Opinión
Ver día anteriorViernes 24 de febrero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Chihuahua: de los rarámuri

A muy pocos parece interesarles qué significa ser indio, vivir su vida y su cultura, padecer sus afanes y gozar sus ilusiones. Esto nos impide ser el país que debemos ser.

Guillermo Bonfil

“R

ayenari, tú eres el padre, te reverenciamos cuando apareces en el horizonte; con todo tu poder, luz y calor llenas de brillo el mundo. Ya se ha ido a descansar nuestra madre, la luna Metsaka, que es blanca y pura. Por eso sacrificamos gallos blancos, borregas blancas, chivos blancos, vacas blancas y haremos el ‘Tonári’. Cuando hay que hacer las ceremonias, aparece un niño bajando del cielo y pide que lo veneremos. No se vaya a enojar el sol, se desplomará y nos apachurrará a todos, o habrá sequía porque no deja el agua caer y tendremos hambre. Con la ‘tesguinada’ haremos la fiesta. En la noche, en medio del bosque, llevaremos a los cielos nuestra oración elevados con el hermano ‘peyote’ y, sonarán los tambores con la fuerza del Tarahumara. Cuando empiece a brillar el sol, nuestro padre, regaremos con plumas de ave el tesguino, para limpiar todo y honrarle. El lucero de la mañana ‘Chirisópori’, aparece, y con su presencia avisa que hay que cantar y bailar.”

Las mujeres se juntarán en un círculo, hay una fogata en el centro. Están hincadas y con la frente pegada al suelo. Un rarámuri empieza los toques misteriosos y místicos del tambor. Levantan su cuerpo y quedan en cuclillas y se canta el Yúmare o Paloma. Repite por un grupo de voces tres veces Yúmare, Yúmare, Yúmare y el último Yumaréee... Se van uniendo otras en la misma melodía tiste y fervorosa en un tono más alto y otro grupo, en otro más agudo aún. El tambor dar un toque final y empieza la danza. Se ponen de pie y al compás de tan tan, tan tan, taca-taca, tan tan, hacen cuatro pasos fuertes en su lugar y con otros seis siguientes avanzan. Las coreografías son mandála. Dibujan en el suelo una rueda, el sol; después una estrella, cruzándose velozmente para hacer los picos, otra rueda que deshace la estrella y forma la luna, entonces quedan hincadas en un círculo que es el sol, y cantan el final del Yúmare. A la luna, que es la madre, le piden por sus familias, sus hijos, su cosecha para comer suficiente, por sus borregos para hilar su lana y hacer sus cobijas. Que los proteja de los teregatigame o seres del inframundo o evítare, especie de lodo que es mierda.

Porque hay seres en su mitología acuáticos, atmosféricos, que habitan en los bosques o en las cuevas. Las goreínakas, o estrellas fugaces, son premonitorias, el canto del búho les suena a muerte. Los seres imaginarios pueden también parecer humanos. Para proteger a los niños les hacen collares con trocitos de palo mulato. Los brujos malos sukurúames, causan penas o enfermedades. Los curanderos o sacerdotes huellean al mal con sueños de gran poder mágico. Enormes gigantes habitan también en las montañas y se alimentan de los niños. Las víboras son seres de culto, pues algunas son seres cosmogónicos que se transforman en ellas. Los sabios los reconocen y les hablan, a ellos no los pican.

La sukiki es una piedra que tiene vida. Es blanca, ovalada, con labios rojos y vuela. Esa no les hace nada a los chabochis o blancos, sólo a los tarahumaras. También sólo ellos ven las cosas sobrenaturales y las conocen. Así como la naturaleza, con la que conviven. Saben todo de los astros, de la fauna, de la flora y de los fenómenos naturales.

Mantienen los rarámuris un perfecto equilibrio con el cosmos, la naturaleza y las relaciones con los otros seres humanos.

Su alimento cotidiano es el maíz, frijol y legumbres, casi todas silvestres. El pescado, que también acostumbran, lo encuentran en los lagos y ríos. Pero, para que no sufran, ponen en el agua una yerba que los duerme y entonces los recogen con sus redes. Comen carne sólo en sus ritos y ceremonias.

Es insólito que este grupo humano aún en el siglo XXI viva en esta ignota armonía, con una lengua en la que no existe ninguna palabra agresiva y que en sus aspiraciones no esté la codicia. ¿Sería posible que les aprendiéramos algo de su manera de vivir? ¿Podríamos realizar un cambio cultural en este mundo moderno y enajenante, y obtener esa plenitud de paz y armonía?

¿Será esa la felicidad?

Texto incluido en el libro Jirones de México, de la autora