Opinión
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Melón

Sigo recordando

E

n mi larga trayectoria he podido conocer a muchos soneros en vivo y a todo color. Gracias a un diplomático guatemalteco llamado Guillermo Shur pude, en 1951, empezar a escuchar lo que estaban haciendo en la gran manzana y comenzar a familiarizarme con nombres de orquestas y soneros que empecé a distinguir como escuela Nueva York.

Más tarde, en 1952 para ser exacto, al ingresar a la orquesta de Chucho Rodríguez ya habían llegado a México grabaciones de la orquesta de Pupi Campo, con arreglos de Tito Puente en marca Columbia. La distribución era muy esporádica y no nos permitía estar al día, pero puedo decirle, mi enkobio, algunos títulos y nombres de soneros, como Bobby Escoto, Vitín Avilés, Tito Rodríguez, con números como Estás frizao, Piérdete y Río la yagua. Estas grabaciones se podían conseguir en la tienda de regalos Nieto, que estaba en avenida Juárez, esquina con San Juan de Letrán, ahora Eje Central.

Y ahora va de cuento. En 1949 Los Guajiros del Caribe habíamos alternado en el Club France con la orquesta de Ernesto Riestra y su cantante Vicentico Valdés, de quien recibí elogios que todavía agradezco. En ese año hubo un cuadrangular y vino el Vasco de Gama que goleó al León. Al terminar el juego me encontraba comiendo tacos en el puesto del Charro cuando pasó Vicentico por ahí. Me reconoció y me invitó a pasar por su casa, porque partía para la Unión Americana y quería regalarme algunos arreglos musicales.

Al poco tiempo llegaron discos de Tito Puente y su conjunto, cantando Vicentico, entre estos uno que me encantó, Soy feliz, de José Antonio Méndez, con el estilo de Glen Miller. Según mi punto de vista Mr. Bridge se la comió y, por supuesto, también Vicentico.

Cuando llegué a Nueva York, en 1976, la primera grabación en que hice coro fue con Vitín Avilés y otro más del que ya cerré el capítulo. Fue por invitación de Luis Ramírez para un grupo llamado Martínez y Nébula. Tiempo después nos encontramos en Los Ángeles en una actuación de Vitín, que también sirvió para una entrega de premios. Tuve la oportunidad de conocerle otra faceta: la de cuenta chistes, y puedo decirle, monina, que lo hacía muy bien. Hay un disco en que Vitín y Tito Rodríguez cantan juntos y es porque en las charangas y en el chachachá, así debe ser. Puedo decirle, mi asere, que está por la maceta.

No puedo dejar pasar la oportunidad de contarle, bonko, de Eladio Peguero, Yayo el Indio, quien por desgracia se hizo más conocido como coro. En mi opinión fue desperdiciado, pues tenía una calidad digna de admirarse, pero en este negocio suceden cosas increíbles. También conocí en Los Ángeles a Nacho Sanabria, quien llamó mi atención por lo que le escuché, en especial, un bolero de los Cuates Castilla, Cuando ya no me quieras, y a Yayo, Si no eres tú, que me tocó la fibra de la nostalgia en mis años de exilio, que fueron 15.

Hay otro al que el público parece que ya olvidó su nombre: Santos Colón. Trabajó muchos años con Mr. Bridge y lo conocí en mi primer viaje a my frome (así le digo a Los Ángeles). Por fortuna, todavía tengo algunas grabaciones de Santitos para gozar con él.

Aquí en nuestro país tenemos muchos refranes que son la neta del planeta, por ejemplo, Una tamalera no puede ver a su compañera. Últimamente, esto puede aplicarse al ámbito sonero, porque en lo que los más viejos de la comarca llaman la época de oro del son cubano, el personal era otra cosa. Cada uno sabía su lugar, y aunque aparecía un despistado de vez en cuando, no faltaba quien lo pusiera en su sitio. Generalmente se trabajaba siete noches a la semana, porque había también salones de baile, programas de radio, grabaciones y fiestas particulares, que los que tenían más saliva tragaban más pinole.

Aquí van nombres de soneros mexicanos, como decía Humberto Cané, de tres pares de... Usted, póngale lo demás, mi querido bonko: Lalo Montané, Tony Camargo, Mario Robledo, Julio del Razo, Cabezón Téllez, Eduardo Lara, Panchito Morales y fueron con el tiempo apareciendo más, como El Chato Flores. A todos los admiré, por tanto, lo de los tamales siempre fueron con atole, porque esta música es para gozarla y no perder el tiempo en envidia. Que eso de soy el mejor, déjenselo al público, que es el que tiene la última palabra. Además, los soneros de antaño sabían latín, latón y lámina acanalada. Debo confesarle, mi enkobio, mi anhelo por un repunte de la música que levanta muertos, para que se pueda escuchar en más fuentes de trabajo y así surjan soneros para llenar los huecos que existen hoy día.

Para despedirme les recomiendo una librería que esta por la estación del Metro Miguel Ángel de Quevedo, donde se encuentran discos de Clave y Guaguancó, Muñequitos de Matanzas y uno que me regaló la maestra del grupo Yoruba Andavo, que está de bala. ¡Vale!