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La justicia según Obama
C

uando el pasado primero de mayo el presidente Barack Obama anunció la muerte de Osama Bin Laden dio por terminado un doloroso capítulo de la historia de Estados Unidos. Dijo que se había hecho justicia, palabra que utilizó cinco veces en su breve alocución de ese domingo por la noche.

La historia y la literatura están repletas de ejemplos de individuos o grupos de personas que han clamado por la justicia. Hay quienes buscan una justicia divina, administrada desde el más allá. Los dirigentes políticos también son objeto de reclamos populares y en una época los reyes fueron la instancia preferida (del rey abajo, ninguno, y espero justicia de vos).

La justicia es una pena o castigo público, es darle a cada uno lo que le corresponde y es lo que debe hacerse según la razón o el derecho. De ahí las exigencias de la marcha caravana por la paz con justicia y dignidad que culminó en la manifestación en el Zócalo capitalino el pasado 8 de mayo y que tuvo eco en numerosas ciudades mexicanas y extranjeras.

El problema con el anuncio de Obama es que un asesinato, aunque se trate del de un monstruo como Bin Laden, no deja de ser un asesinato. La redacción de los periódicos se debatió acerca de cómo calificar lo anunciado por Obama. Este periódico dijo que Bin Laden había sido muerto por tropas de EU en Pakistán. El encabezado de The New York Times dijo lo mismo. Otros diarios optaron por el verbo liquidar o matar pero, de los titulares que vi, ninguno utilizó asesinar. En la prensa de Estados Unidos hubo de todo, incluyendo: Acabamos con él o Lo matamos.

Para buena parte de la opinión pública estadunidense lo que importa es que Bin Laden está muerto. Se trata de un poderoso sentimiento de revancha disimulado por un discurso sobre justicia. La reacción popular frente a la Casa Blanca así lo confirmó. La gente gritaba ¡U-S-A, U-S-A!, como si se tratara de un triunfo en una competencia deportiva.

Entre los familiares de las víctimas de los ataques del 11 de septiembre de 2001 prevaleció la idea de que se había hecho justicia. No pocos agregaron que la lucha había terminado y que, por lo tanto, ya podrían regresar las tropas. He ahí una clave de cómo muchos estadunidenses han justificado las invasiones de Afganistán e Irak.

Hace 15 días las autoridades británicas dieron a conocer los resultados de su investigación acerca de los bombazos que mataron a 52 personas en el metro londinense el 7 de julio de 2005. Entre otras cosas, declararon que las víctimas habían sido matadas ilegalmente. Curiosa expresión.

Un año antes, el 11 de marzo de 2004, otros atentados habían causado la muerte de 191 personas en Madrid. En Londres los que cometieron los actos terroristas fueron suicidas. En Madrid también hubo suicidas pero se juzgó a una treintena de otros acusados. En 2007 algunos fueron exonerados y otros fueron condenados a miles de años de prisión. Las asociaciones de familiares de las víctimas no estuvieron conformes con el fallo y exigieron que se aclarara quién (y por qué) había ordenado el atentado.

En Estados Unidos la procuración de justicia siguió un curso muy distinto. Se ideó la cárcel de Guantánamo, se recurrió a torturar a algunos de los acusados y luego, con la llegada de Obama, se quiso dar marcha atrás y buscar un camino más acorde con un sistema más civilizado de impartición de justicia. Esos esfuerzos han tenido un éxito relativo. Se descontinuó la tortura pero la prisión en Guantánamo no se ha cerrado. Y ahora parece que nunca se pensó en capturar y enjuiciar al responsable de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Lo tramado por Bin Laden en contra de Estados Unidos fue un acto terrorista sin precedente. Vulneró a un país que se sentía ajeno a pérdidas de vidas en su propio territorio. Provocó un trauma nacional y una reacción que se ha prolongado durante casi una década. La llamada guerra contra el terrorismo internacional incluyó la invasión y ocupación de Afganistán e Irak y ha cobrado cientos de miles de vidas. Le ha costado a Washington más de un billón de dólares.

Los detalles que se han difundido del operativo militar revelan que los comandos se hicieron de un montón de información que manejaba Bin Laden. Ello habrá de facilitar la búsqueda de otras células de Al Qaeda y quizás resulte en su derrota definitiva.

Algunos estudios preliminares del tiempo que los medios de comunicación en Estados Unidos le han dedicado a Bin Laden y su secuela (la llamada guerra contra el terrorismo internacional) indican que se trata de casi la mitad de su tiempo al aire.

En inglés se suele usar la palabra “closure” para describir el fin de un debate. Significa también el finiquito de un asunto. Para muchos estadunidenses la desaparición de Bin Laden representa el fin de un debate nacional y el fin de una etapa para las familias de las víctimas de los atentados.

El operativo montado para localizar a Bin Laden ha sido la búsqueda más cara de una persona en la historia. Con su desaparición, Estados Unidos parece haber vivido una catarsis nacional. Termina una década en la que ha mostrado una obsesión por encontrar al culpable de los atentados del 11 de septiembre. Esa búsqueda ha cambiado la vida de ese país que quizás ahora pueda empezar a recuperarse.

La eliminación de Bin Laden tendrá consecuencias en muchos renglones de la vida de los estadunidenses. Quizás se traduzca en un retiro acelerado de sus tropas de Afganistán y en una disminución del presupuesto militar. Podría resultar también en un cambio muy saludable: una presencia más discreta del aparato de seguridad montado por Washington en el pasado decenio.