Opinión
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Jazz

Jorge Cristians 1953-2012

D

espués de tres años de lucha contra el cáncer, el maestro Jorge Cristians falleció el pasado 18 de enero en la ciudad de México, adonde arribó hace 34 años desde su natal Argentina, para radicar y articular aquí sus intenciones de vida, familia y carrera artística.

Pocos músicos han sido tan requeridos y respetados en la historia reciente de nuestra música en general y de nuestro jazz en particular. La amplitud de sus esquemas, la elegante picardía de sus alientos… su versatilidad; todo se conjugaba para que los saxofones de Jorge, que igual hurgaban entre las coordenadas del jazz, el tango o la electrónica, fueran siempre una luz esencial en las líneas de la melodía.

Con igual aplomo se recetaba una balaba de Errol Garner que improvisaba en la furia o las huellas de Wayne Shorter… o de cualquiera que estuviera enfrente. Además, por supuesto, de sus excelentes composiciones, que ya proponían desde el título mismo, como el Estandarcano, del trío GEA, o aquel célebre Cibertango, con el grupo Jazztlán, por mencionar sólo dos de ellas.

La columna vertebral de sus alientos –ya con Freddy Marichal, ya con César Olguín o con GEA y Jazztlán– gravitaba generalmente en los saxos tenor y soprano, aunque eventualmente lo llegábamos a escuchar en el alto (con Julio Revueltas) o en el barítono (con Gerardo Bátiz). El punto es que Jorge se sostenía invariablemente bien en cualquier diálogo y en cualquier tesitura. Todo mundo lo buscaba. Además de los ya mencionados, sus líneas figuraron al lado de gente como el Hopalong, Fernando Toussaint, Magos Herrera, Margie Bermejo, Paco Rosas y, más recientemente, con Muros de Agua.

Jorge Cristians nació el 6 de diciembre de 1953 en Buenos Aires. Poco después se mudó a Santa Fe. Estudió en el Instituto Superior de Música de la Universidad Nacional del Litoral. Ahí, a los 21 años, formó su primera banda: Fata Morgana, integrándose a las corrientes del jazz rock.

En diciembre de 1978, de la mano de Cristina Mizahua, llegó a la ciudad de México. Ambos querían alejarse de la dictadura militar, pero además él quería continuar sus estudios en Berklee y ella, artista plástica, pretendía estudiar muralismo en el Distrito Federal. Ninguno de los dos concretó estos planes, pero se quedaron a vivir en estas tierras y en 1982 contrajeron matrimonio.

Su primer grupo en México, Ensamble, lo integró con Claudio Enríquez al contrabajo y Gonzalo Salazar en la guitarra, llegando así a la final del primer (y único) concurso de jazz de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). A fines de los años 80 formó GEA (Grupo Electro Acústico) con César Olguín en el bandoneón y Pancho López en el bajo, aunque de buenas a primeras el proyecto se convertía en un quinteto de jazz-tango. Esto se documenta en el casete Tango contemporáneo y el cedé De Piazzolla en trío. Tiene además dos discos con Jazztlán y cinco con Freddy Marichal, y una rareza de 2005 titulada Elektrik Psylocibe Experience, grabada con el grupo Space Funghi Project y editada exclusivamente en Japón bajo el sello Sirius Records (aquí Cristians aparece con el seudónimo de Capitán Turbina).

En otros terrenos de la composición, realizó música para películas (El bulto), para telenovelas (Cuna de lobos) y hasta el mismísimo himno del Necaxa.

Su hijo Sol comenta: Ninguno de sus hijos nos dedicamos a la música; yo soy biólogo, Azul es médica y Xul cineasta. Como curiosidad, las iniciales de nuestros nombres, en el orden en el que nacimos, forman la palabra SAX... él siempre negó que hubiera premeditación en eso... yo lo dudo.

Freddy Marichal dice desde su cama, donde convalece de un problema en la columna vertebral: Trabajamos juntos desde hace 12 años. Era un compañero muy querido, muy creativo, muy participativo; siempre estaba dispuesto a integrarse y a cooperar, algo que sólo tienen muy pocos músicos.

Alfredo Landa complementa desde Playa del Carmen: “Sufrí la pérdida irreparable de un hermano, parte importantísima de mi vida. En estos años pude compartir su gran calidad musical y humana. El Che, como casi todos lo conocíamos, nos deja un gran vacío. Fue parte fundamental en el sonido de Jazztlán. Vivió en México tantos años, que cariñosamente le decíamos chelango. Te vamos a extrañar siempre”.

César Olguín concluye: “Aníbal Troilo decía: ‘Uno no se muere de golpe, se va muriendo de a poco, con cada amigo que desaparece, y así llega un momento en que de uno no queda nada’. La desaparición física de Jorge nos deja esta sensación. Un tipazo, como pocos. Un músico que supo de los sonidos y los silencios, sobre todo de los silencios, algo no muy común entre los ejecutantes. Silencios que estoicamente llevó y tuvo hasta sus últimos instantes. Soy absolutamente parcial en ello, y tal parcialidad deviene del afecto de años de amistad, de complicidad laboral y de admiración por su quehacer como intérprete, compositor y arreglista, los que me hicieron crecer como músico y persona. Querido amigo, descansa en paz.”