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Dádivas y propinas, impuesto cotidiano por vivir en la ciudad

Ahí le echa un ojito a mi coche, ¿no poli?”, dice un joven mientras da una moneda

Ya sea en la calle o en el transporte público, los pedigüeños son parte de la urbe

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Limosneros y franeleros son algunos de los personajes que pueblan las calles de la capital y que se dedican a pedir dinero a los transeúntesFoto Cristina Rodríguez y Guillermo Sologuren
 
Periódico La Jornada
Jueves 22 de septiembre de 2011, p. 37

Para salir de casa y vivir en la ciudad hay que pagar. Unos pesos para el que chifla, mueve la mano y nos deja ocupar un lugar en la calle, para el que abre la pluma al salir del mercado, para recoger el auto en un restaurante, al pagar la gasolina, al observar en una esquina a un hombre que hace malabares, e incluso para estacionarse mal: “ahí le echa un ojito, ¿no jefe?, nomás en lo que me bajo rapidito al banco”, suplica a un policía un automovilista que se estaciona en doble fila.

¿Impuesto informal? ¿Solidaridad? ¿Derecho de piso? No sé, no se me había ocurrido pensar cuánto gasto en esas cosas todos los días, asegura Manuel, mientras entrega unas monedas a un muchacho que quita una cubeta para que él ocupe un lugar en las inmediaciones del tianguis ubicado sobre la calle de Sullivan, colonia San Rafael, delegación Cuauhtémoc.

Esta economía informal se alimenta por igual de automovilistas, usuarios del transporte público y peatones. Sólo hace falta salir y requerir algún servicio por el cual, usualmente, no se tendría que pagar.

En la ciudad se da propina por todo, asegura un ama de casa que entrega sus bolsas de basura en el camión recolector. Yo siempre les doy sus pesitos. También al barrendero cuando me lo encuentro y a una viejita que está siempre en la esquina, comenta.

En el caso de los peatones, el desembolso de unas monedas puede implicar una extorsión: Nosotros no le venimos a echar el cuento de que recién salimos del reclusorio, ni que somos adictos en recuperación, grita un joven robusto, semirrapado, que se sube al microbús y camina poco a poco por todo el pasillo, mientas su acompañante se queda junto al chofer.

Nosotros venimos solicitándole respetuosamente una moneda, la que usted nos quiera regalar, la que no afecte su economía. Aunque las palabras son amables, hay un tono amenazante en ellas. Un joven con audífonos se los quita y los guarda rápidamente en su mochila.

Buena parte de los pasajeros de la ruta 3, que corre de Chapultepec al aeropuerto, entregan monedas, algunas de 5 y de 10 pesos.

Es que es mejor darles algo a que nos saquen la pistola, lamenta una señora, mientras guarda un monedero verde en forma de rana.

Pero no sólo se trata del miedo, sino también de la compasión. En cualquier parada se sube un hombre o una mujer y literalmente avienta sobre las piernas de los pasajeros paquetitos de dulces o imágenes de santos con un letrerito: Disculpe las molestias que esto le ocasiona. Soy sordomudo y vendo esto para ayudarme, $5. Que la Virgen lo acompañe en su camino. Varios pasajeros vuelven a desembolsar unos pesitos.

Pero tampoco hace falta subirse a algún transporte. Una pareja joven camina por la Alameda Central, cuando de pronto un muchacho se acerca a ellos y tira una rosa envuelta en celofán sobre las manos de la mujer. Ándale, mano, regálale una rosa a la dama, sólo 10 pesos. El joven contrariado, ante la ya entregada rosa, saca una moneda de su bolsillo y la entrega. La lista es interminable.