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Bajo la Lupa

Acefalia global: Bernanke disfuncional, G-20 esfumado, Europa de vacaciones y BRICS impotentes

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La rebaja de la calificación crediticia estadunidense desplomó el lunes pasado los mercados bursátiles. La imagen, en la bolsa de valores griegaFoto Reuters
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a grave crisis financiera que hoy sacude al mundo –muy cantada a contracorriente por Bajo la Lupa– es mucho peor, desde el punto de vista político, que el aviso estremecedor de hace tres años, porque exhibe la consabida impotencia pusilánime de los poderes ejecutivo y legislativo mundiales, sin excepción, rebasados e incapacitados para aportar soluciones de política económica cuando han sido secuestrados desde hace tres décadas por la teología sicótica del financierismo monetarista centralbanquista del G-7 y su desregulada globalización que desde hace mucho, pese a sus engaños permanentes, ya había perdido el control de sus actos, de sus hilarantes ecuaciones econometristas y de sus aterradoras programaciones bursátiles de súper computadoras (que ahora aceleran a contrario sensu la vertiginosidad de la debacle).

Hace tres años todavía los gobernadores (sic) del monetarismo friedmanita (y su sosia itamita en el México neoliberal) de los bancos centrales del G-7, encabezados por el maestro muy locuaz (hoy en el oprobio total) Alan Greenspan se daban el lujo de sacar varios trucos muy añejos de sus mangas tramposas, apuntalados por el paraguas nuclear de EU, la desinformación global de los oligopolios multimediáticos (v.gr la dupla Rothschild-Murdoch y sus mendaces circuitos Sky), la superchería de sus hoy descalificadas calificadoras (sic) –el tríptico nocivo Standard & Poor’s (S&P), Moody’s y Fitch)– y sus mafiosas empresas contables globales que falsifican datos en los paraísos fiscales (off shore) mediante su contabilidad invisible (off-balance-sheet).

La emasculada y súper controlada clase política global/local solamente obedece las leyes (sic) del mercado (sic) que les imponen los peores oráculos: los teólogos monetaristas neoliberales centralbanquistas.

Durante tres años de fantasía de hiperinflación monetarista fue fácil seguir gobernando, mejor dicho, controlando antigravitatoriamente tanto la economía como la política mediante la unilateral impresión masiva de dólares-chatarra (la reserva mundial de divisas, gracias a los triunfos militares de EU, que impuso el salvaje modelo capitalista anglosajón al resto del mundo, sin importar los daños colaterales): las adictivas facilitaciones cuantitativas (QE1 y QE2, por sus siglas en inglés) y la ilusa cobertura política del hoy esfumado G-20.

Mucho más que las querellas bizantinas de Washington y la ultra-benigna degradación de la deuda soberana de EU por S&P (no perder de vista, instrumento del sistema financierista solapador y a sueldo literal de los propios bancos de Wall Street), el epílogo de la impresión masiva de dólares-chatarra a finales de junio desnudó que los neoliberales centralbanquistas globales se quedaron sin municiones.

Sin la adicción de un adicional QE3, las bolsas globales exhibieron dos fenómenos: la ominosa deflación a la japonesa y el desapalancamiento (deleveraging) crediticio que llegó a borrar un promedio de 20 por ciento de las tenencias bursátiles, por lo que el oro resultó el último refugio de las inversiones en pánico, cuya “reacción empeoró por los efectos de rebaño, magnificada por los derivados financieros que fueron inventados supuestamente para cubrir y disminuir los riesgos, pero que en realidad son un poco menos que chips de casino”, como comenta juiciosamente el británico Will Hutton, de The Guardian (6/8/11): Nuestro sistema financiero es un manicomio. Necesitamos un cambio radical.

Para los economistas políticos y/o los políticos economistas, despojados de la teología financierista neoliberal, fueron mucho más graves en profundidad y alcances –coincidentemente, al unísono de la degradación de S&P– tanto el brutal desplome de la manufactura de EU –evidentemente, escamoteado por los oligopolios multimediáticos, aliados de los gobernadores monetaristas centralbanquistas– como la caída libre de la producción industrial transatlántica, que anuncian una recaída recesiva de EU cuando aún no logra salir de la anterior (double-dip recession), con todo y sus globales economías de guerra, hoy inoperantes en la fase de las guerras geoeconómicas y de las guerras de divisas que están ganando sin un solo disparo los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y los países emergentes.

Algo que no entienden quienes siguen anclados al siglo XVII de Locke y Montesquieu es que hoy no existe separación de poderes ni clase política alguna, disfuncionalmente ignara y rebasada, pero cacofónicamente muy locuaz.

El mundo está controlado –por corto tiempo todavía, porque ya empezó la revuelta de los ciudadanos a escala planetaria, que no eximió a Londres y otras ciudades británicas incendiadas por la legítima ira popular– por una dictadura unipolar invisible (por cierto, ya muy vista): el financierismo monetarista neoliberal de los bancos centrales del G-7, que pretendió ir más adelante en tiempo y espacio que los intercambios tangibles de bienes y servicios de la economía y, sobre todo, de los equilibrios políticos de la sociedad.

Hace tres años la crisis financiera global no fue un catarrito, como definió un admirador de la Reserva Federal de EU y anterior subdirector del FMI, sino el aviso final de El fin de una era (título premonitorio de mi libro de hace cuatro años; Del Zorzal, Buenos Aires, 2007).

Tampoco hay que asustarse tanto por la ausencia dramática de los gobernantes del G-7 –Obama, más preocupado por su relección; Bernanke, corto de trucos y con un QE3 como último recurso paliativo, y los mandatarios europeos, de vacaciones–, ya que son la colapsada unipolaridad monetarista centralbanquista y su modelo neoliberal global desregulado los que acabaron por suicidarse cuando el unidimensional financierismo antigravitatorio se topó con la cruda realidad de la política económica multidimensional.

Los neoliberales monetaristas centralbanquistas pretendieron gobernar parasitariamente el planeta mediante su cleptoplutocracia bancaria a expensas del bien común de la sociedad. Lo pudieron ejercer durante 30 años, desde la aventura demencial del thatcherismo-reaganomics, que obtuvo un gran respiro con su apoteosis en la guerra fría contra la URSS. Ese respiro se agotó en Irak.

La máxima tragedia global: la última esfera de influencia de EU, debido a su todavía capacidad letal de represalias y a la ausencia de sustitutos creíbles de otras divisas a corto plazo –en especial las de los BRICS, muy gradualistas y timoratos, con dos divisas protegidas y todavía no convertibles: el yuan chino y la rupia india–, sigue siendo paradójica y antigravitatoriamente el decadente dolarcentrismo de sus degradados Bonos del Tesoro.

Lo que más resalta de la fase terminal de la crisis es la acefalia global, que (en)marca la inexorable transición del dolarcentrismo unipolar al incipiente orden multipolar, que todavía no asienta sus reales en el dominio financiero: el lado más vulnerable de la coexistencia mundial y que puede desembocar en una tercera guerra mundial, que ya está cocinando la alianza israelí-anglosajona contra Irán.