Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de abril de 2011 Num: 842

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

México, el país y sus miedos
Alejandra Atala

La revolución
somos nosotros

Claudia Gómez Haro entrevista
con Octavio Fernández Barrios

La narrativa mexicana: entre la violencia
y el narcotráfico

Gerardo Bustamante Bermúdez

Erasmo: necedad
y melancolía

Augusto Isla

Un vicio como otro
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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Cuatro desánimos y un grito

Los desánimos

Semana santa suele ser una suerte de antesala de todo aquello que, cinematográficamente hablando, ha de sernos asestado sin asomo alguno de misericordia el próximo verano. Los días de asueto sólo pueden ser para desasirse de preocupaciones, para distraerse, para pensar poco y, si se puede, nada. Los niños están de vacaciones y eso no puede sino ser aprovechado, de modo que conviene lanzar ahora, y no después, las películas hechas para ellos.

A juzgar por el grueso de la programación semanasantanera, veraniega y decembrina, cosas así han de decirse los encargados de la distribución y la exhibición fílmicas, pues de otro modo no se explica la simultaneidad de seis filmes de animación, todos estadunidenses desde luego, todos estructurados desde ese punto de vista mitad simplón y mitad ombligocéntrico, según el cual el mundo es “normal” y “aceptable” o, por el contrario, “exótico” y “modificable”, en función de qué tanto se asemeja o qué tan distante se halla de los modos, usos, costumbres y prejuicios gringos.

De las seis, la que más tiempo lleva en esta cartelera infame es Rango, enésima versión del estereotipo hollywoodense del new kid in town o nuevo chico en el pueblo. Lo único que se sale, y apenas, del recetario argumental, es la condición aburguesada del camaleón protagonista, para quien todo bienestar consiste en el regreso a su condición original, de pachorra adocenada, ya sea que ésta se consiga volviendo a casa o estableciendo sus ideales en el sitio adonde fue a parar. Igualito que un marine “salvando al mundo” en Irak o Afganistán, por ejemplo.

Estrenada hace un par de semanas, Río, de la cual hay que culpar a Carlos Saldanha, consigue la indeseable proeza de apelmazar, en poco más de hora y media, prácticamente completos los lugares comunes y los prejuicios del estadunidense clasemediero típico, para el cual todo aquello que rebase la estrechez del suburbio donde vive, no puede sino ser un exotismo. Supuestos deslumbramientos, ramplones y convenencieros como los exhibidos aquí, folcloristas y colonizantes en la misma línea del disneyesco Los tres caballeros, demuestran que muy poco ha cambiado desde que, en 1721, es decir hace poco menos de tres siglos, Montesquieu escribiera sus Cartas persas, en las que un europeo pudiente podía preguntarse: “¡Qué cosa más extraordinaria! ¿Cómo puede alguien ser persa?” En Río nada más hay que cambiar “persa” por “brasileño” y listo.

Vea nada más la vestimenta que se le asignó a Hop, el conejo de animación que protagoniza la cinta homónima, acá rebautizada dizque ingeniosamente como Rebelde sin pascua: playera, camisa desabotonada, audífonos; ¡ah!, y baquetas en ristre, porque se trata de un conejo baterista. No es estadunidense de nacimiento pero, eso sí, es muy cool, muy alivianado, tiene “actitud”, y será muy de pascua pero su principal interés consiste en “hacerla”, para lo cual decide ir ¿a dónde cree usted? ¡Pues a Hollywood, faltaba más! Temáticamente, nada distinto a la búsqueda insensata y a como dé lugar de eso que los estadunidenses entienden por “éxito” –y de pasada “salvando” la Pascua, igualito que desde hace años y años en otras películas se “salva” la Navidad–; simple puesta al día, tecnológicamente hablando, de churrazos tipo Space Jam –por aquello de conjuntar animación y acción filmada–, aderezada, igual que Rango y que Río, con todos los gags necesarios para que Todomundo salga diciendo que qué simpático personaje.

¿Será posible que alguien pueda degustar sin ascos esa sopa fría llamada Winnie Pooh? ¿De plano hay tal carencia de ideas en la “meca del cine” que se ven forzados a resucitar a ese ejemplo insuperable de bobaliconería monótona, de personalidad insulsa e inefablemente cursi, de mundo vuelto de espaldas al mundo que es el del oso de trapo parlante y glotón y egoísta y lelo que acompaña a Conejo, Burro y demás aburridos esquemas de personaje?

El grito

Hablando de refritos y carencia de ideas, parece mentira –y ojalá lo fuera– que se haya filmado y se esté exhibiendo ¡la cuarta parte! de esa colección monumental de bembadas que lleva Scream por título. Ni nostalgia por la “saga” compuesta por las tres anteriores, pues la nostalgia es demasiado sentimiento por algo así de insulso; ni suspenso porque Todomundo sabe perfectamente, antes de que transcurran cinco minutos, lo que ha de suceder; ni puesta al día formal o técnica, porque Wes Craven sólo ha sabido repetirse como el eco y, finalmente, ninguna pertinencia para ver a un sicópata matando literalmente a lo pendejo, en un país donde, cualquier día de cualquier semana, santa o no, amanecemos con otra narcofosa rebosante de cadáveres.