Opinión
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El ruido eterno
E

n castellano se ha publicado como El ruido eterno: escuchar al siglo XX a través de su música. El título original en inglés es mucho más certero y eficaz: The rest is noise: listening to the twentieth century. Se trata del primer libro publicado por Alex Ross, crítico musical de la revista The New Yorker y, a juzgar por las reacciones del público y la crítica especializada, un texto destinado a convertirse muy pronto en un clásico.

Lo que Ross se ha propuesto, y lo ha logrado con elocuencia y pasión singulares, es trazar una historia crítica de la música moderna y contemporánea. La principal virtud del texto de Ross es el hecho de que su aproximación al quehacer sonoro de nuestro tiempo es caleidoscópica y multifacética, lo que permite al lector percibir una narración cimentada sobre todo en coincidencias, analogías y vasos comunicantes, lo que hace de la lectura del texto una experiencia particularmente satisfactoria.

En las primeras páginas, Ross sigue el ejemplo de algunos otros autores, situando el arranque de la modernidad musical en la obra de Gustav Mahler y Richard Strauss. Apenas en el segundo capítulo, el autor ya se involucra de lleno con Arnold Schoenberg, sus enseñanzas y sus alumnos, para explorar a fondo los temas fundamentales del atonalismo y la música dodecafónica.

Durante el resto de la obra se hace evidente que Ross considera el pensamiento y el trabajo de Schoenberg como el pilar central de la música moderna, ya que vuelve a él una y otra vez, sin por ello omitir algunas de las otras grandes revoluciones musicales del siglo XX, entre ellas y de manera muy importante, la efectuada por Igor Stravinski mediante su retadora y polivalente obra.

Una de las facetas más atractivas de El ruido eterno está en el hecho de que la narrativa de Ross está invariablemente anclada en el análisis de las diversas condiciones políticas y sociales en cuyo contexto ocurrieron los avances musicales a los que se refiere. Es por ello que las páginas dedicadas, por ejemplo, al papel que jugaron Viena, París y Berlín como nodos fundamentales en el quehacer musical, sean especialmente fascinantes.

De manera análoga, Ross describe con habilidad e intuición las características de la sociedad estadunidense bajo el mandato de Roosevelt, de la sociedad soviética en la época de Stalin, y de Alemania bajo la negra sombra de Hitler. A partir de este cimiento político, Ross construye su texto desde una perspectiva social y humana que trasciende por mucho la mera descripción de las características técnicas y expresivas de los distintos estilos y lenguajes musicales del siglo XX y los albores del XXI. Uno de los capítulos más interesantes es, en este sentido, el que el autor dedica a la exploración de la influencia decisiva que tuvo el gobierno (y el ejército) de Estados Unidos en el desarrollo musical de la Alemania de la posguerra. De ahí a la discusión de la música durante la guerra fría hay un paso corto y directo.

Después de discutir las primeras vanguardias de los 1años 50, Ross toma una desviación y dedica un capítulo entero a Benjamin Britten, un compositor por el que profesa una evidente y merecida admiración. (El único otro compositor así privilegiado en el libro es el enorme finlandés, Jean Sibelius). En los capítulos postreros de El ruido eterno, el autor explora las vanguardias de las décadas subsecuentes y habla con conocimiento de causa de la abrumadora multiplicidad de tendencias y propuestas de las últimas décadas. Aquí desfilan los espectralistas, los roqueros, los minimalistas, los nuevos profetas del teatro musical, los compositores afiliados a la multimedia y la interdisciplina y muchos otros personajes.

Correctamente, Ross enfatiza el borrado de fronteras entre lo académico y lo popular (las comillas son mías, para curarme en salud) y le da su lugar a creadores y corrientes que otros autores menos ecuménicos evaden o de plano desprecian. En suma, El ruido eterno es una lectura musical muy recomendable, sobre todo en su versión original en inglés, en la que Alex Ross hace gala de un muy elegante manejo del lenguaje.