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¿La Fiesta en Paz?

Emilio Chapa o la afición como cultura y pasión

U

no de los rasgos fundamentales de que se despojó a la secuestrada fiesta de los toros es la pasión, que es no sólo entusiasmo y exaltación, sino padecimiento del alma y perturbación de los sentidos a partir de la entrega recíproca de tauridad y personalidad, de auténtica bravura animal y serena disposición humana a someterla. Por eso ya García Lorca advertía: A los toros se va a gozar sufriendo.

Emilio Chapa Esquivel, licenciado en Administración de Empresas, con maestrías en Mercadotecnia y en Empresas Agropecuarias, 33 años como docente en el Instituto Tecnológico de Saltillo, Coahuila, y casi 40 años de trabajar en el sector público, logró convertir la afición que de niño le inculcara su padre en apasionada cultura taurina y esmerada y valiosa colección, destinando en su domicilio 120 metros cuadrados, distribuidos en dos plantas, a un Salón Taurino en verdad extraordinario.

Un selecto acervo cuidadosamente presentado y con un claro sentido histórico, tanto por épocas como por figuras, reúne cabezas de toros, escogidas fotografías, memorables carteles, objetos y ternos, así como el mural Semblanza de Armillita, de 20 metros cuadrados, del maestro Raymundo Cobo, donde plasma las grandes faenas, pares, trofeos y suertes aportadas por el inmenso torero, como el molinete de rodillas, la saltillera y el par de la vueltecita, un giro hacia atrás al momento de arrancarse el toro, seguramente para templar mejor la embestida y hacer más precisa la reunión.

Entre las muchas reliquias que guarda este Salón Taurino destaca la arrogante cabeza perfectamente conservada de Respetao, un castaño aldinegro y primer toro del marqués de Saltillo lidiado en nuestro país. Fue en la Plaza Colón, de la ciudad de México, me ilustra Emilio, y lo estoqueó Luis Mazzantini el 8 de enero de 1888, 10 días antes del nacimiento de Rodolfo Gaona.

La faja y el corbatín negros que usó en su despedida Fermín Espinosa Armillita, autentificados por el maestro; el cartel de la corrida con motivo de la coronación de Alfonso XIII, o el cartel original y el boleto de la tarde en que murió Alberto Balderas en las astas de Cobijero. De pronto, la magia intemporal me vuelve a conmover hasta la médula.

Una breve vitrina resguarda una hermosa montera, casi nueva, de perfecta armonía en sus formas, delicadamente rematada con los machos laterales y recubierta de morillas o motitas finísimas. Nunca había visto una prenda de torero que proyectara tanto señorío. Emilio Chapa tiene entonces la gentileza de abrir la vitrina y poner la prenda en mis manos. Mientras la contemplo con inexplicable admiración, me informa: “Era de Manolete, se la arrebataron en Guadalajara tras una tarde de apoteosis”. Vuelvo a admirarla, pero ahora la imagino sobre la cabeza del Monstruo. Observo en su interior unos acabados también excelentes y una marca insólita: Bancroft, con cinco equis debajo y dos leones y una b como escudo arriba. Concluyo que la admiración de las masas suele impedir la felicidad de los admirados.

Desde que tenía 10 años comencé a reunir fotos, carteles y objetos diversos, comenta el lienciado Chapa, y añade que varias piezas de su colección se las compró a Nicolás Salas Regalado, El pajarito Salas, cronista taurino de San Luis Potosí, quien las tuvo en custodia en el Museo Taurino Potosino. Luego muestra la fotografía de un sonriente Pajarito junto a Manuel Benítez El Cordobés y dice: fue todo un personaje, ingeniero químico, criador de palomas mensajeras, aficionado práctico y escritor, dejando para la posteridad su libro Mis recuerdos taurinos.

Un rasgo que refleja la encastada entereza y vital personalidad de Emilio Chapa Esquivel como ser humano y aficionado es que el día que me mostró su Salón Taurino se cumplían tres años del terrible accidente aéreo en que por poco pierden la vida él y sus amigos Leoncio Saucedo, Mario González y Ramiro Dávila Fuentes, así como los dos pilotos, al desplomarse la avioneta en que volaban a San Luis Potosí a presenciar la actuación de José Tomás. A pesar de las quemaduras todos sobrevivimos, remata Emilio al desgaire.