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Filosofía en México: tiempos de resistencia
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Ilustración de Juan Gabriel Puga
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Periódico La Jornada
Domingo 30 de enero de 2011, p. a16

La maligna idea de suprimir la materia de filosofía en bachillerato, impulsada por burócratas de la Secretaría de Educación Pública, llega en un momento en que la producción editorial dedicada a los filósofos mexicanos aumenta sensiblemente en grandes y pequeñas compañías.

Para que los lectores –y quizá algunos funcionarios– puedan tener una guía de las aportaciones a la filosofía hecha desde México, se reseñan aquí algunos títulos de reciente publicación o reimpresión, que dan una idea de cuán profundo es el error de cancelar el estudio de la filosofía, justo en la edad en que las personas hacen consciente su vocación e identidad nacional.

Desde que Gabino Barreda dio en el último cuarto del siglo XIX las primeras batallas intelectuales en el contexto del positivismo y la pedagogía, la reflexión filosófica mexicana ha buscado respuestas a los problemas de la sociedad y ha puesto con ello las bases de su originalidad, explica Mauricio Beuchot, del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en Filosofía mexicana del siglo XX (Editorial Torres, 2008, 200 pp., 90 pesos).

Beuchot traza el camino intelectual de los filósofos mexicanos y sus escuelas correspondientes, desde el positivismo hasta la analítica y el feminismo, pasando por el neokantismo y el neomarxismo.

Ubica entre los iniciadores de la filosofía mexicana a Barreda, Ezequiel Chávez, Antonio Caso, Justo Sierra, Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Samuel Ramos. Fue en esta fase cuando se introdujeron materias de filosofía en la Escuela Nacional Preparatoria y se fundaron las entidades que años más tarde se convertirían en la Facultad de Filosofía y Letras y el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM.

Después Beuchot enlista a los transterrados que vinieron a México de España, notablemente a Eduardo Nicol y a José Gaos, quien dio un fuerte impulso a la profesionalización, basada en el estudio sistemático, el contacto con pensadores extranjeros y el desarrollo de una visión particular de los filósofos mexicanos.

En otro conjunto, Beuchot incluye a Eduardo García Máynez, filósofo del derecho de fama internacional; a Jorge Portilla, quien pese a su corta vida dejó el famoso ensayo titulado Fenomenología del relajo (Era, primera edición 1966; FCE, 1986; primera reimpresión, 1997, 120 pp., 90 pesos) sobre la idiosincracia, el comportamiento cotidiano y la actitud de los mexicanos ante la vida; y a Leopoldo Zea, impulsor de la filosofía mexicana y latinoamericana. En el último tramo del siglo XX, Beuchot menciona a integrantes de la escuela analítica, surgida de países anglosajones, que en México se ocupa de analizar la moral a través del lenguaje.

En Filosofía americana como filosofía sin más (Siglo XXI, 1996; novena reimpresión, 2010; 130 pp.; 56 pesos), Zea responde a los latinoamericanos que se preguntan si es posible hacer filosofía desde esta región.

En la polémica de Las Casas con Sepúlveda (en torno a si los indígenas eran seres humanos) se inicia esa extraña filosofía latinoamericana que en el siglo XX se preguntará sobre si posee o no una filosofía, escribió Zea. Para filosofar es suficiente poseer el verbo, la palabra, el logos.

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En esta línea de hacer filosofía sin más se incribe la obra de Adolfo Sánchez Vázquez, Filosofía de la praxis (Grijalbo, primera edición, 1967; Siglo XXI, segunda edición, 2003; tercera reimpresión, 2010; 530 pp., 198 pesos).

Nacido en España en 1915, pero educado y radicado en México desde 1939, Sánchez Vázquez ha ocupado su vida en el estudio de textos de Karl Marx y ha sugerido una forma de interpretación, la filosofía de la práctica. Sin cuestionar si es legítimo o no desarrollar esta propuesta desde México, el catedrático emérito de la UNAM ha sido mundialmente reconocido por este trabajo.

La caída del llamado socialismo real encabezado por la Unión Soviética (1922-1991) no significó –como dicen panegiristas del neoliberalismo, como Francis Fukuyama– el fin de la historia y el triunfo irrebatible del capitalismo.

Corresponde a los marxistas mantener viva la crítica del capitalismo en cuanto a sistema injusto que no puede resolver las contradicciones estructurales que generan sus injusticias: desempleo, miseria, mercantilización creciente, destrucción de la naturaleza y, sobre todo, la transformación del hombre en medio, instrumento o mercancía, escribió Sánchez Vázquez en el epílogo de la edición de 2003, que reconsidera algunos planteamientos hechos en 1967 y reafirma otros, pero principalmente valora la trascendencia del marxismo y el leninismo, libres de las imposiciones ideológicas soviéticas.

Sería injusto no mencionar en esta reseña el trabajo de Antonio Ibargüengoitia, autor de Filósofos mexicanos del siglo XX (Editorial Porrúa, 179 pp., 60 pesos), que ofrece una larga lista de biografías, incluida la de Francisco Larroyo, autor de varios estudios preliminares de obras filosóficas clásicas y universales, que pronto podrían dejar de llegar a las manos de los estudiantes de educación media superior.

Con ese campo abierto a la reflexión, las nuevas generaciones de filósofos mexicanos han incursionado en terrenos como la lógica, justamente para enseñar a los jóvenes de bachillerato a desarrollar sus capacidades reflexivas y analíticas.

Alejandro Herrera Ibáñez y José Alfredo Torres son autores de Falacias (Editorial Torres, 2007, 97 pp., 60 pesos), tomo en el que analizan las diferentes formas de estos argumentos persuasivos, pero falsos, y hacen un repaso histórico de la teoría correspondiente, explicándola en el contexto social y político mexicano. Este libro va en su segunda edición y ha sido adoptado en algunos cursos de bachillerato, lo que prueba, junto con otras obras que los filósofos mexicanos viven hoy tiempos de resistencia.

Texto: Guillermo García Espinosa