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Ver día anteriorDomingo 30 de enero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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A propósito de Samuel Ruiz: las dos alas de la Iglesia católica
E

n diversos países de Europa y en Argentina he sido (o todavía soy) amigo de muchos ex religiosos, curas obreros, ex obispos y teólogos que militan o militaron activamente en la Iglesia católica que optó por los pobres y los oprimidos en vez de ser un baluarte del poder del capital, pero ninguno de ellos se diferenciaba tanto como Samuel Ruiz del siniestro modelo que ofrece el pastor alemán que gobierna el Vaticano o que ofrecía su antecesor, el Papa polaco de la guerra fría, el que tanto protegía al cura Maciel. Quizás esa diferencia se deba a que don Samuel, distinto de otros ex sacerdotes en ruptura con la jerarquía de la Iglesia, seguía siendo creyente y estaba en sintonía perfecta con los sentimientos genuinos (y el anticlericalismo de hecho) de los fieles de su diócesis, marginados de todo poder y hostiles al poder y cuya religiosidad de contenido comunitario, social, le influía constantemente.

En los aparatos del orden, en las diversas milicias, como las fuerzas armadas o las instituciones religiosas verticalmente organizadas, los que creen realmente en las ideas-fuerza que los llevaron a participar en ellas (la defensa de la nación, la protección de la ciudadanía o la caridad, la igualdad de todos los seres humanos, la protección de los pobres frente al Estado y en este reino terrenal porque de ellos será el reino de los cielos) coexisten con los burócratas, los cínicos, los carreristas. Por eso, en todos los momentos de crisis de un sistema, tanto en las fuerzas armadas como en la Iglesia surgen los que optan por el cambio social y se alinean junto a aquellos que luchan por éste. Así sucedió con los curas del bajo clero que se sumaron al Tercer Estado y hasta se transformaron en jacobinos en la Revolución francesa y lo mismo aconteció con los curas y frailes que organizaron ejércitos populares y fundieron las campanas para hacer cañones desde Fray Luis Beltrán en el Sur, pasando por Murillo en el Altiplano hasta Hidalgo y Morelos en el norte de nuestra América, en la lucha por la Independencia de España, o con los generales Carlos Prats, chileno, Juan José Torres, boliviano, Juan José Valle y Raúl Tanco, argentinos, en el combate por la liberación nacional y la unificación latinoamericana.

Los procesos sociales radicales dividen a las clases medias y las polarizan. Puesto que tanto la Iglesia como las fuerzas armadas reclutan en ese sector, y como tanto una como las otras son aparatos que ocupan todo el territorio nacional y están en contacto con la vida rural y con los más pobres, los más sensibles y cultos en esas instituciones, aquellos que creen verdaderamente en los valores y la misión que eligieron, sienten la influencia de la protesta social, optan por cruzar la línea y por ponerse al servicio de quienes comienzan a ver como sujetos del cambio. Ni esos militares antimperialistas ni esos sacerdotes de los pobres deben, por fuerza, optar por una concepción del mundo coherente y anticapitalista, y en efecto, muchas veces no lo hacen y esa actitud intermedia les permite ser intermediarios y mantener un lenguaje y una comunidad de visión con sus seguidores.

Samuel Ruiz, con el Congreso Indigenista de San Cristóbal de las Casas en 1974, dio origen a la diferenciación del movimiento indígena del indigenismo oficial porque empezó a dar autoestima a los indígenas, que temían aparecer como tales y hasta entonces se llamaban a sí mismos solamente campesinos. Después, utilizando el Antiguo Testamento, reforzó su insumisión, su deseo de liberación, al que dio un ropaje religioso con gran eficacia, lo cual le permitió formar centenares de diáconos y catequistas como cuadros político-religiosos, difusores en sus respectivas lenguas del mensaje de liberación que elaboraba la diócesis. Aunque la intención de don Samuel no era ayudar a hacer una revolución social, no es casual que muchos de esos cuadros religiosos hayan constituido después el EZLN, ni que éste haya crecido sobre todo en el territorio de la diócesis de San Cristóbal y no lo haya hecho en las vecinas. Precisamente esa influencia es la que hace que el EZLN no pueda dejar hoy de rendir homenaje al ex obispo a pesar de las muchas diferencias del pasado aunque, contra toda evidencia, sigan existiendo algunos iluminados que se niegan a ver los orígenes de la politización de los indígenas en las Cañadas en la larga acción de la diócesis de San Cristóbal con anterioridad al levantamiento de 1994 y –excluyendo la cultura política indígena religiosa e inclusiva sindical-priísta anterior al mismo– piensen que la película comenzó cuando ellos entraron al cine y que esa rebelión fue preparada exclusivamente por los pocos revolucionarios norteños refugiados en Chiapas.

Don Samuel, con su inteligencia y sensibilidad social, su tenacidad, su valentía y su repudio a la notoriedad y los honores oficiales, fue a la vez instrumento y protagonista del cambio social y político de los fines de los años 70 y 80 del siglo pasado. Tuvo el mérito de confiar en el desarrollo de las capacidades de los propios indígenas y de los pobres y de ponerse al servicio de ellos cuando muchos otros, sinceramente revolucionarios, se consideraban en cambio apóstoles, salvadores, líderes y no un organizador más y creían poder sustituir la maduración de sus bases de apoyo. El religioso, idealista, confiado en la Liberación y en la Providencia, resultó ser mucho más realista y materialista y más eficaz en la lucha por el cambio de subjetividad de los indígenas de su diócesis que tantos revolucionarios y guerrilleros laicos que se definían como marxistas, socialistas.

El cristianismo original fue una ideología subversiva pues proclamaba la igualdad de los seres humanos y se oponía a los poderes existentes. Su transformación –con Constantino– en Iglesia monárquica, centralizada, jerárquica y totalitaria cambió ese cristianismo pero no expulsó del mismo el alma igualitaria. Cada tanto ésta resurge con las herejías comunitarias y sociales del Medioevo o, en nuestros tiempos, con la teología de la liberación y obispos como Óscar Romero, en El Salvador, Enrique Angelelli, en Argentina, Sergio Méndez Arceo o Samuel Ruiz en México. Esa oposición frontal con el carácter conservador y reaccionario de la Iglesia al servicio de los opresores y esa opción en cambio por la iglesia (ekklesia, es decir, asamblea) honra a los hombres y mujeres que optan por la misma y los colocan, con pleno derecho, en las filas de los demócratas y liberadores de todos los tiempos. Allí figurará Samuel Ruiz, tatik para sus fieles que lo veneran, don Sam para sus demás compañeros, que lo recuerdan y honran su firmeza y coherencia.