Editorial
Ver día anteriorDomingo 6 de marzo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Jefe de Estado o de partido?
E

n la sesión del Consejo Nacional del Partido Acción Nacional (PAN), el titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón Hinojosa, pidió a sus correligionarios elegir a los mejores candidatos, sean o no militantes del blanquiazul, para contender por los distintos puestos de elección popular, incluida la Presidencia de la República. Asimismo, el político michoacano llamó a difundir los logros alcanzados en 10 años de gobiernos federales panistas, a efecto de marcar distancia respecto de las administraciones anteriores.

Aun considerando el contexto en que se produjo la alocución presidencial, lo dicho por Calderón es improcedente y revela una visión distorsionada de sus funciones como jefe de Estado. El declarante pasa por alto que, en México, el titular del Ejecutivo federal, independientemente de su signo político, debe mantener una sana distancia respecto de todas las fuerzas partidistas –incluso la suya–, y que ello implica no entrometerse en la vida y la dinámica internas de ninguna de ellas. El empeño por uncir al partido en el poder a la visión y la voluntad del gobernante en turno es un rasgo característico de lo que dio en llamarse el presidencialismo autoritario, el cual, supuestamente, había quedado superado con la alternancia de siglas y colores que tuvo lugar hace 10 años en la Presidencia de la República.

Pero si el pronunciamiento presidencial de ayer es cuestionable en la forma, lo es más en el fondo: la petición de Calderón de buscar al mejor candidato, con independencia de afinidades ideológicas y partidistas, equivale a solicitar que el partido desdibuje sus ideales y principios programáticos si así conviene a la obtención de victorias electorales. Con ello, Calderón suscribe una postura –el establecimiento de alianzas con fuerzas políticas distintas y hasta antagónicas– que ha sido factor de división al interior del PAN –por más que haya contado con el respaldo de las dirigencias pasada y actual del blanquiazul– y que abona al desgaste que enfrenta actualmente ese partido.

Tanto más preocupante es que las declaraciones comentadas prefiguran una tendencia del propio Calderón a inmiscuirse en asuntos político-electorales. En el horizonte inmediato, es imposible desvincular lo dicho ayer por el político michoacano de los comicios a realizarse en julio próximo en el estado de México, donde se elegirá al nuevo jefe del Ejecutivo estatal, entre otros cargos. Tal actitud representa un factor de riesgo que podría contaminar ese y otros procesos electorales, mermar la de por sí maltrecha credibilidad de las instituciones –no sólo las electorales–, y sellar el arribo al poder de gobernantes políticamente débiles: el propio Calderón es un ejemplo de ello, si se toma en cuenta que la intromisión indebida que hizo en su favor el ex presidente Vicente Fox, en la campaña presidencial de 2006, es una de las causas del déficit de legitimidad que arrastra la actual administración desde su origen.

Por lo demás, llama la atención que el jefe del Ejecutivo realice pronunciamientos como los comentados en un momento en que enfrenta situaciones adversas, cuando no críticas, en distintos frentes –el político, el económico, el diplomático, el de la seguridad pública y los derechos humanos–, y que llame a difundir los logros de una administración criticada por su desempeño desastroso en prácticamente todos los ámbitos de su quehacer. Lo cierto es que tales deficiencias parecen un colofón lógico para un gobierno cuyo titular se comporta, más que como jefe de Estado, como dirigente de partido.