Opinión
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Ballerinas
¿Q

ué es lo que yace en los pliegues? Los pliegues de los trajes de las bailarinas de ballet clásico y sus cuerpos como los dibujó y pintó Degas. La pregunta la provoca la exposición titulada Degas y el ballet. Retratar el movimiento, abierta en Royal Academy de Londres.

En el suntuoso catálogo hay una cita de Baudelaire: la danza es poesía con brazos y piernas, es materia, graciosa y terrible, animada y embellecida por el movimiento.

Con frecuencia, en las composiciones de Degas con varias bailarinas, sus pasos, sus posturas y gestos semejan letras formales, casi geométricas, de algún alfabeto, donde los torsos y las cabezas de las bailarinas que forman estas letras son recalcitrantes, sinuosos e individuales. La danza es poesía con brazos y piernas...

Degas estaba obsesionado por el arte del ballet clásico porque le mostraba algo acerca de la condición humana en general. No era un maniaco del ballet que buscara un mundo alternativo al cual escapar. La danza le ofrecía un despliegue donde podía encontrar, después de mucha búsqueda, ciertos secretos humanos.

La exposición es vehemente en demostrar los paralelos entre la obra tan original de Degas y el desarrollo de la fotografía o la invención de la cámara de cine. Gracias a la fotografía y el cine se disfrutan los nuevos hallazgos científicos de las secuencias con que los cuerpos animales y humanos se mueven y funcionan. Un caballo que galopa, un pájaro en vuelo, etcétera.

Sin duda alguna a Degas le intrigaban estas innovaciones y las utilizó, pero creo que lo que lo obsesionó era algo más cercano a lo que obsesionaba a Michelangelo o Mantegna. A los tres los fascinó la capacidad humana para el martirio. Los tres se preguntaban si no era esto lo que definía a la humanidad. La cualidad humana que más admiró Degas fue la resistencia.

Miremos más de cerca. Dibujo tras dibujo, pastel tras pastel, pintura tras pintura, los contornos de sus figuras que bailan se tornan, hasta cierto punto, oscuras, insistentes, brumosas, entretejidas. Puede ocurrir alrededor de un codo, de un talón, de una axila, del músculo de una pantorrilla, o de la nuca. La imagen se vuelve oscura ahí, y esta oscuridad nada tiene que ver con una sombra lógica.

Primero que nada es el resultado de que el artista corrigiera, cambiara y volviera a corregir la colocación precisa del brazo o la mano o la oreja en cuestión. Su lápiz o su pastel anota, reajusta y vuelve a anotar con más énfasis el avance o el retroceso del borde de un cuerpo en continuo movimiento –y la velocidad es crucial.

No obstante, estas oscuridades sugieren también la oscuridad de los pliegues o las fisuras; adquieren una función expresiva que les es propia. ¿Que es cuál?

Acerquémonos todavía más. Una bailarina de ballet clásico controla y mueve su cuerpo entero indivisible, pero sus movimientos más dramáticos tienen que ver con sus piernas y sus brazos, que podemos pensar como un par de piernas o un par de brazos. Ambas parejas comparten el mismo torso.

En la vida diaria las dos parejas y el torso viven y funcionan lado a lado, obedeciéndose juntas, contiguas, unidas por una energía centrípeta.

Pero por contraste, en la danza clásica los pares se separan, la energía del cuerpo es con frecuencia centrífuga y todos los centímetros de la piel humana se tiñen de una suerte de soledad.

Los pliegues oscuros, o las fisuras en estas imágenes, expresan la soledad que sintió una parte de uno de los miembros o del torso, que están acostumbrados, cuando no están bailando, a la compañía, a ser tocados por sus partes compañeras, pero que cuando danzan deben ir solos.

Las oscuridades expresan el dolor de una disyunción y la resistencia necesaria para tender un puente mediante la imaginación. De ahí la gracia y la precisión a la que Baudelaire se refería cuando dijo graciosa y terrible.

Ahora miremos los estudios de las bailarinas de Degas que toman un breve descanso –y particularmente aquellos que hizo hacia el final de su vida. Son de las imágenes más paradisiacas que conozco –y no obstante están muy lejos del Jardín del Edén. Tal vez fueron la recompensa imaginativa de Degas.

Mientras descansan, los miembros de las bailarinas vuelven a unirse. Un brazo reposa a lo largo de toda una pierna. Una mano rencuentra un pie que toca; los dedos de la mano empatan con los de un pie. Por un momento, sus múltiples soledades no existen más. Una barba descansa en una rodilla. La contigüidad se restablece con gran gozo. Con frecuencia los ojos están medio cerrados y los rostros son lánguidos, como si rememoraran una trascendencia.

La trascendencia que recuerdan es el propósito del arte de bailar: el fin del cuerpo extremado de una bailarina plena es ser uno con su música.

Lo sorprendente es que las imágenes de Degas puedan capturar esta experiencia, en silencio. Con pliegues pero sin sonido.

Traducción: Ramón Vera Herrera