Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de julio de 2011 Num: 854

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Patrick Modiano: esas pequeñas cosas
Jorge Gudiño

Memorias de Jacques Chirac
Vilma Fuentes

La sal de la tierra
Sonia Peña

Flann O’Brien, el humorista
Ricardo Guzmán Wolffer

Aute a la intemperie
Jochy Herrera entrevista con Luis Eduardo Aute

Ramón en la Rotonda
Vicente Quirarte

Vicente Quirarte y los fantasmas de Ramón López Velarde
Marco Antonio Campos

Kubrick, el ajedrez y el cine
Hugo Vargas

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Enrique López Aguilar
[email protected]

Nueva ortografía española (II DE IV)

Existe un problema ineludible para entender los desastres ortográficos de los usuarios de hoy en día (y, eso es seguro, del pasado): la relación existente entre fonemas y grafías, entre un sonido lingüístico y su expresión escrita; pero, antes de entrar a la discusión de ese asunto, quiero recordar una noticia de finales del año pasado: la Real Academia Española (RAE) publicó en diciembre de 2010 una nueva revisión de las reglas ortográficas, después de que los presidentes y directores de las veintidós academias que la conforman aprobaran el “documento final” en Guadalajara, Jalisco, a finales de noviembre, en paralelo con la Feria Internacional del Libro.

Los nombres de las letras del alfabeto sufrieron modificaciones: hoy, la “b” debe ser llamada “be” y no “be grande”, y la “v” ahora será “uvé”, no “ve chica”, como ambas eran conocidas en México; asimismo, la “y” abandona su condición helenística, pues pasa a llamarse “ye” en lugar de “i griega”. La otra “i” tampoco tiene nada de qué envanecerse, pues ha perdido el apellido que la remontaba hasta Roma: ya no será la vieja “i latina” sino una simple “i”.

En el caso mexicano, hace tiempo que las “b” y “v” habían ido dejando atrás sus formatos de “grande” y “chica”, como si fueran cascos de Jarritos o Chaparritas, y era frecuente que en ciertos medios se les reconociera como “be” y “uvé”, lo mismo que la “ye”, a la que ya casi nadie reconocía como “i griega”. Sin embargo, el cambio de nombre de todas las letras me recuerda el lánguido y enamorado comentario de Julieta, cuando habla de Romeo, en la famosa escena del balcón (Romeo y Julieta, II, 2): “¡Un nombre no es nada! Demos a una rosa otro nombre y no por ello dejará de agradarnos: su perfume no será por eso menos suave…”

¿Brindamos por estos versos shakespearianos con un vaso de agua, o de vino? No importa. En México y en todo el ámbito hispánico no existe la distinción fonética entre “b” y “v”: ambas se realizan fonéticamente como /b/, de tal manera que sólo ortográficamente se distingue la frase “un vaso”, que siempre suena como /úmbaso/, tanto en México como en España y Argentina, lo digan Carlos Gardel, Penélope Cruz o Carlos Fuentes, aunque nadie escribiría úmbaso en sus cinco sentidos, salvo que no sepa escribir “bien”, o que sea tan buen escritor que pretenda burlarse del lenguaje, como Guillermo Cabrera Infante.

Cito una nota publicada en Milenio: “Salvador Gutiérrez, uno de los directores de la nueva obra [Ortografía de la lengua española], explica que en todo momento se tienen en cuenta las relaciones e influencias de las lenguas indígenas en la escritura de muchas palabras del español. Dice que en la elaboración de normas orientadoras para el aprendizaje se toman en consideración de manera especial los problemas del seseo y del yeísmo, fenómenos que afectan a la mayoría de los hispanohablantes, pero que, según él, fueron descuidados por las ortografías del pasado.”

Gracias a la peculiar relación de los primeros conquistadores españoles con las lenguas indígenas (y a la incipiente madurez ortográfica peninsular, o a la mala ortografía de los recién llegados), se cuenta en México con la curiosa simplificación de muchos fonemas en una sola grafía: palabras de origen maya y náhuatl, que suenan /tabentún/, /sochimílco/, /necáksa/ y /méxico/, se escribieron todas con la grafía “x”: una sola grafía para “representar” cuatro fonemas o combinaciones de fonemas. Y, al revés, llegaron muchas grafías para un solo fonema: “s”,  “c” (ante “e”,  “i”) y “z” se pronuncian /s/ en México;  “b” y “v”: /b/; “g” (ante “e”,  “i”, sin “u” intermedia) suena igual que la “j”;  “k”,  “q ”  y  “c” (ante “a”,  “o”, “u”) tienen el mismo sonido /k/. Y ahora que la “h” ha quedado suelta (sin la amada “c” con la que formaba la antigua consonante doble “ch”), su valor fonético es computable en cero, porque no suena por sí misma: ni en anhelo ni en huevo. Eso quiere decir que, en español, contamos con menos fonemas que grafías, salvo en el caso de la “x” mexicana.

Aunque en la práctica estaban obsoletas, las antiguas letras combinadas “ch” y “ll”, que fueron consideradas letras en sí mismas desde el siglo XIX, perderán su lugar entre las letras del alfabeto español: la nueva ordenanza las suprime formalmente, con lo que el alfabeto queda fijo en veintisiete letras. Las palabras che y elle, desgajadas de su viejo contexto, han quedado arrumbadas en el sótano de los restos fósiles, petróleo verbal para los filólogos del futuro (menos “che”, que en Argentina cuenta con una robusta vida providente)

(Continuará)