Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de abril de 2012 Num: 893

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tres días en bagdad
Ana Luisa Valdés

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Todos los hijos son poesía
Ricardo Venegas entrevista
con Rocato Bablot

De la saga chiapaneca
de Eraclio Zepeda

Marco Antonio Campos

Habermas y la crítica
de clases

Agustín Ramos

Una mujer de la tierra
Dimas Lidio Pitty

El alma rusa en Latinoamérica: breve historia de una seducción
Jorge Bustamante García

Poema del pensamiento
Andréi Platónov

Platónov, fundamental
y desconocido

Cabrera Infante y el cine
Raúl Olvera Mijares

Columnas:
Galería
Rodolfo Alonso

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Perfiles
Miguel Ángel Muñoz

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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De la saga chiapaneca
de Eraclio Zepeda

Marco Antonio Campos

En los años setenta pero sobre todo ochenta del siglo anterior, gracias a Eraclio Zepeda –que lo tomó de su inolvidable maestro cubano Onelio Jorge Cardoso–, empezó a volverse moneda común el término cuentero, y quien mejor lo representaba entre nosotros era el propio Zepeda. Fabulador irresistible, contaba oralmente –ha contado– miles y miles de historias de prodigio que creíamos que se las llevaría el viento, pero por fortuna un buen número quedó en sus cuentos y novelas. Alguna vez en la capilla del Palacio de Minería, en el cumpleaños cincuenta de Eraclio, se organizó una mesa con numerosos narradores que, como homenaje a él, contarían una historia oral; todos resultaron –resultamos– pálidas sombras, o mejor, pálidas voces frente a él.

Algunos años antes de terminar el siglo, Zepeda ya tenía en mente la escritura de una saga chiapaneca y sabía que abarcaría buena parte del siglo XIX y del XX, y serían cuatro libros y cada uno representaría uno de los cuatro elementos. Para fortuna de la literatura, se dedicó con afán y desvelo a la escritura de la tetralogía; sólo falta una que tiene como elemento el viento.

Ubicada en el cambio de siglo, entre fines de la década de los ochenta del XIX y fines de los años diez del XX, desde la segunda reelección de Porfirio Díaz al período presidencial carrancista, Sobre esta tierra, publicada hace unas semanas por el FCE, tiene como centro del mundo Los Altos de Chiapas, o más específicamente, Pichucalco y La Zacualpa, finca situada en las montañas cerca de la ciudad. En La Zacualpa pasa de hecho toda la novela, hasta la meticulosa destrucción que hacen de ella los carrancistas.

Las tres novelas publicadas hasta ahora nos parecen como una parte de una historia de México no contada, o de otro modo, como una historia que pasara aparte casi de nuestra historia. Como si de alguna manera Chiapas hubiera sido un país dentro del país.

Muerta la matriarca Juana Urbina el 3 de octubre de 1887, quien presenció el crecimiento de la familia por más de media centuria, los personajes que sobresalen en la novela son los masculinos; las mujeres, como las hermanas (la reservada Luz, la romántica Margarita), y las esposas e hijas de los hermanos Ezequiel o Gabriel, parecen un tanto lejanas o apenas dibujadas en un pequeño orbe donde el mando y el control pertenecen a los hombres.

Juana Urbina tuvo con el excura Mariano Mejía tres hijos varones: Ezequiel, Enrique y Gabriel. Ezequiel Urbina, coronel liberal, un joven héroe en la batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862, dos veces diputado por Chiapas, que gustaba de la poesía, es de hecho el personaje fuerte y el centro del centro de la familia; Enrique, solidario y solitario, vive encerrado “en la soledad del estudio y las exploraciones de la selva” y organiza un bello mundo imaginario en su vida retirada; Gabriel, que ejercía con mucha voluntad la profesión de médico, al parecer el destino lo ayudó a nunca salvar a nadie. También quedan de alguna manera en nuestra memoria el personaje tristísimo de Francisco Ramos Ráffali, quien desde que murió su esposa parecía no poder vivir en ninguna tierra hasta que encontró para su felicidad de fuego una mulata de esplendor; se encuentra a su hijo, José María, de voraz virilidad, quien estaba todo el tiempo disponible a tirarse a todo lo que fuera mujer, no importando ni edad ni parentesco, y también el francés Charles Caseaux, personaje querible y pintoresco, que en un acto de magnífico despropósito, influido por Gauguin, abandonó la civilizada Francia del siglo XIX para hundirse en el aislamiento y el primitivismo en un rincón del sureste mexicano. No faltan, como en toda familia respetable, una cuerda de locos de remate o alguna mujer (Margarita) que prefiere la muerte por amor a la pérdida del ser amado.

En una novela cabe todo si se sabe armonizarlo en el conjunto; aquí, en Sobre la tierra, hay episodios que no resultan esenciales dentro de lo contado, pero son de las páginas más intensas, como cuando Marcos Paloma, el indígena tzotzil, con habilidad insólita da muerte a un águila reina que estaba a punto de tomarlo como presa, o la puntual cacería del tigre viejo llevada a cabo por Ezequiel, o cuando el viejo Beto, un personaje incidental, enloquece y la emprende a machetazos contra su mujer, la cocinera de la casa (Julia).

Como en el Macondo garcíamarquesiano, en La Zacualpa ocurren hechos que parecen vividos con asombro iluminado por primera vez, como el descubrimiento de una bebida llamada cerveza y de una bebida llamada café, o también, por ejemplo, la llegada de los primeros fotógrafos que para siempre retratan a la familia. En el transcurso de la narración hallamos también descritas las labores de la siembra, la explotación de la mina de oro y la producción de cerveza.

En Chiapas, posteriormente a la Reforma, los liberales vencedores no sólo se apropiaron de los bienes de la Iglesia, sino se legalizó el arrebato de tierras de las comunidades indígenas; los Urbina no fueron la excepción. Ezequiel Urbina agrandó La Zacualpa con las tierras de los zoques y los tzotziles, contra la oposición de su hermano Enrique, pero con la llegada de la Revolución la moneda pasa del anverso al reverso: sus tierras son invadidas por una partida carrancista y la hacienda destruida. En los últimos capítulos, es decir, los que van de los años crepusculares del porfiriato a la noche de los años diez del siglo XX, las historias van subiendo de voltaje y se leen con expectativa angustiosa. El final de la narración abre la puerta para la próxima novela que tendrá de elemento el viento.

Este 24 de marzo Eraclio Zepeda cumplió apenas setenta y cinco años. El mejor regalo que pudo darse a sí mismo y pudo regalarnos a sus fieles lectores es Sobre esta tierra. En el decurso de su vida no se ha cansado nunca de dar instantes de felicidad a quienes lo leen o a quienes lo oyen contando historias que parece que las leemos u oímos con el asombro de la primera vez. Lo he dicho otras veces, pero no está de más repetirlo: el mundo hubiera sido menos mágico –sería menos mágico– sin Eraclio Zepeda.