Opinión
Ver día anteriorDomingo 29 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Doctrina Monroe taurina

Algunos mexicanos en España

S

i gracias a lamentables gobernantes latinoamericanos continúa aplicándose la doctrina Monroe (América para los americanos, es decir, para beneficio principal o exclusivo de los gringos, a partir de su centenaria política exterior sustentada en la ambición y la insensibilidad), también en América Latina acomplejados criollos y habilidosos peninsulares llevan a cabo una eficaz doctrina Monroe taurina (Latinoamérica para los españoles).

Esta doctrina, tan perjudicial para el desarrollo de la fiesta de toros en Latinoamérica como la Monroe para la soberanía y economía del continente, se impuso hace décadas a ciencia y paciencia de empresarios, ganaderos, toreros, autoridades, crítica, aficionados y público, quienes todavía tienen cara para sorprenderse por la reciente victoria del movimiento antitaurino en Ecuador, que con Perú, Colombia y Venezuela, constituyen un vergonzoso enclave colonial taurino de España, gracias a la escasa visión y autovaloración de su lamentable elite económico-taurina que, en el sometimiento neoliberal, considera más redituable importar que producir, incluso toreros. Así nos va, en lo taurino y en lo demás.

Si ahora los taurinos ecuatorianos engolan la voz para exigir reconocimiento a los significados históricos, culturales y sociales de la fiesta brava, y hablan de la importancia de preservar la Feria de Quito como patrimonio de la ciudad, eje de sus fiestas fundacionales y revulsivo de su actividad económica, tendrían que preguntarse a quiénes beneficia realmente montar ferias anuales con figuras españolas y dos o tres locales de relleno, porque a su fiesta no.

Son notables los contrastes entre el poco atractivo espectáculo taurino que hoy se ofrece en México y el que se exige en España, a pesar de la alarmante mansedumbre que acusa la mayoría de las bien armadas reses que allá se lidian. Además de memoria histórica, profesionalismo, tradición, vigilancia del espectáculo por parte de la autoridad y de los propios gremios, promociones diversas, apoyo oficial, mercadotecnia, imaginación editorial y un decoroso nivel de crítica, otros factores determinan las diferencias entre una fiesta y otra: el respeto a la integridad del toro de lidia, salga manso o bravo; un proteccionismo que ha impedido la entrada de diestros extranjeros, famosos o no, que puedan competir y aun superar a los nacionales; un rigor presuntuoso cuando de premiar fuereños se trata, y una eficaz promoción de toreros competitivos y bien pagados. Allá, autosuficiencia mata internacionalismo taurino.

Al fin España parece reabrir sus puertas a algunos jóvenes mexicanos con cualidades que, una vez familiarizados con la embestida del toro español, saben dar espectáculo, competir y triunfar en aquellos cosos. En la Feria de San Isidro las dignísimas, enteradas y entregadas confirmaciones de alternativa de Arturo Saldívar y de Joselito Adame, así como la soberbia actuación del novillero tlaxcalteca Sergio Flores, poderoso, inspirado y encastado. A ellos, unos jueces instruidos a la inversa que los manirrotos de México, les negaron merecida oreja, si bien reiteraron que el problema sigue siendo de elemental reciprocidad por parte de los celosos taurinos iberos, indiferentes a la postración y entreguismo de los empresarios de acá.

Otro diestro mexicano que asistió a la isidrada que mañana concluye fue el matador Eloy Cavazos, quien gestiona que el año entrante se coloque una placa en su honor en la plaza de Las Ventas, quesque por ser el último mexicano en salir por la Puerta Grande, hace 39 años. Pero si alguien contribuyó, junto con Manolo Martínez, al lento relevo generacional de la torería de México, ese fue Eloy, no los toreros españoles, desde luego.