Opinión
Ver día anteriorViernes 8 de julio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Melón

Los conocedores

D

esde siempre he tenido que lidiar con seudoconocedores de música cubana, específicamente, de son, y lo único que les reconozco es el disfraz. Abusando de ese disfraz han dejado de disfrutar del sabor que destila en todas sus formas esa música. Según mi punto de vista se puede gozar con ella, escuchándola, bailando, cantando, ejecutándola y, sobre todo, aprendiéndola, aunque esta parte, por lo menos para mí, todavía está lejos. Por fortuna, ya podemos encontrar libros, discos y todo lo que está disponible para ampliar nuestro conocimiento.

Este, su yeneka, gozó en demasía cuando perteneció a varios grupos y orquestas a lo largo de su trayectoria, por supuesto antes de padecer el decreto de Ernesto Uruchurtu, pues se actuaba toda la semana, aun los domingos. Éste, su nagüeriero, se sentía como pez en el agua cada vez que subía a una tarima en compañía de esos compañeros que integraban los conjuntos que simple y sencillamente fueron de liga mayor.

Afortunadamente, poseo varias grabaciones que mi amigo, el hijo de Alberto, me ha surtido de muchas joyas, así como Marcos Salazar Gutiérrez, de manera que mis recuerdos afloran y espero poder hacerlo partícipe, mi querido asere, de la emoción que me produce recordar A Venezuela y La guaracha de salón, con Tony Camargo y Los Diablos del Trópico, donde hago coro, por cierto, mi primera grabación.

Después, vinieron más haciendo coro, pero esto me permite platicarle de un sonero defensor de la paloma, que además de su conjunto, Los Angelitos del Jardín, poseía un archivo (repertorio) y una colección de discos envidiables, en cuya casa escuché por primera vez arreglos y solos de Dámaso Pérez Prado.

Se llamaba Henry Masselín, y fue fundamental en mi trayectoria, pues me invitaba a echar la paloma y me buscaba para suplir a un elemento cuando era necesario. Por supuesto que el estilo de Pérez Prado me causó admiración: El caballo y la montura, El baile del sillón y muchos más hasta llegar a Pancho el Ripiao, que me parece un arreglo en verdad fuera de serie.

Aquí debo platicarle de otro gran músico y arreglista, su nombre Bebo Valdés, el mismo que grabó con Cigala, y papá de Chucho Valdés, de Irakere, autor de un número que fue exitazo en el medio sonero: Rareza del siglo, con el que grabé en 1952. Pero eso lo contaré en otra ocasión. Mientras tanto me remonto a lo que maravillaba noche a noche, porque aun tocando el mismo número no se parecía al de la noche anterior, como en una ocasión dijo Humberto Cané: el sabor estaba regado por el piso.

Mi primer amor sonero, Los Guajiros del Caribe, en verdad tenía lo suyo. Con el ingreso de Eduardo Periquet al grupo el repertorio cobró una presencia enorme, pues las novedades en Cuba le llegaban de primera mano. De esa manera fuimos los primeros en tocar El baile del pingüino y Deja que te mire, numerazo difícil de interpretar, pero pletórico de sabor, palabra mágica para interpretar la música cubana, que no se compra en la botica, como decían los soneros de antaño: eso lo da mamá.

Dicen los más viejos de la comarca que hubo una época de oro del son cubano en México, y creo que me tocó ser testigo de ella; por desgracia hubo soneros muy buenos que no fueron populares, pero dejaron huella, Mariano Oxamendi, entre ellos, y José Dolores Quiñones, compositor de Camarera del amor y Los aretes de la luna, los cuales estuvieron varios años entre nosotros. Cómo no recordar a Vicentico Valdés, Kiko Mendive, Antar Daly, compositor de Babarabatiri, que ponía a gozar a la concurrencia del Habana de la Romero Rubio, donde también Paco Betancourt Cascarilla la hacía chillar.

Entre cubanos y mexicanos el jícamo estaba presente toda la semana en salones de baile y todas las noches en los cabarets de diferentes categorías. Y, para mis contemporáneos, éste, su enkrukoro, empezaba su gira en el Victoria que se ubicaba donde están los restos del Cine Cosmos. La siguiente escala en el Beny, sito en la acera de enfrente, y a caminar hasta Guerrero, primero, el Atzimba, enseguida el Jardín, con una parada técnica, el Gordo Abraham, luego el Tabaris, para doblar en Reforma y a escuchar en el Waikikí al Son Clave de Oro. En la próxima entrega hablaremos de los cercanos a San Juan de Letrán, hoy Eje Lázaro Cárdenas. ¡Vale!