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El G-20, de nuevo
E

n mi artículo de hace dos semanas argüí que la economía global se encuentra en los inicios de una nueva fase de recesión generalizada, cuando aún no supera la resentida entre finales de 2008 y principios de 2010. En el ínterin, se han acumulado los indicios en este sentido: en el segundo trimestre de 2011, en casi todos los países avanzados la actividad económica se desaceleró y la desocupación se mantuvo en niveles comparables, si no mayores, a los que se observaron durante la crisis. Con la evidencia de la recaída inmediata se confirmó una perspectiva aún más negativa que la apreciada a principios de año, no sólo para el bienio inmediato sino para la primera mitad del decenio. Tanto la coyuntura como la perspectiva de mediano plazo aconsejan un marcado cambio de énfasis en la orientación de la política económica: dejar de privilegiar la consolidación fiscal, como en forma prematura y contraproducente ha venido haciéndose desde finales del año pasado, y poner en marcha un segundo conjunto de estímulos fiscales, monetarios y financieros para reanimar la actividad económica, sacándola de su actual postración y contribuyendo a la creación de más empleos. En este sentido, sería importante que el G-20 asumiera de nuevo el papel que jugó en 2009 y 2010: estimular políticas anticíclicas oportunas, suficientes, efectivas y, de preferencia, coordinadas. El G-20, de nuevo.

Varios desarrollos recientes apuntan en ese sentido. En Estados Unidos –del comportamiento de cuya economía y sector manufacturero depende umbilicalmente la evolución mexicana– el deterioro ha sido particularmente severo. Así lo confirmó la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO) al actualizar, el 24 de agosto, la perspectiva económica y presupuestal del país. La CBO espera que, por varios años, el crecimiento real del PIB se mantenga muy por debajo del potencial, que es el que corresponde a una alta tasa de ocupación de la fuerza de trabajo y del capital. Espera también que, por el insuficiente crecimiento, sea lenta la creación de empleos. Prevé que la tasa de desempleo cierre este año en 8.9 por ciento y el próximo en 8.5, para permanecer por encima de 8 por ciento hasta 2014. Además, las turbulencias en los mercados financieros de Estados Unidos y otros países prolongarán la atonía. No hay peligro inflacionario: tras disminuir en la segunda mitad del presente, la inflación se mantendrá por debajo de 2 por ciento por varios de los siguientes años. El fantasma inflacionario presente en el discurso de los fundamentalistas del equilibrio fiscal es sólo eso, un espectro. A pesar de ello, las resistencias que se opongan a las acciones de impulso de la economía y combate del desempleo serán tan fuertes como irracionales y, por cierto, más difíciles de contener en un año electoral. En Europa, en la penúltima semana de agosto, Alemania y Francia anunciaron ajustes a la baja en sus expectativas de crecimiento y, en el primero, los índices de confianza de empresarios e inversionistas marcaron los niveles más bajos desde la crisis. Recuérdese que a principios de mes el G-7 había declarado formalmente que actuaría en forma coordinada para apoyar la operación de los mercados financieros, la estabilidad financiera y el crecimiento económico. No ha habido noticia de acción alguna del grupo en el sentido proclamado (la información más reciente en el portal oficial del G-20/G-8, consultado el 28 de agosto, data del 23 de junio anterior). Por el contrario, han menudeado los anuncios de decisiones de política aisladas, de orientación diversa, con predominio de las de ajuste recesivo en los países avanzados; de consultas improvisadas, como la realizada por el presidente de Francia en una breve escala en Pekín hacia el 22 de agosto, y de algunas iniciativas regionales, como la de Unasur. Es difícil no tener la impresión de que la maquinaria formal de consulta y coordinación del G-20 está siendo marginada, ante las presiones coyunturales.

En su comunicación más reciente a los suplentes del G-20, reunidos el 9 y 10 de julio en París, el FMI les informó: Se espera que el crecimiento continúe reprimido en las economías avanzadas... pero fuerte en muchas economías emergentes y en desarrollo. En general, así ha sido. El propio FMI ha revisado al alza sus estimaciones de crecimiento de algunas de éstas, como hizo con la de Chile, por ejemplo, el 24 de agosto. Otros, como México, han revisado a la baja sus propias estimaciones. Las economías dominantes en este segmento –China, India y Brasil– enfrentan perspectivas más complicadas y deberán o preferirán crecer menos de lo previsto en la primavera. El resultado neto es que, a pesar de su mayor dinamismo, el segmento emergente de la economía mundial carece de fuerza de tracción suficiente como para compensar la pérdida de impulso derivada del estancamiento del sector avanzado. El esperado decoupling no se ha producido y es más bien la debilidad de las economías avanzadas y de su demanda de importaciones la que actúa como freno del dinamismo de las emergentes y del conjunto de la economía mundial.

Esta situación debería llevar a la definición de una estrategia conjunta del G-20 ante las nuevas manifestaciones de la crisis. La orientación de los preparativos de la cumbre de Cannes en noviembre debería ser modificada de raíz para dirigirla hacia las nuevas exigencias. Un primer enfoque de la discusión de esta reorientación debería tener en cuenta las aportaciones o propuestas que se refieren al conjunto de la economía global, así como aquellas otras que aluden a cuestiones específicas, por lo general de carácter sectorial, o de alcance regional, para asegurar su congruencia con la estrategia global.

Una idea del sentido de la reorientación global se encuentra no en un documento oficial, sino en un artículo de opinión de la directora-gerente del FMI (Financial Times, 16 de agosto), que quizá eligió este medio para expresarse con mayor franqueza. Su propuesta se resume en las siguientes frases, que ofrezco en traducción libre: Cuando la crisis golpeó en 2008 los responsables de política se reunieron. Deben hacerlo de nuevo, para evitar el riesgo de una recaída y para situar al mundo en una senda de crecimiento (...) Los países avanzados deben restaurar la sostenibilidad fiscal (...) pero frenar de manera súbita dañará la reactivación y empeorará la desocupación (...) Se requiere un doble énfasis: en la consolidación a mediano plazo y, en el corto, en el estímulo al crecimiento y el empleo (...) Este estímulo inmediato hará creíbles los arreglos de consolidación: ¿quién va a creer que los compromisos de ajuste van a cumplirse en medio de un estancamiento prolongado, un alto desempleo y un ambiente de insatisfacción social? En suma, propone Lagarde, hay que virar el énfasis de la política económica a favor del crecimiento y el empleo. Esta es la tarea inmediata del G-20.