Opinión
Ver día anteriorJueves 28 de abril de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El amante
E

n la variada y muy interesante temporada que se abrió en el teatro de la UNAM, la segunda obra estrenada es El amante, la emblemática y muy representada obra de Harold Pinter, el más importante dramaturgo de habla inglesa (y de otras hablas) de la segunda mitad del siglo pasado, en la traducción de Rafael Spregelburd que se puede encontrar en la edición de Losada, pero ya aquí limpia de argentinismos y apta para el público mexicano, lo que no es poco tratándose de un autor para el que el lenguaje es la absoluta construcción del mundo. Se suele encasillar a Pinter dentro de la corriente del absurdo –incluso hay quien por flojera o ignorancia lo llama surrealista– pero la verdad que su teatro es inclasificable, por lo que muchos aluden a lo pinteriano, lo que podría ser todo y lo mismo es nada. Sus frases elusivas, sus famosas pausas, el realismo de sus personajes en situaciones muy poco reales hacen de sus textos un juego que acaba por subvertir modos y costumbres de Inglaterra y se puede decir que de gran parte del mundo. El amante posee todas estas características y aunque no comparte con textos posteriores el atemorizado arrinconamiento en un espacio interior ante confusas amenazas exteriores, la acción en ese departamento algo tiene de claustrofóbico por la historia misma que a acota todo y a todos fuera de sus paredes.

La directora Iona Weissberg ha entendido perfectamente las dualidades de un texto en apariencia sencillo pero que es un reto –como todos los de Pinter y más que muchos– por las ambigüedades señaladas, sobre todo porque la pareja de Sarah y Richard mata el aburrimiento de repetir todos los días las mismas tareas de la vida conyugal, como ama de casa en el caso de Sarah, como contador en una oficina en el caso de Richard, con juegos que a fuer de repetidos probablemente llegarán al mismo tedio, aunque esto no lo vemos en la obra. En una escenografía diseñada por Sergio Villegas, que condensa en una sola área, con ese sofá unido a una chaisse long (que pueden ser convertidos en lecho matrimonial) y la mesita de servicio, el departamento que pide el autor y con la muy bien dosificada iluminación de Matías Gorlero, Iona Weissberg encara la historia con un trazo muy certero y sobre todo con los matices actorales que requieren sus personajes en cada momento.

El realismo de las actuaciones de Marina de Tavira que encarna a Sarah y de Antonio Rojas como Richard, sobre todo en las primeras escenas, cuando todavía no se descubre su juego, contrasta con esa otra realidad que se nos está ocultando, en una muy inteligente interpretación de la directora que da así una verdadera vuelta de tuerca. El diálogo entre ambos cónyuges es banal, con silencios y las famosas pausas que se respetan pero que no se alargan excesivamente.Weissberg añade un acto sexual, rutinario y poco satisfactorio de los esposos –que han estado largo rato desnudos ante la ventana sin excitarse el uno al otro– contrastante con los repetidos y apasionados cunnis linguae de la mujer y quien es su amante. Él se ve apasionado a diferencia del marido y ella toma actitudes gatunas y/o sensualmente vulgares que poco tienen que ver con la ama de casa que reacciona con toda verosimilitud ante la idea de que su marido se vea con una prostituta. A estas dos maneras de interactuar de ambos se añade todavía una tercera, la de la joven acosada en un bosque que es salvada por el guardabosques ante el que sucumbe en su cabaña y que aquí está impostada de manera ridícula, con actitudes de melodrama de cine mudo.

Las actuaciones de ambos son buenas y han entendido con inteligencia lo que la directora les está pidiendo, pero a mi modo de ver sobresale Marina de Tavira quizás porque sus cambios son más pronunciados. El vestuario, que muestra una elegancia más allá de la clase media, así se trate de la inglesa, lo que desconcierta un tanto en una escenificación tan bien planeada, se debe a Emilio Rebollar. Destaca la música original de Mario Santos en el saxofón de Daniel Zlotnik que apoya los cambios de día y de hora junto con la iluminación de Gorlero.