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La compositora es la primera mujer en estrenar una ópera en el Teatro Real de Madrid

Pilar Jurado: la única salvación está en la empatía con el otro

La página en blanco, de su autoría, contiene momentos de plenitud, ternura y armonía entre la música y la escena, dice a La Jornada

Me gustaría presentarla en México y AL, expresa

Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 23 de marzo de 2011, p. 3

Madrid, 22 de marzo. La directora de orquesta, musicóloga, compositora y soprano Pilar Jurado es la primera mujer en haber estrenado una ópera, el pasado febrero, en el Teatro Real de Madrid.

Se trata de La página en blanco, drama en dos actos en el que se describe el mundo hipertecnológico en el que vivimos, que convierte a la persona en presa de sus propias obsesiones cibernéticas.

Jurado, artista polifacética, quien ya tiene su propio sello discográfico y se ha convertido en una de las figuras más relevantes del mundo operístico de Europa, explica a La Jornada su visión de la ópera, género que para subsistir necesita evolucionar y hablar de nuestra realidad.

Por mover conciencias

–¿Cómo se siente después de estrenar la primera ópera de su autoría?

–Para un compositor, que además es libretista, es un poco duro trabajar con otros que al final hacen su aportación personal. Y en eso ha habido cosas en las que he estado de acuerdo y en otras no. Cosas que crees que sí enriquecen la historia y otras que no tanto, pero llegué a la conclusión de que esto es así y que cuando trabajas en un equipo de dirección escénica, escenografía y demás, pues también aportan cosas y a veces es difícil llegar a puntos en común. Hay cosas que me parece que se explican muy bien y me siento muy representada, y otras en las que me veo menos identificada.

–¿Se refiere a la imagen de los pájaros disecados?

–Sí, sobre todo cuando aparece el pájaro grande, que para ellos es como la representación de que lo que permanece es la obra del artista. Y lo que hace es llenar todo el espacio virtual, porque al final da contenido a todo ese espacio virtual. Muchos compositores que han escrito ópera han dicho que hay un momento trágico para el propio creador, que es cuando él imagina las cosas de una forma y luego se hacen de otra manera. Es parte del juego. Es el problema de vivir en un universo que no existe hasta que los demás deciden hacerlo existir, como en la ópera.

Puedes escribir muchas partituras, pero al final no existen hasta que alguien las interpreta. Siempre estamos sometidos a la interpretación del otro y a la fidelidad con la que el otro quiere interpretar lo que hemos hecho.

–Pero, el resultado final, ¿le satisface?

–Sí, desde luego. Hay muchos momentos de plenitud, de ternura absoluta, de armonía entre la música y la escena. Hay muchos aciertos en los tratamientos, en la resolución de algunas complejidades dramáticas y de dirección de los actores. La ópera es en cierto modo sobre cómo el compositor vive su propio apocalipsis. La filosofía que ha movido la historia es mucho más profunda que la propia historia, lo que pasa es que en la ópera tienes que jugar con la economía del texto para maximizar el proceso musical. Entonces siempre estás limitado, pero creo que la historia se entiende y sobre todo puede mover conciencias. Y eso es parte de la responsabilidad que el artista tiene con la sociedad.

–En la ópera está el apocalipsis, el proceso creativo, un mundo dominado por las nuevas tecnologías.

–Sí. Me parecía importante lanzar una imagen clara de que el ser humano, que ha mantenido sus pasiones desde el comienzo de su existencia hasta nuestros días, también está cambiando en valores por lo que ocurre. Este mundo tecnológico también está cambiando principios fundamentales de la existencia del ser humano. Ahora se trastocan y llegamos a unos límites en lo que todo se funde en no se sabe qué ni quién.

–El hombre juega a ser Dios.

–Exactamente. Y es cuando tocamos este círculo a partir del cual está el abismo. Debemos pensar bien si queremos pasar al abismo, pues una vez dentro ya tiene que ser con todas sus consecuencias, que son muy graves. Cada vez somos más individualistas, no nos damos cuenta que nosotros también somos el otro para los demás. Y al final, todo esto va contra nosotros mismos.

