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Ver día anteriorJueves 9 de junio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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China: impresiones y expresiones
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ediado 2011, China se ha convertido, de manera abrumadora, en el principal referente de los debates geopolítico y económico-financiero globales. Quizá me anticipé un poco al hacer notar este hecho hace seis años, cuando distaba de ser tan patente. En un ensayo destinado a examinar, a mediados del anterior decenio, las acciones de países y organismos multilaterales que aplicaban, en los hechos, una política de contención de China, señalé que, ya en ese momento, literalmente, todo mundo habla de China. Afirmé, además, que una serie de acontecimientos económicos, tecnológicos, financieros y políticos habían consolidado a China como potencia mundial. Por encima de la gran recesión de finales de ese primer decenio, el ascenso económico de China ha continuado, al superar pronto la desaceleración provocada por la crisis, y casi nadie le regatea su condición de potencia global. En aquel momento (2005) dije que, según se le mida, China es la quinta o la segunda economía del mundo. Ahora es la segunda, tanto si el PIB se calcula a paridad de poder de compra como a tipos de cambio de mercado. Además, es más cercano el año en que se convertirá en la primera: dentro de cinco, en 2016, si se usa el primer cálculo, o dentro de ocho, en 2019, si se emplea el segundo (Gideon Rachman, When China becomes number one, Financial Times, 6/6/11). Sobre el estatus de China como potencia global, Henry Kissinger, que acaba de publicar un libro destinado a exaltar su contribución para incorporar a China a la incipiente globalización de los años 60, no duda en reconocer que desde mi primera visita, China se ha convertido en una superpotencia económica y en un actor central para la reconfiguración del orden político mundial (On China, p. 72 de la edición electrónica). En este contexto realicé una visita a China entre mediados de mayo y principios de junio, para observar aspectos de su actual realidad y conversar en instituciones académicas y políticas en Shanghai y Pekín. Presento aquí unas muy elementales impresiones y recojo ciertas expresiones derivadas de esta visita.

La transformación del paisaje urbano de dos de las grandes metrópolis chinas en el término de dos decenios difícilmente encuentra paralelo. A principios de los años 90 las expresiones de urbanismo moderno –edificios comerciales, conjuntos residenciales, vialidades, medios de transporte masivo, instalaciones culturales– eran la excepción dentro del gris predominio de la monótona arquitectura tradicional de las ciudades posrevolucionarias. Ahora son la regla y su omnipresencia llega a ser abrumadora, no sólo para los visitantes. Se diría que la modernización del entorno urbano ha sido tal y tan rápida que sorprende aun a sus propios habitantes. Los de Shanghai, por ejemplo, vieron surgir a lo largo de 10 años, entre 1995 y 2005, un rascacielos de más de 25 plantas por día, entre los que no escasean los de más de 50. Presenciaron, al igual que los de Pekín, la carrera entre el crecimiento de la planta vehicular y la construcción de viaductos, segundos pisos y autopistas urbanas para apenas conseguir que el creciente número de vehículos pueda seguirse moviendo, no sin dificultad. Los medios de transporte urbano masivo se extendieron y densificaron, sobre todo las redes de metro, y es admirable la limpieza y seguridad de sus instalaciones. El transporte interurbano por trenes de alta velocidad ha aparecido casi de un momento a otro. Más allá del proyecto de prestigio del tren de levitación magnética al nuevo aeropuerto de Shanghai-Pudong (430 kilómetros por hora máxima, 280 promedio), se está integrando una vasta red ferrocarrilera de alta velocidad. A partir del 20 de junio el tren rápido entre Pekín y Shanghai cubrirá en 4:30 horas los mil 300 kilómetros. Los nuevos aeropuertos de estas ciudades son sólo los más espectaculares de varios centenares hechos el último decenio. Cuando se expresan dudas sobre la sostenibilidad de este tipo de expansión suele escucharse que refleja demandas y expectativas de la población que continuarán manifestándose y que es imposible dejar de satisfacer, sin un alto costo político y social.

La otra cara de la moneda es también evidente, aun para el visitante ocasional. En paralelo con la expansión económica se ha dado, como se sabe, la explosión de la desigualdad, y sus manifestaciones resultan evidentes, desde la presencia de mendicantes, prostitución callejera y personas sin techo hasta la mayor densidad de automóviles particulares de lujo por kilómetro de vialidad urbana y la multiplicación de tiendas distribuidoras de artículos suntuarios de todo tipo. Es evidente, sin embargo, que para la mayoría de la población urbana han ascendido –en forma espectacular, dado el más que modesto punto de partida– los estándares de vida, manifestados en el acceso a satisfactores en materia de alimentación, vestuario y vivienda. En la mayor parte de los dos últimos decenios y salvo algunas acciones redistributivas localizadas, esas mejoras han resultado sobre todo del trickle-down que se produce en una economía que crece sostenidamente al 9 por ciento anual o más a lo largo de tal periodo. En el futuro, se expresa, la atención a un crecimiento mejor distribuido se incorporará de manera explícita a las políticas a fin de reducir las brechas de ingreso y bienestar urbano-rural, entre otras acciones destinadas a aumentar la sustentatibilidad del crecimiento –quizá ligeramente menos acelerado, pero menos vulnerable–. Cuando se señala que esta intención ha sido anunciada, por lo menos, desde hace cinco o seis años, se responde que la velocidad del crecimiento no puede, bajo ningún concepto, colocarse por debajo del necesario para asegurar la creación de empleos que permita absorber las adiciones a la fuerza de trabajo provenientes del aumento poblacional y las migraciones internas. También aquí está en juego la estabilidad político-social.

Estas breves notas no agotan en modo alguno el cúmulo de impresiones y expresiones resultantes de mis tres semanas en China. Quizá en entregas próximas refiera algunas otras.

Poste restante. Desde el momento de su presentación, quedó escrito el epitafio de la candidatura de Agustín Carstens al puesto de director-gerente del FMI. La prematura lápida lleva la siguiente leyenda: Con calificaciones impecables, pero tan impecablemente alineado con el Consenso de Washington no aportaría mucho a los cambios necesarios (Financial Times, columna Lex, 25/5/11).