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A la mitad del foro

El desafío del desarrollo

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El PRI encontró en el personaje de Enrique Peña Nieto el liderazgo capaz de llevarlo a recuperar el poder, pero la justicia social no retoma el vigor de origenFoto Carlos Ramos Mamahua
¿Q

ué hacer?, escribió Lenin en vísperas de los diez días que cambiaron al mundo. John Reed venía de caminar junto a Pancho Villa en busca de su revolución. Todo menos quedarse inmóvil. Por el vuelo de la imaginación, o por una de esas coincidencias que parecieran negar causa racional a todo manifiesto político, Andrés Manuel López Obrador repitió la frase de Vladimir Ilich. Y Felipe Calderón se lanzó de cabeza en busca de la pócima mágica para garantizar la continuidad del presente continuo.

¿Qué hacer? Nada, responden los usos y costumbres del gobierno del miedo y la insistencia en que la democracia se agota en lo electoral; en atar bien atado el nudo gordiano que nos libre del pasado autoritario y nos permita seguir dando vueltas a la noria. Apostamos todo a lo electoral, a instaurar un sistema fincado en la desconfianza y en la convicción de que el adversario es portaestandarte del fraude electoral, vicario de la corrupción, incapaz de creer posible una victoria alcanzada por el simple expediente de obtener más votos, contarlos y respetar los depositados en la urnas en favor de otros partidos. Falta la tensión del desafío a lo establecido y el debate de ideas contrapuestas sobre lo qué hay que hacer, cómo y cuándo hacerlo para resolver los problemas que aquejan a la cosa pública.

La pobreza, por ejemplo. La profunda brecha de la desigualdad que se perpetúa y se ahonda. Enfrentar los miedos desatados por los inconformes, a los que responde la derecha del mundo entero con las recetas fallidas, la misma medicina a la misma hora: austeridad, menos estado y más mercado; sin regulación alguna del capitalismo financiero a cuyo rescate acuden una y otra vez los gobernantes que dicen representar a la mayoría y representan a los dueños del dinero, al uno por ciento infamado por los indignados. La España que eligió a Rajoy anuncia que se perdieron mil empleos diarios durante el mandato de los derrotados: Pero no dicen que Zapatero y los suyos siguieron las reglas del neoliberalismo-neoconservador.

En Francia, Sarkozy topa con el descrédito, menos de la mitad de los franceses aprueba su función. Hay elecciones presidenciales en este 2012 de pesimismo y búsqueda de respuestas en el misticismo del imaginario colectivo. Llega a su fin el calendario maya y antes de reconocer la renovación, anuncian el fin del mundo como sucedáneo al fin de la historia del hegeliano Fukuyama. No, los marginados cambian de piel; llegan a Chiapas representantes de los que ocuparon Wall Street y se reúnen con indígenas que empuñaron banderas de Zapata y asustaron a nuestros tecnócratas: surgieron los pobres invisibles en el discurso oficial, ajenos a la fantasía del acceso instantáneo al primer mundo. Y en México, como en Francia, hay elecciones presidenciales este año.

Sarkozy se refugia en los apuros de la Unión Europea sacudida por la distintas velocidades y el fracaso común; acude a la retórica social y acata la fatalidad del desmantelamiento del estado de bienestar, al que culpa la derecha española tanto como la ignorante ultraderecha de Estados Unidos de América, los del Tea Party cuyos excesos radicales y religiosos asustan al establishment (así con E inicial, señor corrector) del Partido Republicano. Le Monde recuerda la última campaña electoral de Valéry Giscard D’Estaing: Hablo a los franceses, soy convincente pero ellos no me entienden, se lamentaba el Faraón en 1981. La crispación de la política de austeridad a costa de lo social. Y en México, el miedo al fantasma del antiguo régimen autoritario como justificación para la violencia desatada en el combate al crimen organizado.

Por eso es Felipe Calderón la figura central de la sucesión panista, de un proceso electoral sujeto a la decisión de hacer de la guerra la continuidad de la política por otros medios; judicialización de las campañas, denuncias reveladoras a través del video; resoluciones de tribunales electorales que siembran incertidumbre en lugar de la certeza obligada por su condición de última instancia: Lo de Morelia no amenaza anular la elección de gobernador en Michoacán; tiende la sombra del golpismo sobre la elección presidencial de 2012. Los aspirantes a la candidatura panista combaten molinos de viento del priato que volvió del frío. Mientras Andrés Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto hacen campaña previa a la precampaña.

Pero el PAN apuesta todo al miedo. Una democracia que se autolimita a lo electoral, que condena retóricamente y tolera cínicamente la corrupción, alienta la desconfianza ciudadana en los políticos, en los partidos, en la función misma de gobernar; el desencanto con la democracia misma. Urge dar paso al debate de ideas y a las propuestas de gobierno; presentar al elector, al mandante que hoy se rebela y se declara indignado, opciones a la dura realidad socioeconómica; no ceder a la tentación totalitaria de la guerra inevitable que resolverá si hay o no condiciones para instalar las urnas y celebrar elecciones.

Celebrar el cambio. Siempre es posible y a veces, como en este año de 2012, es indispensable, se diría que inevitable. La confianza se puede recuperar. Hay formas sencillas, como las expuestas por Cuauhtémoc Cárdenas: Corresponde a las autoridades civiles atender a los asuntos de la seguridad y la justicia. Y garantizar la manifestación de la voluntad política. China y Rusia elegirán también nuevos titulares del Poder Ejecutivo este año. La incertidumbre, característica de toda democracia, tiene distintas vertientes en esos dos gigantes de la transición y la transformación histórica después de la caída.

Y Brasil desplazó a la gran Bretaña del sexto sitio mundial en el tamaño de las economías. Dilma Rousseff, sucesora de Lula, escribe en The Economist un artículo que debieran leer los del pasmo político en México: El mundo cambia rápidamente. Experimentamos una inflexión en la distribución global de la riqueza, con un número de países que emergen como nuevos centros de desarrollo económico y social. Brasil es uno de esos centros. Se convertirá en la cuarta economía más grande del mundo en el año 2030, detrás de China, América e India. Lejos de la parálisis, cerca del futuro que vislumbró Stefan Zweig. Lo más importante, añade Dilma Rousseff: “En los últimos ocho años sacamos de la pobreza y elevamos a la clase media a casi 40 millones de brasileños –casi el tamaño de la población de España– con acceso a salud, educación, crédito y empleo formal”.

La izquierda mexicana encontró la voz y López Obrador el cambio de discurso, con énfasis en los valores. Una república del amor no necesariamente refleja los de la mayoría marginada y las multitudes confrontadas con la legitimidad del poder público al servicio de los dueños del dinero.

El PRI de todos tan temido, encontró en el personaje de Enrique Peña el liderazgo capaz de llevarlo a recuperar el poder. Pero la justicia social no retoma el vigor del origen. Y si en el proyecto de gobierno habla de abandonar prejuicios para lograr la asociación de Pemex con capital privado, no reivindica la eficacia de las empresas públicas: y las 13 compañías petroleras más grandes del mundo son todas empresas estatales.

Eso y los pesos y contrapesos de la división de poderes; el Estado laico; la confrontación y desafió en una democracia en la que los representados vigilen y llamen a cuentas a sus representantes. Apenas empieza 2012 en el mundo que cambia aceleradamente. ¿Qué hacer? Todo menos permanecer atados a una rueda de molino con la vista fija en el pasado.