Foto
Pilar JuradoFoto Javier del Real

Preminencia de la tímbrica

–En la ópera se plantea que esta nueva realidad cibernética es hasta cierto punto apocalíptica e irreversible.

–Tengo esa sensación. Estamos en un momento irreversible. Es la primera vez que el hombre no sabe en realidad qué ocurrirá mañana. Nunca hemos sido tan página en blanco como ahora. Hace un siglo, cuando una persona decidía formar una familia y tenía un trabajo, podía de alguna manera prever cómo iba a ser su madurez y vejez. Ahora vivimos unos días en los que no podemos controlar ni nuestro mañana. Esa sensación de que habitamos en un universo seguro ya no existe y eso genera mucha ansiedad. Por eso en parte vivimos en una sociedad agobiada por todo y nos sitúa en un punto de catarsis. Estoy segura de que algo va a cambiar, hacia dónde, tampoco lo sabemos.

–Pero parece claro, al menos en la ópera, que en ese proceso autodestructivo como civilización hay una esperanza y está en el arte, en el alma del hombre.

–Sí, desde luego. Es la parte humanística. Si hay una salvación está en el propio ser humano. En la empatía con el otro. En el fondo me parece que la única forma de salvación está en la esencia del ser humano. Y el lado artístico es el único que es capaz de hacer cosas a cambio de nada, si acaso por el afán de búsqueda de la belleza. Toda obra artística lo que necesita es comunicar con el otro.

–El timbre y el ritmo son vitales en la obra.

–Me gusta la música muy rítmica, pues el ritmo me parece muy importante a pesar de que se perdió sobre todo a finales del siglo XX. Pero lo vamos recuperando porque posiblemente es lo que da más estructura a la música. Cuando no hay puntos claros tonales, la rítmica es la base sobre la que puedes funcionar incluso sobre premisas más complejas y hacer que las personas lo entiendan. También me interesa la tímbrica, que es muy especial en algunos fragmentos de la ópera. Está diseñada al milímetro y juega mucho con las emociones. A veces se cree que las emociones en la música están en la armonía, pero creo que es la tímbrica la que conmueve. La sucesión armónica puede significar nada o todo en función de cómo esté adornada.

Mi forma de instrumentar es muy intuitiva. Por supuesto que conozco el método y la base, pero al orquestar me fío mucho de mi sensibilidad, de la intuición. Es un trabajo muy ecléctico en el que puedo pasar por estilos diferentes a lo largo de dos horas. Pero hay una unidad desde el principio hasta el final, porque hay frescura y la música habla por sí misma.

–¿Hay fragmentos de La página en blanco que recuerdan a Messiaen?

–No creo que haya tantos. Conozco muy bien la música de Messiaen y puede haber algún momento. En la obra sólo hay dos citas reales y se producen siempre en la parte en la que es el compositor quien escribe. Digamos que es la ópera del compositor y obviamente está hecho con intención: son cuatro compases del Réquiem, de Mozart, y luego hay tres compases de Victoria. No he querido parecerme a ninguna escuela compositiva ni hacer la obra que han dicho otros. Hice lo que deseaba.

–En cuanto a la música, ¿en la ópera busca un vínculo entre vanguardia y tradición?

–Me parece que es un peldaño entre la ópera tradicional. Digamos que de la ópera romántica y tal y como se conoce por el público con la actual. Intento sostenerlo como un eslabón más de esta evolución, en la que obviamente está la sensibilidad y los conocimientos de un compositor contemporáneo.

No he querido hacer teatro musical, sino una ópera que evoluciona si queremos seguir manteniendo el género. Como decía Bartok, yo creo que en la evolución, no en la revolución.

–Además, es una ópera escrita en español.

–Sí, por eso me ilusiona ir a América Latina, a México. Porque ahí es donde podría conectar más, pues está escrita en nuestro idioma.