Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de junio de 2011 Num: 850

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Gonzalo Rojas revisitado
Juan Manuel Roca

Un café en España con Enzensberger
Lorel Manzano

Juan Rulfo en Cali
Eduardo Cruz

El Guaviare. ¿Dónde concluye y comienza
La vorágine?

José Ángel Leyva

Con los ojos del paisaje
Ricardo Venegas

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Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
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Hugo Gutiérrez Vega

Peñalosa y el cantar de las cosas leves (I DE III)

Pequeña biografía

El viejo salón de actos de la Universidad Autónoma de Querétaro era una herencia del solemnemente positivista Colegio Civil. Un retrato del presbítero Hidalgo, padre de la patria, enmarcado en un dosel amarillento y lleno de polvo, coronaba el estrado compuesto por una mesa cubierta de terciopelo decimonónico y tres sillas episcopales. En una de ellas se sentaba otro presbítero, Joaquín Antonio Peñalosa. Frente a él, los estudiantes organizados en un taller literario escuchaban la glosa que hacía del soneto XXIII de Garcilaso de la Vega: “y en tanto que el cabello, que en la vena/ del oro se encogió, con vuelo presto,/ por el hermoso cuello blanco, enhiesto,/ el viento mueve, esparce y desordena.” El padre recorría la prodigiosa hermosura asediada, en plena juventud, por el viento helado de inalterable y fatal costumbre. Los muchachos gozaban la exégesis y el soneto renacía en la voz de Joaquín Antonio, en sus comentarios puntuales, en sus entusiasmos y en su admiración contagiosa. Esto sucedía en las lluvias del año de 1961 y quien comentaba el poema del “claro caballero de rocío” había nacido en 1922, en San Luis Potosí, “en el sereno barrio de San Sebastián”. Su padre, español de Salamanca, y su madre, nacida en Real de Minas de Pinos, en Zacatecas, habían tenido su casa, su vida y su único hijo en la tierra de Manuel José Othón, poeta a quien Joaquín Antonio ha dedicado muchas y muy inteligentes observaciones. Hizo sus estudios sacerdotales en Ciudad de México; regresó a San Luis para terminarlos; se ordenó sacerdote y decidió dividir su vida en tres grandes actividades: su ministerio, la literatura y el servicio a los pobres y desamparados. Su vocación literaria despertó “al descubrir la belleza en la poesía de Virgilio y Horacio”. Así nos la describe cuando habla de su maestro, el padre Romo, quien fue también guía y orientador de nuestra poeta mística Concha Urquiza. En 1948 y en su casa (nunc, nunc adeste, nunc in hostilis domos iram atque numen vertite, nos dice Horacio) publica su primer libro, Pájaros de la tarde, con un epígrafe tomado de Juan Ramón Jiménez: “Cantan, cantan ¿Dónde cantan los pájaros que cantan? Lo subtituló Canciones litúrgicas, y volcó en él sus amores por la forma, por los misterios de la fe católica, por su país y su paisaje físico y humano, por la tierra de su padre y por todas las cosas pequeñas, y por lo mismo inmensas, de la creación.

Más tarde hizo sus estudios de licenciatura y doctorado en letras, tanto en la Iberoamericana como en la unam. González Bocanegra y el “Himno nacional” fueron los temas de su tesis. En la “ojerosa y pintada”, aspirante a Babilonia y capital de todos los pecados nacionales, especialmente el centralismo, se unió al grupo de Ábside y tomó el mate en casa del padre Octaviano Valdez. Cultivó en la tertulia dominical las buenas compañías de los padres Ponce, Valdez y Gómez Robledo, y las de Yáñez, Leal y Alí Chumacero. A mediados de los cincuenta regresó a San Luis Potosí, dedicó la vida a sus tres vocaciones y siguió adelante con sus afanes de cada día que, de acuerdo con el consejo del apóstol, son siempre suficientes para una sencilla jornada.

Sus servicios a las letras

Mucho ha estudiado, reflexionado y puesto en orden las obras de sus autores predilectos. Su ensayo biográfico Francisco González Bocanegra, y sus análisis de nuestro himno son “los estudios más completos sobre ambos temas en las letras nacionales”, según David Ojeda. Alguna vez hablamos sobre el arzobispo Ignacio Montes de Oca y Obregón, quien fuera, junto con el obispo Arcadio Pagaza, “arcade” de Roma (sus nombres pastoriles eran Ipandro Acaico y Clearco Meonio). En las descripciones de su tiempo, Montes de Oca aparecía como un jerarca arrogante y bien plantado. Capellán del emperador Maximiliano, su capa ondeaba por los pasillos del Palacio de los Virreyes y descubría el brillo de las muchas condecoraciones del importantísimo prelado. Hablamos de su condición de gran helenista y Joaquín Antonio, prudente y discreto, nada dijo cuando intentamos algunas glosas cómicas de los campanudos sonetos obispales. Esperó un poco para meter su acertada cuchara en la discusión, con el justiciero objetivo de reivindicar sus valores grecolatinos.

(Continuará)

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