Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de enero de 2011 Num: 828

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La ley de la vejez
ALFREDO FRESSIA

La obra de João Guimaraes Rosa
RAÚL OLVERA MIJARES

Las enseñanzas de
Don Terry

FABRIZIO ANDREELLA

Antonio Gamoneda, creación y liberación
JOSÉ ÁNGEL LEYVA entrevista con ANTONIO GAMONEDA

Un tren sobre la tierra
ANTONIO GAMONEDA

La memoria infinita
de Manuel Puig

ARACELI RODRÍGUEZ LÓPEZ

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
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Bemol Sostenido
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Enrique López Aguilar
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Lustral

A Milena, en su primer lustro de vida

Lustral, lustrar, lustre, lustro, ilustración, ilustrar, ilustre… Cuántas palabras relacionadas con lo que se imagina la mera descripción de un lapso de cinco años y cuántas sorpresas al perseguir la historia de una palabra que resulta tan significativa a la hora de decir:  “ella cumple un lustro”,  “yo he devanado once lustros”. ¿Qué tiene que ver el cómputo de cinco años con la idea de las “aguas lustrales” mencionada por Cortázar en Rayuela, como de pasadita?

Según Corominas, lustrar es un italianismo cuyo significado es “brillo, esplendor”, que pudo haber llegado al español mediante el catalán llustre desde el italiano lustrare (“lustrar, dar brillantez”) o del francés lustre. La palabra proviene del latín lustrare (“purificar”,  “iluminar”), que se deriva de lustrum (“sacrificio expiatorio, purificación”).

El cristianismo llamó “agua lustral” a la del bautismo gracias a la terminología pagana del dies lustricius, “día lustral” en que los niños y la madre eran purificados, al igual que los animales preparados para el sacrificio correspondiente (qué curioso: si la idea original era la de purificar lo impuro, eso contradice el hecho de que no hay nada más puro que el cuerpo y el alma de un recién nacido, pero ya se sabe que el Limbo católico fue invento e intento para capitalizar y redituar el temor de los creyentes). La partera, con el niño en brazos, daba tres vueltas alrededor de una hoguera para simbolizar que éste era admitido dentro de la familia, en un hogar (espacio principalísimo de la casa romana donde siempre dormitaba el fuego) y quedaba confiado al auspicio de los dioses lares, es decir, de los tutelares de cada familia o gens romana.

Durante la ceremonia se lavaba al recién nacido, con lo que éste quedaba limpio. En la fiesta subsecuente se celebraba un banquete y los amigos de la familia ofrecían regalos. Si el bebé era varón, el ritual se efectuaba nueve días después de su nacimiento y se colgaba a la puerta de la casa una guirnalda de olivo. Si era niña, se celebraba el octavo día y se colgaba a la puerta una madeja de lana. Esta era la primera lustración de los nacidos como romanos. La religión exigía que, posteriormente, se realizaran periódicas lustraciones quinquenales.

En el sentido de “período de cinco años”, Corominas considera que lustro es un latinismo crudo “tomado de lustrum […], así dicho porque las purificaciones rituales se cumplían cada cinco años”. Esta palabra se encuentra registrada, en italiano, desde Dante y, como Nebrija lo considera término de pintura, queda la huella filológica de que la palabra es de origen italiano (puesto que, durante el Renacimiento, los italianos fueron los “maestros pintores”). Sin embargo, la –e del castellano lustre indica que no se trata de un italianismo directo, sino una palabra llegada al español mediante la forma catalana llustre. Lustro implicaba la realización de un nuevo censo y el pago de un impuesto: así se llamaron los alquileres quinquenales de las propiedades públicas hechos por los censores y los Juegos Capitolinos, celebrados cada cinco años.

Lustrar es, hoy, en el sentido popular, el brillo que se saca a los zapatos y a alguna superficie bruñida, pero “en sus sentidos figurados sigue siendo una palabra de tono noble”, como en el caso de la Ilustración dieciochesca que, en frase de uno de sus más importantes representantes, D’Alembert, “lo discutió, analizó y agitó todo, desde las ciencias profanas a los fundamentos de la revelación, desde la metafísica a las materias del gusto, desde la música hasta la moral, desde las disputas escolásticas de los teólogos hasta los objetos del comercio, desde los derechos de los príncipes a los de los pueblos, desde la ley natural hasta las leyes arbitrarias de las naciones, en una palabra, desde las cuestiones que más nos atañen a las que nos interesan más débilmente”.

En “Trayectoria del polvo”, Rosario Castellanos va más allá de zapatos y pintores y épocas y rituales:  “Nací en la hora misma en que nació el pecado/ y como él, fui llamada soledad./ Gemelo es nuestro signo y no hay aguas lustrales/ capaces de borrar lo que marcaron/ los hierros encendidos en mi frente.// Pero mi frente entonces se combaba/ huérfana de miradas y reflejos./ Y así me alcé feliz como el que ignora/ su inevitable cárcel de ceniza/ y cuando yo decía la tierra, era la tierra/ desnuda de metáforas, infancia/ recién inaugurada./ Y no dudé jamás de que al nombrarla/ me nombraba a mí misma/ y a mi propia sustancia”