Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de junio de 2011 Num: 849

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Entre el corrido y
la lírica popular

Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Margit Frenk

Un muralista en la UAEM
Óscar Aguilar

Borges y el jueves
que fue sábado

Ricardo Bada

Con Borges en Ginebra
Esther Andradi

Borges en catorce versos
Ricardo Yáñez

Los halcones, cuatro décadas
Orlando Ortiz

Leer

Columnas:
Galería
Rodolfo Alonso

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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El malentendido permanente

El malentendido, de Albert Camus, es un texto clásico que conserva el poder de devolvernos de cuerpo entero la figura maltrecha y doliente del hombre moderno. Inició su segunda temporada en la sede de la CNT bajo la dirección de la novel directora Marta Verduzco, que se arriesgó con este clásico contemporáneo amparada en su sabiduría actoral, el dominio de la escena y las dinámicas del montaje desde su comprensión y análisis de la lectura hasta la tutela, respeto y distancia emocional de los actores.

No es gratuita la fascinación y multiplicidad de filiaciones artísticas, analíticas y críticas hacia la literatura de Camus. Avasalla la multiplicidad de referencias pero se explica porque no hemos cambiado mucho desde la primera mitad del siglo XX, que significó la oportunidad dual de escuchar, entender la diversidad de todos los órdenes de lo moderno o ser tragados por un consumismo y una banalización de las elecciones personales, disfrazadas de libertad (sólo de mercado) y vocación democrática.

Vivimos en el malentendido y Gabriel Pascal (escenografía e iluminación) pensó que era necesario un close up, una postal, una caja de luz, un portaobjetos, un magazine de gran almacén, un icono para que nada le estorbara a los detalles que cinceló con precisión Martha Verduzco en el corazón y el intelecto de sus actores, que debieron repetir fielmente el texto que Camus publicó en 1944 y que sonará como si estuviera sucediendo por primera vez.

Pascal es un pintor, un fotógrafo, un dibujante, un escultor que modela y hace vibrar los materiales humanos sobre la escena, como lo hizo esta vez Joaquín Gutiérrez Heras (música original –Beverly Brown, cello; Mercedes Gómez, arpa), en un acompañamiento musical auténtico sin grandilocuencia, traducción y complemento emocional del conjunto y del sujeto en foco.

Si relato en qué consiste el malentendido (aunque no todo) no le voy a echar a perder la ida al teatro, puesto que el propio Camus lo hace porque sabe que el mayor suspenso consiste en ser testigos de la confusión del otro. ¿Cuándo se dará cuenta de que es un esclavo de su ignorancia arrogante?

Un triángulo de personajes conformado por el viejo criado (Farnesio de Bernal), La Madre (Ana Ofelia Murguía) y Martha (Emma Dib), su hija, esperan la llegada de acaudalados huéspedes a su posada para robarlos y asesinarlos y cumplir un sueño de tranquilidad frente al mar. Su existencia es dura pues ha hecho falta la mano fuerte, el sostén de un hombre. Primero se fue el hijo hace veinte años, luego murió el padre. 

Ignoran que Jan (Rodrigo Vázquez) ha regresado para hacerles justicia, no por amor, porque no siente por ellas más que la falta y el olvido a que las condenó su partida hacia el país del sol, ése donde vive de cara al mar. Viaja en compañía de su esposa María (Érika de la Llave), que trata de resistirse a dejarlo a solas con ese par de mujeres que no lo han reconocido.

¿Dónde está el acierto, el rigor y la contribución de Martha Verduzco como directora? En la capacidad de ofrecer una visión de conjunto sobre la obra y transmitirla a todos los hacedores de la escena. Su diálogo con los actores es limpio y equilibrado, a cada uno le ha asignado una firma, un tono que los aglutina pero que también los mantiene a distancia, haciendo audible cada diálogo pero también cada representación del significado de ese diálogo.

Ha sabido construir la idea de una conversación entre los personajes de acuerdo con los registros del realismo, pero va más allá con la certeza: “he perdido el miedo a las palabras”. Verduzco apoya esa idea diferenciando los tonos de cada personaje. Equidistantes son la frialdad robotizada e indiferente, ¿expresionista?, de la madre tras el asesinato de su hijo y el reclamo vehemente ¿melodramático? de Martha, su hija, por la ingratitud de una madre capaz de conmoverse a pesar de los veinte años de indiferencia y olvido de un hijo al que, sin embargo, perdona.

Martha Verduzco respetó línea tras línea el texto de Camus; no es para menos, su capacidad organizadora de la historia lo inscribe en la tradición de Kafka, Borges, Iván Klíma, Hrabal, Kundera, Calvino, capaces de contar una historia sobre el hombre contemporáneo como si fueran unos trágicos griegos, pero ya sujetos a un mundo de delicadas distinciones entre la libertad, lo inevitable, lo injustificable del terrorismo que intenta construir un argumento para justificar el crimen. Un análisis indispensable sobre el mundo de las intenciones.