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Sergio Pitol. Traductor
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Sergio Pitol, traductor, escritor y diplomático, en imagen de archivo
Periódico La Jornada
Domingo 10 de abril de 2011, p. 3

Prólogo

Lu Hsun constituyó hacia la segunda y tercera décadas de este siglo una de las personalidades morales e intelectuales de mayor prestigio entre las combatidas fuerzas democráticas de China. En su visita a Shanghai, a comienzos de los años treinta, Bernard Shaw manifestó deseos de entrevistarse únicamente con dos personas, la viuda del ex presidente Sun Yatsen y el escritor Lu Hsun. Ninguna persona interesada en los acontecimientos de China desconocía entonces su nombre.

Su obra se ha filtrado a Occidente de manera lenta, espasmódica y oscura. Durante muchos años fue sólo conocido por sinólogos, miembros de las Asociaciones de Amistad con la China Popular y teóricos del realismo socialista: a casi todos debe haberles resultado difícil de ubicar. Sus textos no se ciñen con docilidad al encasillamiento.

El parangón que del autor se ha hecho con otras figuras europeas muestra hasta dónde caben las discrepancias. Ya en vida se le llamó el Chejov chino, el Gorki chino, el Nietzsche chino: tres personalidades difíciles de hermanar. La Revolución Cultural volvió a convertir su nombre en noticia. Lu Hsun apareció de pronto revestido de todos los atributos de un guardia rojo.

Su obra se enarboló como ejemplo de literatura proletaria, azote de tibios y de revisionistas. Fue necesario crearle una nueva fisonomía, eliminar contradicciones, disolver matices. Inventarle, en fin, una nueva biografía. De todo ello, un hecho ha resultado beneficioso: sus cuentos y ensayos se traducen y se leen hoy en todo el mundo. El lenguaje de sus ensayos contrasta vivamente con el de las publicaciones de Pekín; sus cuentos sorprenden a quien se asoma a ellos en busca del épico escritor revolucionario que proclamaban los maoistas.

La reacción de algunos sinólogos de considerar a Lu Hsun como a un escritor apolítico es aún más absurda. El periodo conflictivo que le tocó vivir apenas hacía posible distinguir entre profesión literaria y actividad política. A partir de 1911, la historia de China no ha dejado de ser una convulsión permanente. Frente a los caudillos de la guerra, las matanzas del Kuomintang y la ocupación japonesa no cabía la neutralidad. De no haber muerto en 1936 se hubiera integrado con toda seguridad a la República Popular. Su zona de respiración se encontraba en la izquierda. Desde muy joven fue sostenedor de causas, signatario de manifiestos y proclamas y combatiente de males.

Como escritor, entabló la primera batalla contra el idioma literario tradicional. Fue un partidario apasionado del uso de la lengua hablada. En 1916, el erudito

Hu Shi, la figura clave de la reforma literaria, expresaba: Nuestra lengua literaria es una lengua casi completamente muerta. Está muerta porque ya no es hablada por el pueblo. Equivale al latín en la Europa medieval. Pero en realidad es aún más muerta (si cabe hacer comparaciones entre muertos) que el latín, puesto que éste estaba todavía destinado a ser hablado y comprendido, mientras que el chino literario, si se hablara, resultaría ininteligible hasta para los sabios. Lu Hsun fue uno de los primeros escritores en desechar el lenguaje tradicional y escribir sus relatos en pai-jua, o sea la transcripción ideográfica del idioma hablado.

Su pensamiento político y su obra carecieron, por fortuna, de la linealidad ideológica que hoy se le atribuye. En vida fue combatido igualmente por los grupos de escritores tradicionalistas, vanguardistas y proletarios. En su obra no se encuentran etiquetas revolucionarias, ni consignas. En varios ensayos señala con claridad las diferencias entre propaganda y literatura. Ni siquiera se hacía ilusiones –y vivía en un país y en una época en que moralmente hubiera resultado cómodo y estimulante hacérselas–, sobre la posibilidad de modificar el destino nacional a través de la obra literaria. En un ensayo de 1927 señalaba: Hay quienes sostienen que la literatura tiene una gran influencia sobre la revolución. En cuanto a mí, lo dudo. La literatura es a fin de cuentas un producto del ocio que expresa la cultura de una nación. Esa es la verdad.

