Opinión
Ver día anteriorSábado 7 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Infancia y Sociedad

El calor de la lactancia

A

unque ahora esté agria la leche de la madre patria, nos toca proteger la lactancia natural de los mercaderes, pues no existe aún leche sustituta con las virtudes nutricionales y de protección inmunológica que la materna brinda a los neonatos.

Esto deben saberlo las mujeres, no sólo cuando se embarazan, sino desde la adolescencia, para que tengan claro que ser mamá significa compromiso de tiempo y presencia con el hijo, pues aunque mañana se lograra fabricar una leche sustituta idéntica a la materna, no se podrá sustituir el envase natural, el pecho, que significa la bienvenida amorosa a la vida.

En este terreno un feminismo sano defiende el derecho de la mujer a una maternidad gozosa, de modo que armonice con el derecho del niño a venir al mundo deseado por sus padres, bien amado y criado con alegría.

El pronto destete es el principal responsable de desnutrición y mortalidad tempranas, pues entre los seis y 18 meses, cuando a los niños se les deja de alimentar con el pecho, pueden empezar a padecer infecciones que los debilitan y a veces los llevan a la muerte. A ese periodo se le ha llamado precisamente el valle de la muerte, pues miles de menores fallecen por infecciones recurrentes y los sobrevivientes salen vulnerados.

Además de los aspectos biológicos, se sabe que el contacto físico con el pecho y los brazos maternos es fundamental para el desarrollo mental y afectivo. El más elocuente estudio al respecto es de Harlow y colaboradores, realizado en Estados Unidos, en 1971. Fabricaron dos maniquíes, uno, la madre de felpa –estructura de madera recubierta de goma espuma y forrada de felpa– y otro hecho exclusivamente de alambre.

La mitad de los monos utilizados en el estudio obtenían leche de la madre de felpa y la otra mitad de la de alambre, pero cuando se les dejaba libres para que elegieran una madre, todos escogían a la de felpa. Los que se veían obligados a tomar alimento de la de alambre permanecían con ella el tiempo imprescindible para comer y regresaban a trepar a la madre de felpa. Si algo asustaba al monito, corría a buscar protección en la madre que resultaba acogedora al tacto, no a la de alambre que lo alimentaba.

Al darles a elegir entre la madre que les daba alimento y la que les proporcionaba un estímulo agradable al tacto, preferían el calorcito de la de felpa, por encima del alimento. Sabido es que no sólo de pan –y de leche– vive el hombre. (Este 10 de mayo, por la madre patria no pido cárcel para sus verdugos, sino manicomio).

Para mamá Coca, que me enseñó a tocar las estrellas.

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