Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de septiembre de 2011 Num: 864

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Dakar
Francisco Martínez Negrete

Las fuentes Wallace
Vilma Fuentes

Mayúsculo que
es minúsculo

Emiliano Becerril Silva

De formato mayor
Juan G. Puga entrevista
con Pablo Martínez

Ricardo Martínez,
un proceso creativo

Ricardo Martínez
nos observa

Juan G. Puga

El error cultural y las facultades musicales
Julio Mendívil

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Hugo Gutiérrez Vega

Neorrealismo en casa de Manuel Puig

En las calurosas noches del Río de Janeiro de los primeros años de los ochenta, en la casa de Male y de Manuel Puig en la arbolada calle Aperana, nos reuníamos para hablar de cine y ver películas de la inmensa colección que Manuel había formado a través de los años y de los intercambios con cinéfilos de todo el mundo. Male y Lucinda bebían una copita de Benedictine, y Manuel y yo, abstemios convictos y confesos, nos bebíamos un vaso de refresco de maracuyá. Nos salíamos del mundo real para entrar a otro mundo real de manera diferente: el del cinematógrafo. Durante varios meses nos dedicamos al cine italiano. Partimos de la descomunal Cabiria, reímos con los relojes de pulsera de los soldados romanos del culebrón fascista defensor del nuevo imperio: Escipión el africano (el editor debe haber ganado un premio de humorismo involuntario, de descuido burlón o de apresuramiento burocrático), y nos gustó La corona de hierro, tanto por la presencia de Isa Miranda como por la particella cumplida por el famoso boxeador Primo Carnera. Mario Camerini y sus decadentes películas de telefono bianco (su galán fue Vittorio de Sica) nos hizo gozar con sus ingeniosas aventuras melodramáticas y Lattuada nos obsequió varias películas precursoras del neorrealismo que, gracias a la habilidad del realizador, lograron pasar la censura fascista. Recuerdo la noche en la que Gino Cervi nos regaló una actuación inolvidable en Cuatro pasos en las nubes, de Blasetti. (Hace algunos años, el señor Arau hizo un remake del filme italiano y, tramposamente, apenas mencionó su fuente de inspiración. El despropósito de Arau tenía como fondo un viñedo mexicano en el Napa Valley californiano. Su folclorismo era nauseabundo y se hacía patente en la burlona actuación de Anthony Quinn.)

Dedicamos muchas semanas al incomparable neorrealismo. Volvimos a llorar con Ladrones de bicicletas y El limpiabotas; nos conmocionó Aldo Fabrizzi en Roma ciudad abierta, de Rossellini quien, además, recorrió con su angustiada cámara las ruinas de Berlín en Alemania año cero. De Sica nuevamente nos obligó a llorar con su entrañable Umberto D, uno de los dramas esenciales de la historia del cine y nos puso a llorar y a reír con Milagro en Milán y su personaje solidario y optimista, el humanísimo Totó (en este nombre se oculta un homenaje al conde Napolitano Totó, cómico lleno de originalidad y de bondad). Bellísima, Obsesión, La tierra tiembla son las principales aportaciones de Visconti al neorrealismo, mientras que, entre todas las películas humorísticas a la italiana, brilla con luz muy especial Los desconocidos de siempre, del inteligente Mario Monicelli. Nuestro ciclo incluyó algunos valiosos remanentes del neorrealismo, como La larga noche del 43 y El proceso de Verona (el conde Ciano, yerno del farsante y criminal Duce y la hija del dictador, Edda, recreada por la bellísima Silvana Mangano, fueron el tema de la película). Cerramos el ciclo con varios homenajes. Uno de ellos fue dedicado al Visconti de Il Gattopardo. Nos sabíamos de memoria diálogos enteros y los decíamos en voz alta. Alabábamos la interpretación del prodigioso cirquero Burt Lancaster, convertido en un perfecto Príncipe Salina (su esposa, la Morelli, se persignaba antes de hacer el amor y ponía cara de mártir en el circo romano). Paolo Stoppa, Serge Reggiani y, sobre todo, Alain Delon y Claudia Cardinale, hermosos y bien dirigidos por el maestro Visconti, fueron algunos de los miembros de un reparto excepcional.

El ciclo nos dio pie para recordar los grandes momentos del cine italiano (que anda muy cariacontecido, como toda la Italia del detestable ricachón y cínico Berlusconi). Terminamos nuestro memorioso ciclo con la primera película de Bertolucci, Prima della rivoluzione. A la distancia la siento como una pionera de los movimientos indignados que ahora recorren a nuestro convulsionado mundo.

Salíamos de Vía Aperana pasada la medianoche. Male y Manuel nos despedían en la puerta de su casa, mientras el mar de Río de Janeiro, como el de Valéry, siempre estaba empezando.

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