en la vida y la muerte

El conjunto escultórico reúne 900 trabajos en metal, madera y papel

Me entusiasmé por esa capacidad de dar expresión a lo que en apariencia no la tendría, manifiesta a La Jornada

Foto
Manuel Marín junto con algunos de sus cráneos incluidos en la exposición que hoy se abre al públicoFoto Luis Humberto González
 
Periódico La Jornada
Jueves 19 de abril de 2012, p. 3

El juego de la calavera que todos llevamos cuando vivimos y dejamos cuando morimos capturó el interés del pintor y escultor Manuel Marín, a quien los motivos y temas prehispánicos no le son ajenos.

Eso lo impulsó a elaborar 900 cráneos –no los 600 que originalmente se planteó– en metal, madera y papel para crear el conjunto escultórico Tzompantili mayor, que ocupa una sala de buen tamaño en la Fundación Sebastián, donde hoy a las 19:30 horas será inaugurada en ese recinto de avenida Revolución 304, colonia San Pedro de los Pinos, como parte de los festejos por su 15 aniversario.

La relación de Marín con las calaveras se remonta a por lo menos tres décadas, cuando el artista incursionó en proyectos de carácter alternativo, como el arte correo y el trabajo en la calle, con sellos, mimeógrafo y fotocopias. En ese entonces su motivación era Posada y toda la gráfica popular mexicana.

El interés del artista por las calaveras no lo limitó en lo temático, ya que también lo apasiona la cultura grecolatina. En cierto momento, no obstante, advirtió que desde hace cinco años hacía cráneos, aunque no de manera sistemática. Entonces emprendió el estudio de la cultura mexica y se encontró con un fenómeno de todos conocido y único dentro de las civilizaciones del mundo: los tzompantlis o altares a los dioses, con una forma muy macabra, para nosotros, pero que dentro de la filosofía y religión aztecas, concretamente, tienen una polaridad que para nada son degradantes ni sangrientos. Las guerras floridas y el juego de pelota, con su dotación de sacrificables, alimentaban los tzompantlis al colocar sus cráneos en un entretejido de palos, como un gran honor.

Capacidad de abstracción

Cuando Marín se dio cuenta de que trabajar calaveras era una práctica constante, empezó a sistematizarla. Aparte de la motivación prehispánica y el gusto por resolverlo en un orden de carácter histórico y estético tradicional, encontró con este principio que, por ejemplo, en Posada es muy objetivo: las calaveras no tienen gestos ni expresiones. Pero, curiosamente, darles expresión genera una conciencia mayor de la vida y la muerte.

Buscó que la mayoría de sus calaveras, cuyos tamaños varían, tuvieran expresiones: Aquí no hay ojos, sino agujeros. Si mueves estas cavidades no necesitan la pupila ni los párpados para darle expresión, sino la forma del ojo que muchas veces es simplemente el óvalo o el eje se ha diagonalizado, entonces, es un problema de carácter formal. Dentro de la calavera tienes una capacidad de abstracción muy rica, porque lo puedes geometrizar mucho más directamente, aunque no con facilidad, que la misma cara con la piel y el color. Me entusiasmé por esa capacidad de dar expresión a lo que en apariencia no lo tendría y que se maneja en módulos no restringidos, pero que pueden ser modificados.

Más que una instalación, para Marín Tzompantli mayor representa 900 esculturas integradas en un conjunto. Casi todas son planas, porque nacen del dibujo directo y diversifico en madera, acero y bronce. Había dejado el papel, pero ahora lo retomé porque puede dar otro tipo de soluciones.

Para la muestra, el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, a quien Marín ha consultado, escribió el texto Manuel Marín: tzompantli, expresión múltiple de la muerte.