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A la mitad del foro

Dislates y desatinos

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El presidente Felipe Calderón durante su visita de la semana pasada a la Universidad de Stanford, donde arremetió contra los anteriores regímenes represores de MéxicoFoto Francisco Santos
E

n la hora once, el irresistible impulso mesiánico. En Stanford, universidad formadora de las elites del imperio a pesar de sí mismo. Ahí, en inglés, pronunció Felipe de Jesús Calderón el sermón de su propio destino manifiesto. Predicó el amor filial y la convicción compartida de que caería el régimen autoritario, el Leviatán laico; descripción aproximativa de un régimen orwelliano que decidía la música que debíamos oír, las escuelas a las que podíamos asistir, quién ocuparía cada cargo público, y masacraba a los jóvenes que manifestaban su disidencia.

Savonarola al que no distrajo la avioneta que volaba en torno al acto académico: No más sangre. Cuarenta mil muertos. ¿Cuántos más? Porque el predicador es jefe de gobierno y jefe de Estado de la República Mexicana. Si el cesarismo sexenal que masacraba estudiantes dio paso al reformismo del priato tardío, llegó a su fin. Aunque el régimen no ha cambiado en las vueltas a la noria de los alternantes y quienes les entregaron el poder: la transición en presente continuo con un simple cambio de camisa: ponerse la azul y empuñar los fascios del falangismo criollo, del sinarquismo rupestre y los elegantes mozos de estribo de los dueños del dinero. Pregón victorioso en inglés; dura advertencia a los que pretenden recuperar el poder, nada menos que por medio de los votos, de la democracia que el pregonero atribuyó a su virtuosa labor familiar: logro exclusivo del PAN.

Un fantasma recorre el sistema plural de partidos. Un iluminado jamás daría paso al retorno de aquel partido ultrahegemónico que encarna el mal. Aunque las encuestas anticipen la victoria del PRI en las elecciones presidenciales de 2012. De las de este año, ni hablar. Antes de viajar a California, Felipe Calderón ensayó la instauración en Michoacán de un gran elector que designara candidato único, de la sociedad civil con aval de PAN, PRI y PRD: ¿quién necesita opción para elegir mandatario, cuando los de arriba pueden eludir el riesgo, la continuidad de la masacre que hoy padecemos? La fe nada tiene que ver con la razón. Y con el Ejército en tareas de policía, negarse a acudir ante el Congreso y solicitar autorización para declarar suspensión de garantías individuales conducía directamente a militarizar la judicialización de la política que ha sido signo constante del sexenio.

La guerra contra el crimen organizado ya cobró miles de vidas, cadáveres sin nombre, enterrados en fosas comunes, sin los datos elementales del debido proceso judicial. Y una alta cuota de desprestigio a las fuerzas armadas; denuncias de abusos y violaciones de derechos humanos que se multiplican aquí y en el extranjero. La disciplina, la obediencia al mando civil, no han impedido que el general Galván, secretario de la Defensa, insista en que el Ejecutivo obtenga las debidas facultades legales para su accionar en esta guerra sin fin y en medio de la población civil. Y en Stanford se hacen cargos al Ejército de masacrar a los jóvenes opositores del régimen; sin precisar; sin aludir a la razón de Estado ni a la obediencia debida, algo que sucedía en esos tiempos de autoritarismo. Y punto.

Por eso ven fantasmas los priístas que ya no salen de noche. Vienen ataques contra algún ex gobernador, diría Humberto Moreira, ex de Coahuila, donde hoy es candidato su hermano, cuyo adversario es compadre del presidente Calderón. Y se les apareció el Diablo; cargos a un colaborador, a quien señalan como prestanombres del presidente del CEN del PRI. La misma medicina a la misma hora. En Jalisco fincaron cargos al candidato del PRI que llevaba ventaja; en Guerrero denunciaron a Manuel Añorve, quien se regresó a Acapulco y se quedó sin tianguis. Y hay más. Aunque con las alianzas fincadas en el propósito de impedir que gane el PRI, cueste lo que cueste, se les enreden las pitas.

En Chiapas, PAN, PRD, PT, Convergencia y el resto de los partidos hicieron candidato a Pablo Salazar Mendiguchía. Hoy está preso el ex gobernador y los analistas orgánicos hablan del ex priísta acusado de los delitos habituales. Las acusaciones provienen del procurador designado por Juan Sabines, quien llegó al poder como candidato del PRD y sus aliados para derrotar al PRI. Aunque el mandatario era Salazar Mandiguchía, con los fierros de toda la pluralidad en el cuero, y Juan Sabines fuera ex priísta, hijo de Juan Sabines, priísta que no tuvo que dejar de serlo para ser gobernador. ¿Está claro? Se necesitaría un diálogo en el infierno y que Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón aceptaran en público que coinciden en la obsesión de impedir el retorno del PRI al poder.

Además de la elección en Coahuila, el 3 de julio eligen gobernador los de Nayarit y todavía no hay litigio, como el del estado de México, donde no hubo alianza y la desesperanza movió al predicador de Stanford a recurrir al Ejército para montar un esperpéntico espectáculo en Tijuana: militares entraron y catearon la casa de Jorge Hank Rhon, impresentable heredero del icónico priísta que acuñó la frase: un político pobre es un pobre político. Preso lo llevaron a la ciudad de México, acusado de acopio de armas y lo que resulte. La misma medicina... pero con el tinte fascistoide de entrar al domicilio sin orden de juez, como tropas de asalto, como guardias falangistas; como si no existieran la Constitución y las garantías individuales.

Al dictar la libertad, la juez de distrito debió terminar la trágica mascarada, pero el gobernador de Baja California salió a escena: habló con los medios de difusión y el procurador de Justicia del estado decretó el arraigo del recién liberado, al que acumularon cargos y, por lo visto, seguirán buscándole delitos donde no se los puedan encontrar.

Aquí no ha pasado nada. Felipe Calderón convocó al Congreso a citar a periodo extraordinario de sesiones. Enumeró las reformas pendientes, todas estructurales, todas vitales. No puede haber periodo extraordinario si no hay dictámenes, replicó Francisco Rojas. Y son panistas quienes presiden las comisiones donde hay que dictaminar las iniciativas de marras. Da grima: el crecimiento del sexenio va a cerrar con una tasa anual promedio de 1.86 por ciento del PIB; por debajo de la del priato tardío en fuga hacia adelante. Y no hay empleo. A Ernesto Cordero no le cuesta trabajo ajustar las cifras, desdecirse con desparpajo. Ni hablar de los 6 mil pesos o del país que no es pobre, sino está lleno de pobres. El problema está en lo que se invierte el dinero público y, sobre todo, en la inicua, absurda, suicida e inequitativa distribución del ingreso.

Sin excluir los subsidios presuntamente destinados a favorecer a los más pobres, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo afirma que en México persiste una incapacidad sistémica para dirigir el gasto público a la población de menor ingreso o desarrollo: 40 por ciento de las transferencias en materia social se destinan a 20 por ciento de la población más rica del país. Presente el secretario Ernesto Cordero: hay programas sociales regresivos, dijo.

En el agónico reformismo del régimen que denunció el predicador de Stanford, ya se aferraban al dogma de las fuerzas del mercado profundas corrientes macroeconómicas que llevan a la concentración del ingreso en las alturas. Diez años de panismo emulador del zedillismo, de espaldas a la realidad: esa concentración es inducida por políticos que favorecen a los ricos, al servicio de los dueños del dinero, y empeñados en desmantelar instituciones y programas constituidos para apoyar a los que menos tienen. Y la nave va.