Opinión
Ver día anteriorSábado 9 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los pueblos originarios frente al desorden ecológico y social
D

esorden que amenaza con arrastrarnos más y más al caos (…como aquel que reinaba en el principio). ¿Y nuestra capacidad potencial de mantener y perfeccionar el orden establecido en toda la Tierra? Cerramos más y más la vía única de la razón y la palabra necesaria. Nos ahogamos en una creciente violencia de destrucción y muerte.

Violencia, que lo es, venga ésta de donde venga. Porque no es lo mismo hablar, por una parte, de la violencia primera, la que procede del poder y del sistema de dominación y represión que se impone a fin de mantener la nueva situación social de injusticia para unos y de privilegios para otros cuantos; y, por otra, de la violencia segunda, que en muchos casos ha sido necesaria respuesta a la primera, y que viene de la población civil, la cual busca restablecer precisamente el orden destruido por la primera.

Ejemplo claro de esta espiral de violencia que debemos detener ya en todo el mundo son los acontecimientos que se están viviendo en Libia, Egipto, Túnez, Argelia, Marruecos, Costa de Marfil, Yemen, Siria y otros. Aunque ahí, con preocupación, podemos también dilucidar los intereses estadunidenses y el interés por el curso espontáneo de la respuesta civil.

En nuestro continente latinoamericano, explicación parecida tienen los recientes descontentos y movilizaciones de la sociedad civil en Bolivia, en la nueva Nicaragua, como también la guerra sin fin en Colombia. En nuestro país, los feminicidios aún sin respuesta en Ciudad Juárez y en el estado de México, los secuestros y las recientes fosas comunes de víctimas inexplicables, los más de 30 mil asesinatos y ejecuciones en los pasados cinco años, los que inexplicablemente significan muchos más muertos que los que están registrando las grandes guerras a las que hacemos referencia. Desde la población civil estamos obligados a decir basta a este proceso de violencia y a construir una propuesta distinta de nación.

Por otra parte, nos aterra el creciente desorden ecológico del que todos somos responsables. Además de los desastres naturales, como el temblor de 9.1 grados con el subsiguiente tsunami y la inesperada y preocupante crisis nuclear en Japón, los incontrolables incendios de estos días en el norte del país que dejaron hasta el momento cerca de 60 mil hectáreas totalmente destruidas por el fuego. El mundo se nos está calentando más allá de los niveles que se requieren para conservar la vida, ¿hasta cuándo nos decidiremos a hacer lo que debemos para poder frenar este desorden? ¿Por qué estamos debilitando tanto la capa de ozono que nos protege, amenazando sin razón la vida de la humanidad entera? ¿Hasta cuándo seguiremos, inconscientes, emitiendo a la atmósfera las 30 gigas- toneladas de dióxido de carbono que le estamos emitiendo cada año? (Una giga equivale a mil millones de toneladas de dicho dióxido.) ¿Cuánto desastre significan todavía las 600 mil toneladas de petróleo crudo derramadas en el Golfo de México de abril a junio de 2010? ¿Qué amenaza significan las 11 mil 500 toneladas de agua radiactiva derramadas recientemente al océano desde la central de Fukushima? ¿Hasta cuándo vamos a seguir depredando así la Tierra, usando irracionalmente los recursos naturales que son para bien de todos? También ante este desorden estamos obligados a decir basta. Pues quienes detentan el poder no asumen políticas reales y decididas.

No obstante, hay esperanza: las marchas en contra de la inseguridad realizadas el miércoles 6 de abril en 21 ciudades de nuestro país, con el apoyo de protestas en Barcelona, Buenos Aires, París y Nueva York, deben continuar o convertirse en una manifestación solidaria sin final hasta lograr que se nos garantice la seguridad para todos.

En esta lucha por la seguridad está el desafío de garantizar el respeto y la defensa a los derechos humanos de toda la población civil, que se encuentra entre dos fuegos, aportando, sin quererlo, cientos de víctimas inocentes. Desde aquí se levanta el grito que nadie podrá callar de Juanelo Sicilia y sus compañeros en nombre de todas las víctimas inocentes de la población. También está aquí la razón del pacto nacional en contra de la violencia a la que nos invita su padre Javier Sicilia…

Volvamos otra vez los ojos hacia Chiapas: en materia ecológica, los pueblos indígenas de Chiapas tienen propuesta, la cual es sostenida a través de cientos de años. Los pueblos indígenas tienen vocación y capacidad para preservar los recursos naturales.

Giremos la mirada a la reserva ecológica El Huitepec, cerca de San Cristóbal de las Casas; cuidada y conservada por la capacidad organizativa de los pueblos indígenas: solos, sin recursos; de manera independiente.

No han sido las poblaciones indígenas las que han destruido la selva: fue la ganadería extensiva, la tala de las compañías madereras, el dinero, la ganancia.

Y frente al desorden social, los pueblos también tienen propuesta, desde su sentido distinto de los cargos, de la política, del servicio: del bienestar comunitario, contrario a la destrucción y a la violencia. Desde la protección que, por fortuna, muchos hacen de su tierra comunitaria y colectiva.

Todas y todos debemos reconocernos actores del nuevo orden social que necesitamos y buscamos: no un hijo muerto más, no más sangre en el país, garantía de respetar y defender los derechos humanos de toda la población, compromiso de usar racionalmente los recursos naturales, asegurar la producción intensiva de alimentos para la soberanía alimentaria del país y vida para todos.

*Integrante del equipo pastoral de Tatic Samuel Ruiz