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Mitad ángel, mitad sirena... Esperanza Spalding entera
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Periódico La Jornada
Sábado 9 de julio de 2011, p. a16

Nota desnuda emerge del contrabajo y un violonchelo le hace coro: Esperanza canta un poema de William Blake. Música de cámara.

Así inicia Chamber Music Society, lo mejor que le ha sucedido a la cultura jazz en varios años.

En su visita hace unos meses a la ciudad de México, el maestro Herbie Hancock compartió a La Jornada su entusiasmo: en Esperanza Spalding tenemos música que no necesita clasificaciones ni los trucos mediáticos ni se rinde ante el mercado, dijo el sabio. Y agregó: es música libre. Es la juventud natural como uno de los elementos más profundos del arte sonoro.

Corrimos a la tienda a comprar todos los discos de Esperanza: los tres que ha grabado como solista se consiguen en México (las portadas se reproducen aquí, junto a su retrato con su contrabajo).

Al escucharlos, las palabras del maestro Herbie Hancock (practicante del budismo) encuentran su correspondencia con el contenido de estas joyas musicales.

Su primer disco se titula Junjo (2005) e inicia a su vez con un poema sonoro: The Peacocks, esa hermosa pieza de Jimmy Rowles que inmortalizó Bill Evans con su trío.

Y es precisamente el formato trío con el que irrumpió en el mundo del disco esta jovencita. En ese entonces había cumplido apenas 20 de sus actuales 26 años de edad. Tenía cuatro cuando vio a Yo Yo Ma tocando el violonchelo y decidió, en ese momento, consagrar su permanencia en la música en este espacio terrenal.

Su vida es una novela. Creció en un barrio pobre y peligroso en su natal Portland, hija de madre soltera, guerrera.

Autodidacta, aprendió a tocar violín para enseguida descubrir el contrabajo. Durante 10 años formó parte de la Chamber Music Society, de Oregon, un proyecto comunitario. Dejó la orquesta al cumplir 15 años de edad. Desde entonces es una de las personalidades más fascinantes del mundo musical que tiene su epicentro en el jazz, pero no se limita.

No abriga falsa modestia, sino conciencia clara, de manera que al hablar de ella refiere la manera como alguien definió su canto, su persona musical: mitad ángel, mitad sirena.

Y es que al escucharla entonar notas agudas en scat, pasajes sostenidos con altura, tersura y ternura tales que uno sin remedio se pregunta si así era la música que obligaba a Ulises –según nos cuenta que vio el ciego Homero– a ponerse cera en los oídos y atarse al mástil de su embarcación.

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Lo que ya no alcanzó a ver ni oír el ciego Homero es que con la música de Esperanza Spalding uno navega en el Nirvana.

Su segundo disco se titula simple y rotundamente Esperanza. Para los medios de comunicación que la rifan, como el New York Times, se trató del debut de una promesa. Pamplinas. Ya era una maravillosa realidad, desde que tenía cuatro años de edad y levitó viendo al chino Ma hacer nacer belleza de un violonchelo.

Ah, los fenómenos mediáticos. Una vez que los periódicos pesados posaron sus ojos y oídos en los prodigios musicales de Esperanza, se sucedieron nuevos episodios de novela, entre ellos el otorgamiento de un premio Grammy (que como todo premio relativizan, y tienen como fin único alentar el consumo) superando a un coloso de los media: el jovencito Justin Bieber.

Pero ni así y todavía por fortuna, Esperanza Spalding ha ingresado al menú mediático. Su nueva grabación titulada sabia y emotivamente Chamber Music Society (en honor del proyecto popular en el que creció) es una verdadera maravilla.

Si alguien pregunta, ¿qué hay de nuevo en jazz que valga la pena? Una de las respuestas es: Esperanza Spalding.

Compone, arregla, escribe sus obras, basifica el sonido de su banda (Chamber Music Society, se llama, como el disco, como su historia personal) en el formato de trío de cuerdas, con variante a violín, violonchelo, contrabajo, en lugar del tradicional violín-viola-violonchelo, ejecuta con maestría el contrabajo. Y canta, como lo hacen los ángeles y las sirenas.

Cada uno de los tres discos de Esperanza contiene valores variopintos. Sin duda el más reciente es el mejor de todos.

Canta en inglés, portugués, español, hace dúo con Milton Nascimento, disfruta hacer tango en el espíritu Piazzolla, se regocija en la música brasileña, la samba tradicional y las obras maestras de Antonio Carlos Jobim, por igual que las lecciones de música nueva de otro genio: Egberto Gismonti.

Cumple con creces la recomendación que hizo a La Jornada el maestro Herbie Hancock, y que ahora extendemos, expandemos. Compartimos.

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