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Toros

Falleció El Saltillense, uno de los fotógrafos taurinos más talentosos del mundo

Orejas y rabo a Diego Silveti por sentida faena a un noble toro de Los Encinos

Encierro cumplidor en varas pero en general deslucido

Alejandro Talavante, pundonoroso

Foto
Diego Silveti cortó orejas y rabo este domingo en la Plaza MéxicoFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 12 de diciembre de 2011, p. a38

En la sexta corrida de la temporada en la Plaza México, en honor de la Asociación Nacional de Actores y de la Virgen de Guadalupe, Guillermo Capetillo, Alejandro Talavante y Diego Silveti enfrentaron un encierro de Los Encinos, bien presentado aunque muy cómodo de cabeza, recibiendo los de Capetillo excesivo castigo y los demás sóciles –neologismo que incluye sosos y dóciles–, a excepción del sexto de la tarde, con el que Diego Silveti bordó sentida faena empañada por un deficiente volapié que mereció el rabo, en ese abaratamiento sistemático de premios en la sede del Cecleta o Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje.

Empeñoso y honrado estuvo el hijo del inolvidable David con su primero, que llegó al último tercio con la cara a media altura pero al que logró meter en muletazos por ambos lados, concluyendo su labor con ajustadas bernadinas –de Bernadó, no de Bernardo– aunque malogrando su labor con la espada y reiterando una deficiente técnica.

Pero con su segundo, Charro Cantor, con nobleza y recorrido más que bravura, que cumplió en varas y al que Diego hizo un apresuradillo quite por orticinas, surgió la magia negra de la lidia al brotar una faena llena de hondura y sentimiento por ambos lados en el que el buen son del toro y el soberbio temple del torero dieron como resultado una mágica obra tauromáquica que honró legiones de padres y de abuelos. ¡Ah, si los toros fueran de la ilusión en vez de bravos!

De nuevo mostró Silveti sus deficiencias al realizar la suerte suprema, pues encoje el brazo e intenta ahondar el estoque al momento de la reunión, sin embargo, como dejara una estocada casi entera, la manirrota autoridad del coso soltó el rabo, para que torero y ganadero dieran triunfal vuelta.

Alejandro Talavante le llega a la gente pero no la lleva a la plaza, habida cuenta de que los diestros importados no necesitan gastar aquí un peso en publicidad. En sus dos toros más el consabido de regalo –¿de la empresa o del torero?– desplegó sobrada técnica, solvencia e imaginación con la muleta. Capetillo fue pero no estuvo.

A algunos seres humanos su sensibilidad les impide deambular con la manada y en su creadora soledad una tristeza íntima los envuelve hasta rebasarlos. Ya podrán los médicos escribir complicaciones gástricas como causa de defunción, cuando el desánimo, la frustración y el desengaño habrán sido el motivo real de la partida.

El sábado por la noche al escuchar los mensajes en la contestadora una voz juvenil informó con escueta serenidad: Padrino, habla Armando chico. Se nos fue el grande. Eso es todo. Y sí, eso fue todo en la sacrificada, gozosa y fructífera existencia del talentoso Armando Rosales Gámez, El Saltillense (Saltillo, Coahuila, 27 de agosto de 1947-10 de diciembre de 2011), uno de los mejores fotógrafos taurinos del mundo y quien hace algunas semanas, con motivo de un sencillo homenaje confió a La Jornada: Cortar dos orejas en Madrid es más fácil que ser valorado en mi tierra.

“Tembló porque se enojó El Salti,”, comentó con apenado humor Carmela Ortúzar, esposa de Curro de los Reyes, amigo entrañable de Armando, que ya no tendrá que tocar puertas ni hacer antesalas ante la inagotable insensibilidad de tantos taurinos, la afición de pacotilla de algunos gobernadores, la ineptitud de funcionarios culturales además corruptos y la mezquindad de museógrafos balines. Gracias a ellos el maestro no pudo ver editado su libro El Saltillense, Tauromaquia, esmerada selección de sus 38 años como fotógrafo.