Opinión
Ver día anteriorJueves 28 de abril de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Del sobrecalentamiento
L

os economistas de los organismos internacionales han venido planteando desde hace algunos meses que las distintas economías del mundo se mueven a dos velocidades. El mundo de los países emergentes, comandado por China e India, tiene altos ritmos de crecimiento, son demandantes voraces de materias primas y alimentos, y sus sistemas financieros nunca estuvieron en crisis. El mundo desarrollado, en cambio, encabezado por Estados Unidos y los países europeos, contuvo la recesión y empezó a crecer pero a tasas reducidas, con altos niveles de desempleo y problemas importantes en las finanzas públicas y el comercio exterior.

Al lado de esta tesis, desde el BID se ha señalado recientemente que en América Latina se han conformado dos bloques de países que reproducen las dinámicas de la economía mundial. Brasil y México son las cabezas de esos dos grupos que han acompasado sus ritmos de crecimiento con el polo dinámico y con el polo cuasi estancado. Brasil, junto con buena parte de América del Sur, ha aprovechado la creciente demanda de los países asiáticos y sus flujos comerciales se han dirigido cada vez más hacia China, India y Rusia. En cambio, México y Centroamérica mantienen ligados sus aparatos exportadores con Estados Unidos, pese al escaso dinamismo económico de su industria.

Esto se ha convertido en una tesis que está obteniendo aceptación generalizada. Lo novedoso es que al FMI y a los bancos internacionales les empieza a preocupar la velocidad con la que están creciendo las economías del bloque brasileño. Han planteado que se están sobrecalentando y que tienen que frenar antes de que el éxito se convierta en fracaso. Este planteo se sostiene en la idea de que el incremento de precios en alimentos y materias primas no se sostendrá mucho tiempo, y que esos productos tienen poco valor agregado.

Dicen que les preocupa que el crédito esté creciendo rápidamente y que, sobre todo, sea entre las personas de bajos ingresos, también parece preocuparles que los flujos de capitales que han girado hacia América Latina repentinamente desaparezcan, de modo que pudieran estar transitando en un camino que pudiera no tener salidas. Frente a este panorama, el FMI ha sostenido que los países de América Latina debieran instrumentar medidas para controlar los flujos de capitales.

Esto que parece un planteo heterodoxo, no lo es si se entiende que, en realidad, lo que proponen es que los gobiernos frenen sus economías. Este freno, según su propuesta, tendría que darse deteniendo el gasto público y disminuyendo la acción crediticia de los bancos gubernamentales. En breve debe sacar al gobierno de la aplicación de un programa económico en el que el centro está en la expansión de la demanda privada, particularmente de las familias de menores ingresos, para fortalecer el mercado interno convirtiéndolo en factor clave del crecimiento económico.

Así que la tesis del sobrecalentamiento, que normalmente se asocia al agotamiento del uso de capacidad industrial ociosa, se utiliza para discutir la pertinencia de la intervención gubernamental. La ortodoxia no se ha abandonado, sino que se replantea a la luz de un nuevo desempeño económico, en el que el mayor protagonismo lo tienen economías con estados que participan activamente en la conducción de sus economías.

Como dijo Lula en la pasada Convención Bancaria en Acapulco: ciertos paradigmas centrales de la teoría económica dominante no son sino mitos, que la experiencia brasileña, y también la china e india, han derrumbado.

No es momento para proponerse detener el dinamismo económico de algunos países latinoamericanos. Al contrario, se trata de aprovechar ese dinamismo para construir un mercado interno amplio, sólido y diversificado. Y esto sólo es posible lograrlo elevando los ingresos reales de la mayoría de la población, lo que ocurrirá si y sólo si los gobiernos actúan decididamente para lograrlo. Éste tiene que ser el aporte fundamental de los gobiernos que conducen economías exitosas para la construcción del futuro, aunque al FMI y a los economistas ortodoxos les preocupe.