Opinión
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Sudán del Sur: nuevo enclave neocolonial
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ara llegar al ordenado y prolijo plebiscito (¿democrático?) que el 15 de enero pasado rompió la integridad política de Sudán, el país más grande de África (así como sus milenarios lazos culturales con Egipto en el valle del Nilo), el imperialismo ensayó durante 100 años todas las variables de la única dictadura terrorista realmente existente: la del capital.

Nada fue descartado: intrigas, sabotajes, golpes militares, campañas de difamación, bloqueo económico, enardecimiento de las diferencias sociales, importación de mercenarios, bombardeos a precarios laboratorios farmacéuticos señalados como fábricas de armas de destrucción masiva y masacres de aldeas y comunidades que, mediáticamente, se endosaban a los odios étnicos y religiosos.

Desde el tratado anglo-egipcio (1899), y tras la caída de la dominación otomana en El Cairo (1914), los ingleses se volcaron a fomentar las fricciones que de suyo existían entre los pueblos sudaneses. En 1924 (y contra las objeciones del propio sultán egipcio elegido por Londres), los ingleses dividieron a Sudán en dos territorios separados: árabe musulmán (norte), y animista y cristiano (sur).

Hasta la revolución del Grupo de Oficiales Libres que derrocó la monarquía egipcia (1952), los movimientos nacionalistas y revolucionarios sudaneses de unidad política con Egipto fueron duramente reprimidos. Entonces, El Cairo descolocó a Londres: abandonó las pretensiones de soberanía sobre Sudán, apoyó su independencia, y así se puso fin a 55 años de gobierno británico en Jartum (1956).

La independencia de Sudán fue una de las más infelices de África. Mas no sólo por sus estructuras de tipo feudal, que en el occidente del país se vieron agravadas por el avance de la desertificación, las sequías, el consecuente flagelo del hambre y un crecimiento demográfico explosivo. La cizaña política y religiosa sembrada por los ingleses ya rendía frutos superlativos de enardecimiento político, violencia social y confusión institucional.

El vasto territorio sudanés recibió el impacto de nueve países fronterizos, con distintos niveles de crisis y conflictos bélicos: el propio Egipto, Libia, Somalía, Chad, Uganda, República Centroafricana, Congo, Etiopía y Eritrea. Sucesivamente, las guerras en Chad, Etiopía, Uganda y Eritrea desplazaron a millones de refugiados que, en situación límite, se instalaron en Sudán.

Para remate, Dios maldijo aún más a los sudaneses. Fuera de las compañías mineras que daban por hecha la existencia de importantes reservas de uranio, las compañías petroleras detectaron en el sur de Sudán y en la región occidental de Darfur ingentes yacimientos de petróleo.

Ahora bien. En 1914, cuando el petróleo fluía en abundancia en los países del Magreb y Medio Oriente, siete potencias coloniales de Europa dominaban el continente africano. Pero en 2011, cuando la curva de producción de petróleo se aproxima al cenit (pico de Hubbert), sólo dos se miran feo en África: China y Estados Unidos.

Los cálculos del geofísico texano M. King Hubbert (que hasta la fecha no han sido refutados) estiman que el recurso no renovable que mueve los engranajes de la economía mundial empezará su descenso irreversible en 2015.

Si damos crédito a los informes que destacan que para 2012 Estados Unidos estaría en posición de importar de África cantidades de petróleo equivalentes a las que importa actualmente de Medio Oriente, la sorpresa mundial deparada por las repentinas, súbitas (y legítimas) revoluciones democráticas de los árabes, así como la previsible y silenciosa partición de Sudán (que se veía venir), se torna más comprensible.

¿Qué sigue después de la partición de Irak y, posiblemente, Libia? ¿Algún país latinoamericano productor en gran escala de petróleo, que podría ser balcanizado para terminar con la atroz violencia y masacres que sacudieron a países como Sudán en años recientes?

Mientras que a los palestinos y a los saharauis no se les reconoce el derecho a tener un Estado, el referendo que el 9 de julio próximo hará de Sudán del Sur un Estado independiente fue automáticamente reconocido por Estados Unidos, Israel y la Unión Europea.

Reconocimiento que empata con el interés de las grandes corporaciones económicas de dividir a los países productores de petróleo, y el de Israel en particular, con el fin de consolidar su superioridad por mediación de la balcanización de Medio Oriente.

En el transcurso de la última guerra civil de Sudán (2003-2008), Israel enviaba armas a los movimientos de liberación a través de Etiopía y Kenia. Los grupos separatistas de Darfur y Sudán del Sur visitaban con regularidad Tel Aviv (donde abrieron oficinas), y coordinaban sus acciones con el Mossad.

Los plumíferos del sionismo, directores de cine y actores de Hollywood, como Spielberg, Mia Farrow y George Clooney, se encargaban del resto: hacer llorar al mundo por la carnicería que cometía el gobierno del norte de Sudán. Islamita, claro que sí. Y tan represivo como el que hoy agoniza en Libia.