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Elena Poniatowska presentó Memorias 1933-1966, en el Museo del Estanquillo

Pitol revela a hombres y mujeres como escenarios de comedias o tragedias
 
Periódico La Jornada
Lunes 24 de octubre de 2011, p. a14

Si de algo nos ayuda a darnos cuenta la obra del escritor Sergio Pitol es que también los hombres y las mujeres son escenarios en los que se juegan comedias o tragedias.

Así destacó este sábado su amiga y colega Elena Poniatowska, durante la presentación del libro Memorias 1933-1966, que tuvo lugar en el Museo del Estanquillo, como parte de la undécima Feria del Libro del Zócalo.

Este volumen, editado por Era, es una edición revisada de su mítica Autobiografía precoz, publicada en 1966, en la que el autor veracruzano, a sus entonces 33 años, evoca y reconstruye viajes, libros, primeras amistades, pasiones permanentes desde aquella época.

Acompañada en la presentación por el también escritor Mario Bellatin, Elena Poniatowska destacó que no obstante lo difícil que es contarse a sí mismo en una autobiografía, varios son los autores mexicanos que lo han hecho: Carlos Monsiváis, Salvador Elizondo y el propio Pitol, entre ellos.

De todas esa memorias, aseguró que con la que más se identifica es con la del autor veracruzano, porque, al igual que él, vivir y escribir resultó lo mismo, y más ahora que no les hago falta a mis hijos, porque ya crecieron y, por tanto, prevalece la escritura.

A lo largo de su vida, Sergio Pitol ha permanecido al margen de modas y de grillas, apasionado de sus amigos, sus recuerdos y de sus libros, además de que sus preocupaciones políticas hicieron de él un joven izquierdista, destacó Poniatowska.

De la boca de su abuela, de sus palabras en la noche, de ese puente humano viajó hacia otras aguas y río arriba remontó la corriente; braceó de las masas burocráticas que salen a las cinco de la tarde; atravesó de un lado del río a la otra orilla; se internó a la Selva Negra; tradujo a China, Polonia, Hungría y demostró, como antes lo hizo Luis Cardoza y Aragón, que su ideal de vida era escribir sólo de lo que le gustaba o llamaba la atención.

Foto
Pitol firmó algunos ejemplares para sus lectoresFoto Roberto García Ortiz

Sobre el libro presentado, la autora de Leonora aseguró que se trata de una travesía en la que el escritor cuenta su propio cuento, el que nos contamos todos, el que viaja a nuestro lado a lo largo del tiempo.

Llama la atención, subrayó, que los cuentos de Pitol sean siempre uno dentro de otro, recuerdos dentro de otros recuerdos, autobiografías revisadas que le van descubriendo poco a poco lo que él mismo es. Nunca nada es directo, uno debe rasgar el sobre para encontrar el contenido.

La clave para entender su obra fue dada por él mismo a Margarita García Flores, a quien le dijo: Por lo general, cuando escribo un relato hay una zona de vacío, una especie de curva sicológica que no me interesa llenar, citó la colaboradora de La Jornada.

“A Margarita y a mí –prosiguió– nos enseñó que escribir es engarzar reflejos, nos hizo ver que su prosa es una trenza de hilos, un tejido de asociaciones y reflexiones, un surtidero de imágenes; nos obligó a llevar su libro puesto como túnica, a meternos a ese lúgubre bar de Varsovia, a buscar el horizonte frente al mar de Polonia, a extrañar a Juan Manuel Torres y a darnos cuenta de que también los hombres y las mujeres son escenarios en los que se juegan comedias o tragedias”.

Por su parte, Mario Bellatin refirió una anécdota de un viaje a Cuba que compartió con Sergio Pitol, quien regresaba a la isla después de muchos años de su primera visita, en busca de un muñeco, el cual pensaba adquirir a cambio de toallas, trueque que finalmente nunca se concretó, luego de que las toallas habían perdido su incomensurable valor de antaño.