En definitiva, la obra narrativa de Lu Hsun al manifestar sus simpatías, sus obsesiones, sus omisiones, resulta una fuente más válida para enjuiciar sus conceptos literarios que cualquier declaración al respecto. Esta obra está contenida en tres volúmenes: A las armas, Errar incierto y Viejas leyendas vueltas a contar.

Según Maurice Blanchard, todo el pensamiento moderno, desde Descartes hasta Hegel y Nietzsche, es una exaltación del poder, un esfuerzo para hacer el mundo, concluirlo y dominarlo. El hombre es una gran potencia soberana a la medida del Universo, y, merced al desarrollo de la ciencia, al conocimiento de los recursos desconocidos que posee, es capaz de hacer todo y de hacer el todo. Pero en la novelística contemporánea, o por lo menos en algunas de sus ramas importantes, encontramos que ese sentimiento se desvanece, cuando no es que está del todo omitido. El hombre ha dejado de ser la medida de todas las cosas. No sólo no crea ni domina su realidad, sino que de pronto ésta deja de serle comprensible. El mundo puede ser entonces un circo absurdo e incoherente, como en Gogol, Kafka, Schulz y Beckett; un sueño violento cuya significación se le escapa, como en Faulkner, Lowry o el último Mann; un camino al crepúsculo donde los signos están perdidos, donde cualquier voluntad redentora, cualquier intento cognoscitivo encuentra que su fin es la desesperación: tal es el mundo comprimido en los relatos de Chejov y de Lu Hsun.

Los personajes de Lu Hsun oscilan entre un pasado inerte y un futuro incierto. El pasado se ha derrumbado, la vieja moral ha dejado de ser válida, el futuro aún no se vislumbra; no se ha creado una nueva ética que sustituya los principios caducados. El presente se tiende en el vacío. El hombre es oprimido por sistemas en los que ha dejado de creer. El mundo entonces se convierte en una figuración de la locura.

En Don Quijote encontramos a un viejo hidalgo que dice cosas extraordinariamente lúcidas y que sin embargo es un demente: todos sus intentos por convertir en acciones sus palabras se transforman en absolutos disparates. En el mundo de Lu Hsun se opera un proceso semejante. Las palabras de sus locos están cargadas de una profunda sabiduría y, sin embargo, se comportan dementemente.

Lo importante es advertir que el mundo que los rodea no ofrece como contrapeso –como sí ocurre en Don Quijote– la referencia necesaria a la cordura, a la razón. El mundo circundante es aún más anómalo; es perverso, brutalmente irracional. Los locos semejan entonces ruiseñores en un mundo de grajos; videntes en país de ciegos. Los personajes de Lu Hsun al optar por la demencia individual se rescatan de la demencia socialmente establecida.

El otro medio de no sucumbir a la corrupción es la picardía.

Ah Q es un pícaro, un vagabundo y un ladrón ocasional. Vive al margen de la sociedad que establece y encarna valores morales.

Su existencia no tiene siquiera, como la de los dementes, el fervor de una pasión o una obsesión motriz. Se desenvuelve en un nivel puramente animal. ¿No es el bufón de Lear, quien nos revela entre mofas y escarnios el sinsentido del mundo? ¿No el portero de Macbeth expresa con toda naturalidad lo que a su amo le llevara años de violencia descubrir: que el mundo es sólo un cuento ahíto de sonido y furia contado por un imbécil y que no significa nada? ¿No sentimos de alguna manera a través del destino grotesco de Ah Q que su mundo –como el nuestro– está descentrado, que el apego a la ortodoxia, al inmovilismo, a la costumbre es una de las mayores agresiones que el hombre puede hacerse?

En fin, leed a Lu Hsun...

Sergio Pitol, 1971.

En los próximos días, la Dirección de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en colaboración con la Universidad Veracruzana, darán a conocer la nueva colección titulada Sergio Pitol. Traductor. Con autorización de los editores, ofrecemos a los lectores de La Jornada el prólogo que escribió hace 30 años el escritor veracruzano para una de sus obras maestras como traductor