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Los 70 años de Chick Corea
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Periódico La Jornada
Sábado 14 de abril de 2012, p. a16

A sus 70 años, el maestro Armando Anthony, Chick, Corea mantiene actividad creativa creciente.

En el último año ha publicado cuatro discos. Tres de ellos son álbumes dobles: Forever, multipremiado, significó la reunión de tres de los integrantes de la legendaria banda Return to Forever (Stanley Clark y Lenny White; Al Di Meola no retornó); Orvieto, en dúo con el pianista italiano Stefano Bollani, pertenece al catálogo de la disquera ECM, caracterizada por conjuntar en sus grabaciones a los mismísimos dioses del Olimpo musical; Further explorations y The Continents son los más recientes, que ahora nos ocupan:

Further explorations es un ajuste de cuentas: un homenaje a uno de sus grandes maestros: el pianista Bill Evans (1929-1980), quien hace 40 años grabó Explorations, álbum ya mítico junto al insuperable Sunday at the Village Vanguard, con el trío de jazz acústico fundacional/referente: el integrado por el bajista Scott LaFaro (1936-1961), el baterista Paul Motian y el propio Evans al piano.

En su disco-homenaje, Chick Corea se reúne con los dos músicos con quienes Bill Evans integró su siguiente trío: el contrabajista Eddie Gomez y, nuevamente, el baterista Paul Motian.

Los discos que grabó Bill Evans con Scott LaFaro y Paul Motian son reconocidos como el parteaguas en la historia del jazz en cuanto al formato trío se refiere. Hay un antes y un después en la integración absoluta, el triángulo perfecto, del monólogo al diálogo, al triálogo:

Ya LaFaro ilumina la semipenumbra con el resplandor moreno de su contrabajo, Bill Evans descrucifica los marfiles del teclado y Paul Motian exclama desde atrás de los tambores, extasiado frente al prodigio de los diálogos entre el piano y el contrabajo: ¡estos cabrones me hacen llorar con tanta belleza que producen al hacer su música!

Al Waltz for Debbie le sigue un clásico que ya de plano hace sollozar a Paul Motian mientras barre sus lágrimas en el tambor con la escobilla metálica: My Foolish Heart, que por lógica conduce a My Romance y por disciplina a un cambio de atmósfera hacia Alice in Wonderland y luego, para coronar las sienes de las musas que forman multitud en este sótano contrario al Hades que es el Village Vanguard, All of You.

Atrás de los tambores, Paul Motian ha formado ya lagunas de lágrimas donde el poeta chino Li-Po ve reflejada a la Luna y, en pos de ella, se ahoga.

Diez días después de esa noche gloriosa de junio de 1961, en que ese trío de músicos alcanzó la perfección de la belleza, Scott LaFaro conduce su auto de regreso a casa, en una carretera cercana a Nueva York, una vía rural sin iluminar. El coche sale del pavimento y se estampa contra un viejo árbol y el conductor muere al instante.

Fue el final también para Bill Evans, al menos para una de las muchas vidas que vivió, porque cuando su entrañable amigo Scott LaFaro expiró bajo un robusto árbol, su vida no habría de ser la misma. De hecho dejó de tocar el piano durante meses. Fue en ese tiempo cuando se construyó una leyenda urbana: hay quienes juran haber visto deambular a Bill Evans por las calles de Nueva York vistiendo las ropas de su amigo Scott LaFaro.

La pareja Eros-Thánatos: meses después de grabar Further Explorations, donde con Chick Corea y Eddie Gomez revivió y festejó las glorias de su maestro Bill Evans, el baterista Paul Motian murió a los 80 años en su casa de Nueva York, el 22 de noviembre de 2011.

Y si el disco doble de Chick Corea titulado Further Explorations es un homenaje a Bill Evans, su otro disco doble nuevo, The Continents, es a su vez un homenaje a otro de sus grandes maestros: Wolfgang Amadeus Mozart, de quien toma el formato Sinfonía Concertante para escribir y grabar una obra para piano y orquesta de cámara y grupo de jazz en el espíritu de Mozart, pues no espere el lector escuchar en el disco-homenaje a Bill Evans pasticcio alguno, ni en el del genio de Salzburgo los sonidos mozartianos.

Lo que suena, eso sí, como en todos los discos de Chick Corea, es el alto espíritu de la música, esa flamita dorada que traemos todos encima de la cabeza por doquier, pero que solamente los cronopios, enormísimos, son capaces de verla.

Y escucharla.

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