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Benedicto XVI / La Visita

Luego de ver a Calderón, será coronado con una cenefa de flores y suásticas

Exponen al Papa porque son totalmente incultos: historiador

Ratzinger nunca ha negado su participación en las juventudes hitlerianas

Enviados y corresponsal
Periódico La Jornada
Viernes 23 de marzo de 2012, p. 14

Guanajuato y León, Gto., 22 de marzo. Tras su audiencia con el presidente Felipe Calderón, Benedicto XVI saldrá al balcón para saludar a los reunidos en la Plaza de la Paz –mil 500 niños, entre ellos–, y su poderosa cabeza será coronada por una cenefa de flores y suásticas.

No entiendo para qué exponen al Papa. Mi única hipótesis es que son totalmente incultos. Porque seguro no lo hicieron por inteligentes, dice José Luis Lara Valdés, presidente del Colegio de Historiadores de Guanajuato.

Joseph Ratzinger –Benedicto XVI como Papa– nunca ha negado su participación en las juventudes hitlerianas ni haber sido soldado de la Wehrmacht al final de la Segunda Guerra Mundial. Sus biógrafos y apoyadores dicen que sus críticos son ignorantes, pues los acusan de no entender que los jóvenes de la Alemania nazi no tenían otra opción que afiliarse al nacionalsocialismo.

Más allá del diferendo histórico, es difícil olvidar que Ratzinger está marcado por hechos como haber readmitido en la Iglesia a los seguidores del arzobispo integrista Marcel Lefeb- vre, entre ellos a algunos que niegan el Holocausto.

Una versión asegura que la Casa del Conde Rul fue remodelada en los años 50 por un arquitecto de origen alemán. Lara afirma que las suásticas –presentes en la arquitectura de diversas regiones del mundo desde tiempos inmemoriales– fueron colocadas en la fachada por el constructor original, el arquitecto celayense Francisco Eduardo Tresguerras, que dirigió la obra entre 1800 y 1803.

La casa del que combatió a Morelos

En la calle por la que llegará Benedicto XVI, para entrar por la puerta trasera a la Casa del Conde Rul, hay un templo con dos pequeñas pintas hechas con plantillas. Una dice: La única iglesia que ilumina es la que arde. La otra, menos anarca, alude a la prohibición de las caricias en público que se le ocurrió a algún alcalde panista: Ya puede besar a la novia.

La construcción de la casa fue ordenada por Antonio de Obregón, conde de La Valenciana, una suerte de Carlos Slim de finales del siglo XVIII, pues su fortuna se calculaba en 2 por ciento del producto interno bruto (PIB) de la Nueva España. Fue la dote de su hija, quien se casó con Diego Rul, un aventurero de Málaga que combatió al generalísimo José María Morelos en el sitio de Cuautla y que compró su título de conde.

La leyenda cuenta que su mujer, la condesa, vivía enojada por la vida licenciosa del marido, y que su triste manera de rezongar era salir, rumbo al templo, por la puerta trasera de la casa, la misma por donde ingresará el Papa al inmueble. Es difícil que haya sido así, porque al terminar el ahora llamado Callejón de la Condesa la mujer debía pasar por enfrente de la casa y luego atravesar la plaza para así llegar al templo donde rezaba sus desgracias.

A pesar de que combatió al ejército insurgente, y por tanto se ganó su odio, los independentistas respetaron el escudo del conde de Rul, que corona aún la fachada de la casa, sobre los pilares jónicos, las flores y las suásticas.

Muchos años más tarde, la casa perteneció a la familia de Luis I. Rodríguez, guanajuatense de quien el historiador Friedrich Katz escribió: “A costa de una intensa labor diplomática, Rodríguez consiguió firmar un acuerdo con el gobierno de Vichy por el que los refugiados españoles en la parte no ocupada de Francia quedaban bajo la protección del consulado mexicano. El gobierno francés les daría también visas para que pudieran emigrar a México… Poco después de firmar este acuerdo, expiró el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas, y Rodríguez renunció a su cargo, a la vez que todos los altos funcionarios nombrados por el presidente. El hombre a quien Rodríguez dejó en su lugar en Francia para dar cumplimiento al acuerdo signado, y para ayudar a tantos refugiados como pudiera, fue su cónsul general, Gilberto Bosques”.

José Luis Lara recuerda que siendo muy joven le tocó entrar al vestíbulo de la casa, cuando aún pertenecía a la familia Rodríguez: En la recepción había un enorme cuadro que representaba la victoria del general Jesús González Ortega sobre los conservadores de Miguel Miramón en Silao.

La Casa del Conde está, para seguir con los ecos de la historia, en una calle llamada Benito Juárez. Un poco más abajo, frente al templo de Nuestra Señora de Guanajuato, de la fachada de un edificio municipal sobresale una máscara del Benemérito y enfrente, a unos pasos, hay un busto del hacedor de la separación Iglesia-Estado, que hoy luce arreglos florales dejados ahí por una logia masónica y por el comité local del Morena.

Muchas de las banquetas del centro de Guanajuato, de suyo estrechísimas, están desde el miércoles inservibles para los peatones, pues ese día varios camiones descargaron ahí las vallas metálicas –esa próspera industria sexenal– que servirán para contener a los feligreses deseosos de acercarse al jefe de la Iglesia católica.

En México hay mucho más que violencia

Para cumplir con fidelidad su vocación de comunicadores, los reporteros deben ser multiplicadores del mensaje del papa Benedicto XVI y portadores de buenas noticias, porque en México hay mucho más que violencia, según dijo el nuncio apostólico, Christophe Pierre, al bendecir, con casa llena, la sala de prensa internacional que dará servicio a centenares de medios durante la visita papal.

Borradas las fronteras entre la autoridad civil y la eclesiástica, al acto asistieron el presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), Carlos Aguiar Retes, y el arzobispo de León, José Guadalupe Martín Rábago, así como el gobernador del estado, Juan Manuel Oliva, y los presidentes municipales de León, Guanajuato y Silao. Ante los gobernantes, que no han escatimado esfuerzos ni recursos públicos para que la visita papal sea exitosa, Pierre aseguró que en los cinco años que lleva aquí ha constatado que en México hay mucho más que violencia; hay deseos de vivir en comunión.