Opinión
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Isocronías

Enseñar, poesía

¿E

s posible enseñar poesía? Dejemos la pregunta en el aire. ¿Es posible aprender poesía? No queda sino rendirse a la evidencia. ¿Y cómo aprenden los que aprenden, adánicamente? Alguien, algo les muestra. Alguien, algo, les enseña.

Roberto Sosa, el poeta hondureño recientemente fallecido, indicaba sencilla y previsiblemente una verdad comprobabilísima: el poeta nace y se hace. ¿Pero solo se hace? Por más autodidacta que se proclame o lo pregonen, de algo, de alguien (no sé si sobre todo de alguien, creo que sí) aprendió. En hablando de la poesía de las palabras, la por excelencia reconocida como tal, alguien (¿conciente, inconscientemente?) le mostró (le despejó) el camino.

¿He dicho consciente, inconscientemente? Bueno, en tratándose de poesía todo es consciente, inconscientemente?

Uno nunca sabe qué abre cuando abre un libro de poemas. Uno nunca sabe qué abre cuando le pregunta algo a un poeta.

Uno –mucho menos– nunca sabe lo que la poesía sabe en uno. De allí que no siempre se arriesgue a preguntarle; ¿y a hacerle caso?

¿Poeta es quien consecuentemente atiende la poesía que le habita? Sí, mas sin consecuentarla ni consecuentarse, y peor: siéndole fiel de una manera posiblemente oscura, o difusa, para el propio sujeto que la experimenta.

¿Quién o qué le enseña a uno la poesía que le habita? A algunos un colibrí. A algotros una estrella que cae. A aquél unos ojos. Al de más allá, niño todavía, la música con que van a enterrar al niño (su primo) vestido de San José, sobre el pecho su vara de azucenas. Y la lectura de San Juan, o de Cavafis, o de Rimbaud, o las visiones de Buñuel, Fellini, Kurosawa, o los procesos cerebrales de Mozart o de Bach, o el bramido del mar.

Enseñar: mostración de lo que te habita; don que ya no puede ser retirado. Severo don, compromiso: ¿Puedes soltarte ahora? Puedes. Pero ya no se puede: por suelto vayas, y acaso entre más suelto aún más, irás con la poesía que te habita.

Admiro o más bien quiero a los buenos maestros. No tanto a los cartabónicos (ser buen maestro es casi siempre ser bueno), sino a los arrojados (Ana Sullivan y Antón Makarenko, clásicos y todavía algo incómodos), a los creadores: Callas, Piaf, Graham, Grotowski…

Hay (son los más) quienes enseñan lo que les enseñaron a enseñar. Pero (¿será?) no menos abundan quienes sólo aprenden lo que les enseñan a aprender.