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Presentaron Una mirada documental, libro de Alberto del Castillo sobre el fotógrafo

Mi archivo es un laberinto tridimensional; soy lo que capté y vi: Rodrigo Moya

Explorar esa mina fue buscarme a mí mismo, dijo en el Centro Cultural Bella Época

El artista posee una reflexión muy lúcida e intelectual, señaló el autor de la investigación

Foto
El fotógrafo Rodrigo Moya, la noche del martes, en el Centro Cultural Bella ÉpocaFoto José Carlo González
 
Periódico La Jornada
Jueves 15 de marzo de 2012, p. 5

Durante una treintena de años Rodrigo Moya se alejó de la fotografía, y sólo hasta hace poco más de una década, a instancias de su esposa, decidió meterse a su archivo, un laberinto o mina tridimensional, del que, gustoso, no ha podido salir.

Así lo dijo el destacado fotógrafo durante la presentación del libro Rodrigo Moya: una mirada documental, investigación de Alberto del Castillo Troncoso coeditada por Ediciones El Milagro, el Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México y La Jornada.

Es un archivo que, en primera instancia, trato de ver como una visión de mí mismo, de lo que fui y de lo que había hecho. Soy lo que fotografié y lo que vi, esa es la suma de Rodrigo Moya. Explorar esa mina tridimensional, ese laberinto con pozos y pasadizos, fue buscarme a mí mismo, dijo la noche del martes en el auditorio del Centro Cultural Bella Época, del Fondo de Cultura Económica.

Una relación muy luminosa

Rodrigo Moya, que como los otros participantes reconocieron el apoyo y trabajo de Susan Flaherty, su esposa, agradeció a todos los que colaboraron en el proyecto, incluida La Jornada, a la que consideró mi casa editorial y refugio ideológico.

Dijo que al principio tenía una idea de su archivo como un laberinto que no conduce a ninguna parte. Luego lo vio más bien como una mina abandonada, llena de tiros, de galerías secretas. Y más adelante, como un laberinto tridimensional que mezcla imágenes generadas por circunstancias diversas de manera muy caótica.

Moya reconoció el trabajo conjunto con Del Castillo, una relación muy luminosa que le ha enseñado a ver, como otros especialistas, su propio archivo. Me permiten ver más a fondo lo que es el mundo de un fotógrafo y también a entender la fotografía de otros colegas.

Del Castillo dijo al fotógrafo: Llegamos Rodrigo, por fin, en alusión a los años de trabajo compartido. Y tras destacar que el libro es resultado de un esfuerzo colectivo de personas e instituciones, reconoció el privilegio de conocer y trabajar con Rodrigo Moya.

Comentó que el de Moya es un archivo vivo, listo para más consultas, aparte de la suya y de otros investigadores anteriores a él, como Alfonso Morales. Y se refirió a su trabajo escrito en un año y procesado durante 10: Combinó un diálogo muy afortunado entre lo que sería la pesquisa propia de muchas horas en el archivo, que constantemente ofrecía nuevas joyas, hasta la historia oral, la posibilidad de entrevistar a Rodrigo, de atender a su propio discurso.

Agregó que son pocos los fotógrafos que también tienen una reflexión muy lúcida, densa e intelectual, en el mejor sentido del término, de su propio trabajo.

Del Castillo compartió una de las características del libro: Una investigación que desde el principio se planteó un reto muy complejo: insertarse en la lógica de trabajo del propio fotógrafo, discutir con él no sólo las fotografías afortunadas, sino también las secuencias completas de trabajo para acercarse a una idea global.

Esa intención de comunicación con el fotógrafo, dijo, también se buscó con el editor, Pablo Moya, de El Milagro. De ahí las dos posibles lecturas: la historia social y cultural sobre el mundo priísta de los años 50 y 60, de un sistema político autoritario, pero con vertientes extraordinarias en, por ejemplo, política exterior progresista. Y la historia de la fotografía, como una reflexión de la cultura visual sobre la mirada estética y la visión del mundo del fotógrafo.

La periodista Adriana Malvido dijo que Del Castillo seleccionó del archivo, integrado por unas 40 mil imágenes, en su mayoría tomadas entre 1955 y 1968, una serie de fotorreportajes a partir de los cuales el lector puede dialogar con Moya.

La investigadora Rebeca Monroy señaló que el resurgimiento de Moya desde hace una década ha sido una importante aportación a la fotohistoria nacional.

Déborah Dorotinsky, también investigadora, agregó que el libro es una admirable provocación a seguir excavando en ese archivo.