Editorial
Ver día anteriorJueves 25 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Crisis: ¿irresponsabilidad o designio?
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a Oficina Presupuestal del Congreso de Estados Unidos (CBO, por sus siglas en inglés) advirtió ayer que la economía de ese país crecerá apenas 2.3 por ciento en 2011 –por debajo de las estimaciones, de por sí conservadoras, proyectadas en diciembre pasado– y que culminará el año con un déficit presupuestal de 1.38 billones de dólares, el tercero en dimension en más de seis décadas. Adicionalmente, ese órgano del Legislativo estadunidense reconoció que, aun cuando la producción económica empezó a expandirse nuevamente hace dos años, el ritmo de la recuperación ha sido lento, y la economía continúa en severa depresión.

Los datos de la CBO, en conjunto con los descalabros observados en semanas recientes en los mercados bursátiles internacionales, confirman el recrudecimiento de las turbulencias económicas y financieras que se iniciaron a finales de 2008 y cuyos efectos sociales devastadores han sido padecidos desde entonces por amplias franjas de la población mundial.

En retrospectiva, las advertencias de la CBO dejan ver que el periodo transcurrido entre la conclusión formal de la recesión económica y el momento presente fue tiempo perdido: en estos meses, y a pesar de que el carácter insostenible del modelo económico vigente fue reconocido por el conjunto de autoridades políticas y económicas de Occidente y por los organismos financieros internacionales, ni unas ni otros hicieron esfuerzos sutanciales por avanzar en su reformulación: por el contrario, ante los desajustes macroeconómicos surgidos en estos meses en naciones europeas como Grecia, Portugal y España, las autoridades económicas nacionales e internacionales se han aferrado a la continuidad de los dictados de la ortodoxia neoliberal: sacrificio de las mayorías mediante políticas de austeridad draconianas, recorte de presupuestos públicos y de salarios, aumento a los impuestos, depredación de la propiedad pública y señales de tranquilidad para los capitales trasnacionales.

A estas alturas, es inevitable preguntarse si la falta de voluntad política para avanzar en soluciones de fondo del problema –que no son otras que el abandono del llamado consenso de Washington, la adopción de estrategias de impulso a los mercados internos, la aplicación de medidas de control de los grandes capitales y de sus altos operadores, y los programas destinados a salvar a los sectores mayoritarios– es producto de una irresponsabilidad monumental de quienes dirigen los destinos de la economia planetaria, o si dicha omisión forma parte de un designio por llevar a la población mundial a un nuevo escenario de crisis que podría ser, según han advertido diversos analistas, mucho más grave que el que se inició hace casi tres años.

Esta consideración, que a primera vista pudiera sonar disparatada y hasta paranoica, tiene como fundamento un hecho indiscutible: las condiciones de quebranto económico no sólo derivan en el desgarramiento de tejidos sociales, en cierre de pequeñas y medianas empresas y en pérdida de empleos, en ensanchamiento de la informalidad y en precarización de las condiciones de vida de la gente; también representan grandes oportunidades de negocio para los círculos de especulación financiera y monetaria de todo el mundo, así como para sus gestores administrativos y políticos.

En suma, frente a la ausencia de intentos efectivos –salvo honrosas execepciones– de romper con el actual modelo depredador que lleva al mundo de crisis en crisis, da la impresión de que el empecinamiento de los responsables del rumbo económico mundial por mantener una ruta de catástrofe se debe a que tal perspectiva no necesariamente es vista en esas altas esferas como algo indeseable, y que lo que se busca en realidad es ahondar y generalizar un escenario de desastre económico en el que pierden todos, con excepción de los grandes especuladores bancarios, sus gestores administrativos y sus operadores políticos, cuya avaricia e irresponsabilidad –rayana en lo criminal– constituye, a fin de cuentas, la principal causa de los descalabros económicos que cíclicamente padece el planeta.