Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de noviembre de 2010 Num: 821

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Goethe, científico
RICARDO BADA

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

Gozo por contagio
CARLOS PASCUAL

Pablo González Casanova, el intelectual
LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Pasolini: el retorno de lo sagrado
NATACHA KOSS

Un poema para Pier Paolo Pasolini
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El Evangelio según Pasolini
RICARDO YÁÑEZ

El impresionismo narrativo de Peter Stamm
ADRIÁN MEDINA LIBERTY

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

La otra escena
MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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El impresionismo narrativo de
Peter Stamm

Adrián Medina Liberty

La felicidad no se puede describir. Es como la niebla, el humo, trasparente y volátil.
¿Has visto alguna vez a un pintor que haya sabido pintar el humo?

Peter Stamm, Agnes

La escritura nunca es llana, posee realces que un lector podría percibir como profunda o superficial, áspera o tersa, confortable y gozosa o perturbadora y depresiva, la gama de sensaciones es tan amplia y enriquecedora como lo es la propia experiencia del lector. Un texto –y el autor que lo forjó– posee esa exquisita cualidad de poder generarnos emociones y vivencias de mundos posibles, para emplear la expresión de Nelson Goodman.

Con los relatos de Peter Stamm, un autor suizo relativamente nuevo y que no ha recibido aún el reconocimiento que merece, uno experimenta una sensación semejante a la que se experimenta cuando se observa un óleo impresionista. La narrativa, al igual que la pintura, ofrecen una perspectiva, una representación de la realidad. La tela de un óleo es plana, pero el pintor logra mostrar relieves insospechados. Una página también es una superficie llana, pero el escritor logra obtener relieves inquietantes y maravillosos.

En una secuencia de Agnes, su primera novela, la pareja protagónica observa detenidamente un cuadro de Seurat, y cree descubrir una paz “que se aproximaba mucho a lo que buscábamos”. Ambos reconocen a personas descansando y a unos paseantes a la orilla de un río durante la tarde de un domingo. “Cuando nos acercamos –reflexiona el protagonista masculino– el cuadro se disolvió en un mar de minúsculos puntos. Se difuminaron los contornos y los planos se confundieron… Cada plano reunía todos los colores, que sólo a cierta distancia producían el efecto de un todo.”

Así es, en efecto, la escritura de Stamm. Mientras se avanza en su lectura, frase tras frase, puede tenerse la impresión de una descripción anodina, pero páginas adelante o, incluso, hasta los fragmentos finales, aquéllas adquieren su verdadera dimensión cuando el lector logra la perspectiva correcta.

Agnes abre de una manera críptica pero vibrante: “Agnes ha muerto. Ha muerto por una historia. Y nada me ha quedado de ella salvo esa historia.” De inicio, estas tres frases aparecen impenetrables, su verdadero sentido nos elude aunque despiertan nuestra inquietud. Hacia el tramo final de la novela, sin embargo, estas frases son resignificadas y nos ofrecen una imagen conmovedora. Agnes conjura realidad y ficción de modo indisoluble. Los perímetros de una y otra se disuelven casi inadvertidamente y ambas se invaden y se exigen, procurándonos un paisaje inquietante. Sin duda, todo relato procura esta mimesis entre realidad y ficción y, al mismo tiempo, la problematiza convirtiendo la lectura en un acto conciente que nos hace reflexionar sobre la verosimilitud de la ficción o sobre la artificialidad de la realidad –“realismo, género artificial si los hay”, decía Borges. Agnes es una historia que narra otra historia, los personajes creen vivir una vida real, pero siguen –viven–otra virtual hasta que ambas se confunden irremediablemente.

En Tal día como hoy se narra la vida de Andreas, un profesor que llega a París atormentado por el recuerdo de Fabienne, un amor de su juventud del que no ha logrado desprenderse. Fabienne es un espectro cuyas apariciones son constantes y demoledoras, un fantasma que le convoca una añoranza infértil y que le amarga cada día. La vida de Andreas transcurre fosilizada en aburridas rutinas que no le procuran más confort que el constatar que las cosas siguen siendo como son. “Vaciedad era su vida en la ciudad, los dieciocho años en los que nada había cambiado, sin desear que nada cambie. Vaciedad era el estado normal de las cosas.” Stamm es un formidable artífice de la elipsis, sus descripciones y diálogos, aunque de inicio parezcan llanos, contienen significados vastos que reverberan en el lector para permitirle posteriormente dimensionar los eventos narrados. “Para Andreas, los pasajeros que salían del tren diariamente parecían diferentes. Se detuvo un momento en el andén y los observó dispersarse por distintas direcciones.” La observación de este acto cotidiano, por ejemplo, sólo genera sensaciones de intenso abandono y desesperanza dentro del gran lienzo de la trama. Como un impresionista, Stamm va armando con sus diminutos puntos una forma reconocible sólo cuando se logra la distancia correcta: “[Andreas] era tanto un miembro de la audiencia como un actor secundario en un film imaginario, un turista que ha caminado por estas calles por veinte años sin tener jamás la sensación de llegar a ninguna parte.”

Inopinadamente, empero, Andreas debe enfrentar una perturbadora ruptura en su monotonía al sospechar que padece una enfermedad terminal. Sin esperar la entrega del diagnóstico, decide abandonarlo todo, renuncia a su empleo, vende su departamento y sus pertenencias y viaja a Suiza con la esperanza de reencontrarse con Fabienne. No viaja solo, le acompaña Delphine, una colega a quien le dobla la edad y quien muestra un intenso e impensado interés por él. Lo que sigue es la búsqueda de una epifanía que sane la incontinente nostalgia que aqueja a Andreas. Los personajes se funden en un paisaje donde las formas que emergen sugieren la soledad, el alejamiento, la enajenación laboral y social y la extrañeza.

En su colección de cuentos Los voladores nuevamente es posible experimentar el sabor de la melancolía y la soledad, reconocer el papel del azar en vidas que se creían predestinadas y pensar sobre los efectos de acciones anodinas que, a la postre, resultan contundentes. Se trata de una serie de relatos que versan sobre las diversas formas de vivir y de interrelacionarse. La economía de medios y las elipsis vuelven a brillar a lo largo de sus páginas para configurar un panorama quizá un tanto desconsolado de la existencia humana, pero que siempre deja avizorar un elemento positivo en los entresijos de las acciones. Nunca está del todo ausente la sombra bienhechora de un porvenir más afortunado.

El estilo conciso y sin pretensiones de Stamm siempre procura una lectura placentera. Con Peter Stamm, la literatura suiza –y la literatura europea en general–encuentra una voz original y admirable que nos permite acceder a fascinantes recovecos de la experiencia de ser humano.