Cultura
Ver día anteriorLunes 18 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio

Jaime Montell recorre el paso de Tenochtitlán, de pobre asentamiento a imperio universal

Mexicas, el pueblo elegido explora el esplendor de una cultura milenaria
 
Periódico La Jornada
Lunes 18 de julio de 2011, p. a10

En la frontera entre la verdad histórica y la ficción, y con los retos de ingresar a una visión del mundo que floreció en el México de hace más de 500 años –e incluso desde muchos siglos antes– y de trabajar con la materia escurridiza de los mitos y las leyendas, el investigador Jaime Montell acaba de publicar su primera novela: Mexicas, el pueblo elegido.

Este historiador y ahora también novelista pudo crear esta obra, editada por Grijalbo, con la premisa de que es necesario conocer los diferentes pasados de México y asumir el mestizaje que de ellos se ha derivado. Para construir un buen futuro, dice, los mexicanos debemos desarrollar tanto la emoción como la razón, la herencia mesoamericana como la europea.

Se trata de una novela histórica que explora el surgimiento y esplendor del Estado mexica entre los años 1408 y 1498, etapa en la que México-Tenochtitlán pasó de ser un pequeño y pobre asentamiento –sojuzgado por los poderosos tepanecas y despreciado por todos los señoríos del valle de Anáhuac–, a un imperio universal, elegido por los dioses para alimentar al Quinto Sol.

En Mexicas, el pueblo elegido aparecen personajes como Izcóatl, Moctezuma Ilhuicamina, Axayácatl, Tizoc, Ahuízotl y un interesante y humanizado Nezahualcóyotl, pero sobre todo el legendario intelectual y político Tlacaelel, el poder detrás del trono en los gobiernos de varios tlatoanis.

Montell aborda asuntos como la cosmogonía y el perfil indómito y belicoso de ese pueblo, las guerras frecuentes, las relaciones políticas y diplomáticas entre los distintos señoríos o ciudades, las reformas religiosas, jurídicas y sociales del Estado mexica, la importancia fundamental de deidades como Huitzilopochtli, los ritos y ceremonias, los sacrificios humanos.

–En la novela debió lidiar, por un lado, con los mitos y las leyendas, y por el otro, con las fuentes históricas, documentales, pero también con las necesidades de la ficción literaria. ¿Cómo se movió en esos tres universos narrativos?

–Al novelar, pues hay que meter ciertas cosas de ficción, pero tratando de que sean mínimas. Tenemos las crónicas indígenas y las españolas, y muchas veces divergen en puntos de vista, fechas y sucesos. Por ello se necesita de la historiografía, para manejar esa diversidad de opiniones. ¿Qué sucedió realmente? Nos podemos aproximar, pero nunca sabremos con exactitud.

–Acerca del mito de los mexicas como un pueblo elegido para la grandeza, sorprende que en realidad vinieron desde abajo, como si se tratara de una épica. ¿Cómo manejó esto?

–Había dos posibilidades: una, que desde el principio los sacerdotes realmente hubieran tenido esa visión de ser un pueblo elegido. Y otra, que este punto de vista se fue construyendo con el tiempo, y que es por la que me inclino.

“Tlacaélel fue el gran forjador de esa idea del pueblo elegido, porque ello los convertía automáticamente en los depositarios de la misión divina de mantener al Quinto Sol en movimiento. Así, todos los demás pueblos tenían que someterse, porque ellos eran los que mantenían el universo funcionando.

Era una cosmovisión realmente muy inteligente y sagaz desde la perspectiva política, aunque también la convirtieron en religiosa. Tlacaelel es quien forja todo el Estado mexica, en unión con su hermano, Moctezuma Ilhuicamina. Pero Tlacaelel era el cerebro, el ideólogo que estructuró el Estado mexica de una manera que los llevaba al dominio universal, porque su maquinaria era bélica.

–¿Por qué no le interesó a Tlacaelel convertirse en tlatoani, que era el poder máximo?

–Creo que tenía la inteligencia para ver que podía hacer más como eminencia gris, atrás del trono de los tlatoanis, pero con el poder suficiente para influir en las políticas de Estado. Él se convirtió en la figura patriarcal por excelencia. Es un personaje muy interesante que apenas ha salido a la luz.

–Aborda también el tema del sacrificio humano, aunque más como política de Estado que como parte de una cosmogonía y religión.

–Es un tema polémico. El sacrificio humano existía desde tiempos de los olmecas, pero en pequeña escala. Nunca se llegó a los excesos de los mexicas, que lo llevaron a niveles increíbles y convirtieron esa cosmovisión en una política de Estado, que era realmente de terror, por un lado, y por el otro, una política de pueblo elegido, con la misión de que mientras más sacrificios había, más se alimentaba al Sol.

–Parece que los mexicas, en la novela, se quedan entrampados en esa política, pues los sacrificios se hicieron masivos y tuvieron que recurrir a las guerras floridas, pactadas.

–Sí. Lo curioso del caso es que, si se trataba de la entrega total a la divinidad, ¿por qué ninguno de los nobles o gobernantes se ofrecía para ser sacrificado? Ningún mexica decía: está bien, yo me voy a sacrificar por el bienestar del universo. No, eran los prisioneros, los esclavos.

Era una política de terror, que los mexicas llevaron a extremos masivos. Todos los estados totalitarios implantan el terror de cierta manera, y ésa fue la manera como los mexicas lo implantaron.

Montell destaca también la importancia de la visión tolteca entre los mexicas, algo de igual manera muy controvertido. En la novela abordo la visión tolteca como una tradición más civilizada, más humanista, si se quiere.

Otro asunto es el de Quetzalcóatl, enredadísimo, comenta. Hay tantos Quetzalcóatl: el divino, el humano, y todos los sacerdotes y señores que se llamaban Quetzalcóatl. Todos estos son temas muy controvertidos y el lector tiene que elegir con cuál va más de acuerdo.