Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 10 de abril de 2011 Num: 840

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La violencia en Cuernavaca
Ricardo Venegas

La raza cósmica:
85 años de utopía

Andreas Kurz

El blog, otro confín
de la creación literaria

Ricardo Bada

Libertad: la demanda
del mundo árabe

Una entrevista con el poeta sirio Adonis

Tres poemas
Adonis

Guillermo Scully,
las formas, el color
y las amigas

Francesca Gargallo

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Germaine Gómez Haro

Vicente Rojo: esbozo de un autorretrato

Es conocida la estrecha relación que ha sostenido Vicente Rojo con el universo literario a través de su desempeño a lo largo de varias décadas en el diseño gráfico de incontables portadas de libros fundamentales y suplementos culturales, así como su pasión por la literatura y la poesía, que en numerosas ocasiones han sido fuente de inspiración para la creación de algunas de sus series pictóricas, como es el caso de Presagios, que surgió a partir de La visión de los vencidos, de Miguel León Portilla, o Señales en el país de Alicia, siguiendo al gran Lewis Carroll.

Asimismo, han aparecido ediciones en las que conviven en complicidad poemas de algún escritor con las obras plásticas del artista, una afortunada alianza que ha dado lugar a hermosas publicaciones como Quince volcanes (Impronta Editores) con Alberto Blanco, por mencionar sólo una. En días pasados Vicente Rojo nos sorprendió con una nueva faceta en su destacado quehacer artístico con la aparición de un soberbio libro en el que se revela como un notable escritor. Aunque en diversas ocasiones Rojo había publicado algunas reflexiones aisladas en suplementos culturales y revistas, el presente libro, a cargo de Editorial Era y El Colegio de México, constituye un trabajo de mayor aliento en el que el artista consigue llevarnos de la mano por los senderos de su vida y de su creación mediante un lenguaje claro, conciso, ameno y entrañable, lo cual hace posible que el lector se sienta seducido de principio a fin. El volumen, de 430 páginas, consta de un esbozo autobiográfico y textos introductorios a siete de sus series pictóricas, ilustradas con más de cuatrocientas imágenes bellamente impresas. Así pues, el libro resulta un trabajo fundamental para transitar de la mano del propio creador que nos va dando luces y haciendo guiños al recorrer los vericuetos y rincones de su vida y de su obra.

Escribe Rojo a propósito del libro: “(lo) he titulado Puntos suspensivos porque quiero creer que mi obra sigue en proceso, repito y multiplico aquellas notas junto con otros textos rescatados de algunas de mis escasas publicaciones: en conjunto pueden constituir un autorretrato o una manera de diario hablado profusamente ilustrado, como una forma de constancia de vida”. Complementa sus escritos con frases y titulares recopilados de entrevistas realizadas en diferentes épocas. Es, en sí, un trabajo concienzudo y riguroso –como toda su creación– en el que nos comparte generosamente recuerdos y vivencias que van desde los horrores de la Guerra civil española, su llegada a México a los diecisiete años y el comienzo de una carrera artística que ha ido in crescendo a lo largo de más de cinco décadas. Por una rendijita nos permite asomarnos a su estudio y presenciar ese rito que supone la creación de una pintura, una escultura o una obra gráfica, realizadas con una inmensa dedicación y un extremo amor por el oficio. En esta escena lo vemos dibujando con el entusiasmo, la frescura y la imaginación que lo han acompañado desde niño, cuando decidió no desprenderse nunca de los lápices de colores, los papeles, las tijeras y el pegamento que le han permitido recortar sus sueños, colorearlos y estamparlos en su obra con gran aliento poético. Escuchamos a su lado la música que lo acompaña siempre en las interminables horas de creación ensimismada, cuando por igual alternan Bach, los Panchos, Pérez Prado o Carlos Chávez. Rojo nos habla de su generación, mal llamada de la ruptura, que él considera más oportuno llamar de la apertura, por los caminos que abrieron en la anquilosada ruta única que defendía Siqueiros. Los amigos, las afinidades artísticas, las lecturas, el cine, las enseñanzas de los maestros y los descubrimientos estéticos, su amor por México y su pasión por la cultura mexicana… Vicente Rojo abre la puerta y el lector-espectador entra a su universo de puntos suspensivos. Se vislumbra al ser humano cálido, discreto, sereno, profundamente cordial y afable; se intuye al creador incansable que se aboca a las repeticiones en un eterno afán de buscar, no de encontrar. Un “trabajador de la cultura“ como le gusta autodenominarse. El artista ajeno a las modas y lejano del espejismo del mercado que prefiere los puntos suspensivos, porque sabe que –como escribió Luis Cardoza y Aragón– “el arte no es: va siendo, siempre”.