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¿La Fiesta en Paz?

Los verdaderos abolicionistas de la fiesta de toros en Barcelona

Similitudes con México

L

os taurinos en particular y los aficionados a los toros en general se parecen a los golfistas, a los ministros religiosos y a los políticos por lo menos en dos cosas: una, creen que su tema de conversación, invariablemente relacionado con su actividad o afición, es el único que hay, y dos, que ninguno de ellos es capaz de reconocer su parte de responsabilidad en el rumbo de la fiesta brava, del golf, de las iglesias o de la (mala) política y sus consecuencias. Tienen la fea costumbre de no revisarse y de echarle la culpa al otro de cuanta estupidez cometen.

Así, al decir de las iglesias es la pérdida de valores lo que tiene al mundo de cabeza y no los valores que éstas han impuesto durante milenios. Según los inefables políticos, el terrorismo y la delincuencia organizada son hoy el enemigo a vencer, por lo que se seguirá invirtiendo más en armas que en educación y empleo. Y en orondo sentir de los apasionados del golf, más presuntuosos entre más subdesarrollado es su país, los pobres morta- les que no lo practican simplemente no existen.

Por su autocomplaciente parte, los taurinos (los que viven del negocio de ese espectáculo) y los aficionados (analíticos o villamelones, pero quienes en teoría hacen posible ese negocio) descubrieron que los otros, los antitaurinos, los protectores de mascotas, los separatistas de Cataluña y nacionalistas sudamericanos son la gran amenaza para la fiesta de sus amores y la verdadera causa de sus males. De lujo tamaña percepción.

¿Quiénes prohibieron la fiesta de toros en Cataluña? ¿Los 180 mil firmantes? No. ¿La subvencionada plataforma Prou! (Basta!) que llevó la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) ante el Parlamento catalán? No. ¿La fundación del suizo Franz Weber patrocinada por trasnacionales de alimentos para mascotas? No. ¿El argentino radicado en Barcelona, Leonardo Anselmi, eficaz operador de la citada fundación? No. ¿Los diputados neofascistas que prefirieron prohibir una tradición a fortalecer la democracia? No. ¿Los separatistas catalanes? No. Entonces, ¿quiénes?

¡Taurinos y aficionados!, y no sólo de Cataluña, sino de todo el país. En efecto, gremios, asociaciones, peñas, televisoras, académicos, periodistas, autoridades y demás personas involucradas con la tradición taurina o con el espectáculo nunca mostraron verdadero espíritu de unión en torno a la fiesta de España, ni tuvieron la precaución de monitorear áreas de riesgo en cada comunidad y aplicar mecanismos de dinamización en ciertas plazas, entre otras la Monumental de Barcelona, hace más de cuatro décadas en manos de su desaprensivo y autorregulado propietario Pedro Balañá Forts, más aficionado a tener cines y teatros, y quien dejaba el bello coso no a promotores capaces, sino a quienes le aseguraran la renta más elevada independientemente del manejo que hicieran del espectáculo.

Balañá Forts, hijo del talentoso Pedro Balañá Espinós (1883-1965), no sólo ignoró la débil presión de la afición catalana, sino que además no tuvo inconveniente en que sucesivos gerentes, sin promoción y con carteles de escaso atractivo, fueran sacando de la plaza al racional y exigente público taurino de Barcelona que, como en casi todo el resto del mundo, no se desgañitó para exigir sino que en silencio rumió la ofensa y dejó de asis- tir a la plaza. Igualito que aquí, pues. Esta indiferencia enorme de autoridades, taurinos y aficionados resulta más censurable luego de que la plaza de Las Arenas, en la misma ciudad condal, tras 77 años de existencia, fuera cerrada por Balañá Forts y convertida en centro comercial.

Entonces, un propietario sin interés por conservar un prestigio taurino, empleados sin imaginación, ausencia por más de tres décadas de una figura con verdadero arrastre, una perversa manipulación de la modernidad con el pretexto de la incorporación de España a la Uni- ón Europea, partidos políticos oportunistas, cierto revanchismo de taurinos hacia la plaza que en otro tiempo fuera la más importante del mundo, más otra coyuntura separatista y, al último, los antitaurinos, lograron la prohibición del espectáculo de toros en Cataluña, a cuyos aficionados sólo les quedó gritar ¡libertad!, ¡libertad! el domingo pasado, excepto para cuestionar y mejorar un concepto de fiesta de toros cada día más endeble. Es la ira del dios Tauro, pero los taurinos del mundo se empeñan en ignorarlo.